– ¡Cielos! -murmuró ella deslizando las manos por encima de los hombros de Daniel.
¡Y tanto que «cielos»! Sus dulces exploraciones lo estaban volviendo loco.
– He imaginado tantas veces que me acariciabas de esta forma – declaro él mientras un estremecimiento recorría su cuerpo.
– ¿Ah, sí?
– Más veces de las que puedo contar. -No debería haberlo admitido, pero no podía evitarlo-. Mi fantasía siempre fue agradable, pero la realidad es mucho más placentera de lo que nunca imaginé.
Los dedos de Carolyn recorrieron suavemente el abdomen de Daniel y los músculos de él se tensaron como respuesta.
– Estás… muy bien hecho.
Daniel apoyó las manos en las caderas de Carolyn y se las apretó levemente.
– Y tú también.
Ella recorrió la piel de Daniel justo por encima de la cinturilla de su pantalón.
– Me gustaría mucho que te los quitaras.
– Estamos totalmente de acuerdo.
Daniel cogió a Carolyn de la mano y la condujo al sofá, donde se sentó y se quitó las botas y las medias. Después se puso de pie y juntos desabotonaron sus pantalones. Daniel se los bajó, junto con los calzoncillos, y salió del círculo que formaba su ropa en el suelo.
El alivio que experimentó al librarse de la contención de sus pantalones se desvaneció de inmediato cuando ella rozó con la yema de los dedos la cabeza de su erección. Daniel cerró los ojos e inhaló aire, y contuvo el aliento cuando ella deslizó los dedos con suavidad por la extensión de su miembro y sus pulmones dejaron de funcionar.
Justo cuando creía que ya no podía aguantar más, ella se detuvo. Daniel estuvo apunto de pedirle que continuara. Abrió los ojos con esfuerzo y vio que Carolyn cogía la rosa del jarrón de plata. La mirada que ella le lanzó le hizo sentir como si un fuego le recorriera la piel por dentro.
– Ayer por la noche me enseñaste una nueva finalidad para las rosas. -Carolyn realizó un círculo con la aterciopelada flor alrededor del glande de Daniel-. Es justo que te devuelva el favor.
Daniel soltó un gruñido ronco.
– La devolución de ese favor me va a volver loco…
– Tengo que hacerte una confesión -susurró ella, rodeando el miembro de Daniel con la mano mientras seguía acariciando su glande con la rosa.
El afianzó los pies en el suelo y exhaló aire con lentitud. Una vez más tuvo que realizar un esfuerzo para hablar.
– ¿Una confesión? -consiguió preguntar.
– Sí, aunque no es, ni de cerca, medianoche.
– Me temo que no podría aguantar tanto. Sobre todo, si sigues haciendo… ¡aaaahhh!… esto.
– Mejor. Me dijiste que las confesiones a medianoche son peligrosas.
– Peligrosas, sí.
Lo que describía, con exactitud, la situación de aquel momento. El corría el peligro inminente de perder lo que le quedaba de su autodominio, que se estaba desvaneciendo con toda rapidez. Rechinó los dientes por el intenso placer que le proporcionaba el contacto de las manos de Carolyn y las caricias que le daba con la flor. Soportó la dulce tortura hasta que la urgencia del clímax se volvió abrumadora. Entonces, con un jadeo, cogió las muñecas de Carolyn.
– Si con peligro te refieres a que corro el riesgo de llegar demasiado pronto al clímax… -Dejó la rosa sobre la mesa, colocó las manos de Carolyn a sus lados y cogió el cinturón de su bata-. Antes me dijiste que era un problema que estuvieras desnuda tú sola. Me temo que ahora debo decirte lo mismo a la inversa.
– ¿Quieres que me desnude?
Daniel lanzó una mirada significativa a su erección.
– Resulta evidente.
Un brillo perverso iluminó los ojos de Carolyn.
– ¿Y cuánto lo quieres?
Si supiera cuánto, seguramente se asustaría, pues hasta él lo estaba. Desató el nudo del cinturón de Carolyn, deslizó las manos por dentro de la bata de satén y las subió por la suave espalda de Carolyn.
– No se me ocurre nada que quisiera más en este momento -declaró el quitándole la bata lentamente por los hombros.
– ¿Un millón de libras? -sugirió ella con voz picara.
La bata se deslizó por los brazos de Carolyn y cayó a sus pies con un suave susurro. La ávida mirada de Daniel recorrió el cuerpo de Carolyn. Su piel suave y de color crema. Sus pechos turgentes coronados por unos pezones excitados que parecían pedirle que los tocara. La suave curva de su cintura y el borde de su ombligo. El triángulo de rizos dorados que había en el vértice de sus magníficas piernas, que se estrechaban hasta llegar a sus delgados tobillos. Y el exquisito arco de sus pies desnudos.
– Una vez más, creo que te toca hablar a ti -declaró Carolyn.
– Lo haría, pero creo que me he quedado sin palabras. Salvo para decir que eres la mujer más bonita que he visto en toda mi vida. -Alargó los brazos y le cogió los pechos-. La más suave que he tocado en toda mi vida. -Avanzó un paso, se inclinó y rozó con sus labios la curva donde se encontraban el cuello y el hombro de Carolyn-. ¡Hueles tan bien…! -Sus dedos acariciaron los tensos pezones de Carolyn-. ¡Es tan agradable tocarte…! -Deslizó la lengua por el carnoso labio inferior de Carolyn-. ¡Y sabes tan bien…!
– ¡Pues has pronunciado bastantes palabras! Y todas me han gustado.
Su voz se convirtió en un vaporoso suspiro cuando él se inclinó e introdujo uno de sus pezones en su boca.
Aunque lo que había dicho era cierto, Daniel pensó que habría sido más acertado decir que ninguna mujer había resultado nunca tan agradable al tacto a nadie. Ni su sabor le había resultado tan bueno a nadie. Nunca.
Ella deslizó los dedos por el pelo de Daniel y arqueó la espalda ofreciéndose más, invitación que él enseguida aceptó. Daniel introdujo todavía más el terso pezón de Carolyn en su boca, bajó la mano por su espalda hasta la tentadora curva de sus nalgas y la apretó más contra él. Entonces bajó más la mano, cogió el muslo de Carolyn por la parte de atrás y le levantó la pierna, apoyándola en su cadera. Después deslizó los dedos por el sexo de Carolyn y un gruñido vibró en su garganta.
Daniel levantó la cabeza, y contempló el rostro acalorado de Carolyn y sus ojos cerrados.
– ¡Estás tan húmeda…! -Deslizó dos dedos en su interior y ella jadeó y exhaló un gemido-. ¡Tan apretada y caliente…!
¡Y él estaba tan duro…! ¡Y ella era tan deliciosa y hacía tanto tiempo que la deseaba…! Sencillamente, no podía esperar más. ¡Demonios, si, prácticamente, estaba temblando! Sacó los dedos del cuerpo de Carolyn, la cogió en sus brazos y la echó con suavidad en el sofá tumbándose él también. Se colocó entre las piernas abiertas de Carolyn, se apoyó en sus antebrazos y, poco a poco, rozó con su glande la húmeda grieta de Carolyn mientras contemplaba todos