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La dama serena y formal que había sido durante toda su vida de adulta insistía en que le dijera a lord Surbrooke que aquel episodio había constituido un error. Error que no podía repetirse, pero en lugar de «error», las únicas palabras que ella quería pronunciar eran…

«Otra vez.»

Podía mentirse a sí misma, pero la verdad irrefutable era que quería más pasión como la que acababan de compartir. Su mente la consideraba culpable e intentó enumerar todas las razones por las que no debía permitir que aquello continuara, pero ella las empujó a un lado y escuchó a su renacido cuerpo, que se negaba a ser ignorado. Se sentía atraída hacia aquel hombre. Lo quería. En un sentido puramente físico. Siempre que su corazón no se implicara y actuaran con discreción, no existía ninguna razón para que se negara aquel placer. Él le había dicho que no quería su corazón y que no tenía la menor intención de ofrecer el suyo. Compartirían sus cuerpos y nada más. Igual que la Dama Anónima había hecho y explicado en las Memorias.

– Los perros están ladrando -declaró él en voz baja mientras acariciaba la mejilla de Carolyn con los dedos-, lo que significa que Samuel ha regresado.

Un escalofrío de pánico recorrió el cuerpo de Carolyn. Intentó sentarse, pero Daniel sacudió la cabeza y se lo impidió con suavidad.

– Todavía disponemos de unos instantes. Barkley se encargará de todo y ni él ni Samuel entrarán en el invernadero.

– ¿Cómo lo sabes?

– Nadie puede entrar en esta habitación salvo yo y Walter, el jardinero. -Deslizó la yema del pulgar por el labio inferior de Carolyn y frunció el ceño, como si se sintiera intrigado-. Nunca había traído a nadie aquí antes.

Pareció sorprendido por el hecho de haber reconocido en voz alta este último hecho, y lo cierto era que Carolyn estaba sorprendida de haberlo oído.

– ¿Por qué no? ¡Es una habitación tan bonita…!

– Es un lugar privado. Mi… santuario. Te dije que no me gusta compartir. -Su mirada vagó por la cara de Carolyn y parecía… ¿intrigado?-. Salvo, por lo visto, contigo.

Su expresión se relajó y se inclinó para rozar la sensible piel de detrás de la oreja de Carolyn con sus cálidos labios.

– ¡Dios mío, eres tan hermosa…! -susurró terminando sus palabras con un gemido. Mordisqueó con suavidad el lóbulo de la oreja de Carolyn enviando un aluvión de cosquilleos por su nuca-. Mi extremadamente encantadora, muy querida, sumamente talentosa, enormemente divertida, extraordinariamente inteligente y poseedora de los labios más apetecibles que he visto nunca y de una excelente memoria, y que sabe a flores… por todas partes, lady Wingate. -Levantó la cabeza y la diversión iluminó sus ojos-. ¿Crees que ya podríamos tutearnos?

Una ola de calor recorrió el cuerpo de Carolyn.

– Supongo que sí… Daniel.

Él sonrió ampliamente.

– Gracias… Carolyn.

La forma en que pronunció su nombre, con dulzura y lentitud, como si lo saboreara en su paladar, envió un oscuro estremecimiento de placer por la espina dorsal de Carolyn.

Con evidente desgana, él sacó la mano de debajo del trasero de Carolyn y cogió sus calzones. La facilidad con que la ayudó a vestirse demostró que era tan hábil vistiendo a una mujer como desvistiéndola. Y, desde luego, había demostrado que sabía qué hacer una vez la había desvestido. Carolyn no estaba completamente segura de que sus licuadas rodillas se recuperaran algún día del todo.

Después de calzarla de nuevo, Daniel se levantó y le tendió la mano para ayudarla a levantarse. La mirada de Carolyn se quedó clavada, y absolutamente fascinada, en la parte delantera de los pantalones de Daniel, que estaba a la altura de sus ojos. El ajustado tejido perfilaba, de una forma patente, su gruesa erección.

Quizá fue la privacidad proporcionada por aquella acogedora habitación con fragancia a flores e iluminada sólo por los rayos plateados de la luna lo que la hizo atrevida. Tan atrevida como cuando llevaba puesta la máscara de Galatea. O quizá fue por cómo él la había hecho sentirse: sensual, femenina y sorprendentemente libre. Pero, fuera cual fuere la razón, mientras permitía que él la ayudara a levantarse, Carolyn deslizó la mano que tenía libre por el musculoso muslo de Daniel y cubrió con ella su erección. Él soltó un respingo y sus ojos se volvieron vidriosos.

– Tú me has dado placer, pero no has pedido ni has recibido nada a cambio -murmuró ella experimentando una profunda oleada de satisfacción femenina cuando él arqueó las caderas buscando más el contacto de su mano.

– Aunque no he recibido nada, el placer ha sido todo mío.

Ella arqueó una ceja y lanzó una mirada significativa hacia abajo.

– Esto… -Lo acarició con suavidad a través de los pantalones- indica lo contrario.

Él le rodeó la cintura con un brazo y la acercó a su cuerpo atrapando su mano entre ellos.

– Si estás sugiriendo que estás en deuda conmigo…

– Eso es, exactamente, lo que estoy sugiriendo.

Los ojos de Daniel parecieron despedir humo.

– Eso me hace el hombre más afortunado de Inglaterra. Considérame a tu disposición.

– Una oferta muy interesante.

– Me encanta que pienses así, sobre todo porque la primera vez que te hice esa oferta no te sentiste interesada por ella.

– Siempre me interesó, pero no quería aceptarla.

– Pero ahora sí.

– Obviamente.

Él se frotó contra su mano.

– Me siento muy feliz al oírlo.

Ella frunció los labios.

– Obviamente.

Él la sujetó por la cintura, le cogió la mano y le dio un apasionado beso en la palma.

– Por desgracia, ahora no es…

– El momento adecuado.

– Exacto. Quiero asegurarme de que todo ha ido bien con Samuel y que la cocinera y la doncella se han hecho cargo de Katie. Después os acompañaré a ti y a Gertrude a tu casa. -Miró a Carolyn directamente a los ojos-. Y, aunque me encantaría seguir con esto aquí y ahora, quiero que dispongas de tiempo para pensar. Que asientes las cosas en tu mente. No quiero que tengas dudas.

– ¿No tienes miedo de que, después de reflexionar, cambie de idea?

Él le apretó la mano.

– «Miedo» es una palabra demasiado suave para el terror que me inspira esa posibilidad. Carolyn, el deseo que hay entre nosotros es el más potente que he experimentado nunca. Sé que estar juntos sería extraordinario, pero sólo si esta decisión no está empañada por el arrepentimiento.

– Yo no me arrepiento de lo que hemos compartido esta noche.

– Estupendo. Sólo quiero asegurarme de que te sientes igual por la mañana. -Rozó los labios de Carolyn con los suyos y siguió por la curva de su mandíbula-. Y como tengo una fe ciega en que lo harás… ¿Estás libre mañana a mediodía?

Con el cuerpo de Daniel presionado contra el de ella y la distracción que le causaban sus besos y mordisqueos, a Carolyn le resultó imposible recordar si tenía algún plan al día siguiente, pero, si lo tenía, fuera lo que fuese, lo anularía.

– Sí.

– Estupendo. Planearé una sorpresa.

– ¿Y si no me gustan las sorpresas?

– Ésta te gustará. Te lo prometo.

Un escalofrío de anticipación recorrió el cuerpo de Carolyn. Después de un último y prolongado beso, Daniel se separó de ella, colocó la mano de Carolyn en el hueco de su codo y la condujo por el pasillo hasta el vestíbulo, donde encontraron a Samuel. El criado caminaba con impaciencia de un lado a otro de la habitación y, al verlos, se detuvo.

– La cocinera está preparando un caldo -informó sin más preámbulos-. Y Mary está con Katie y Gertrude.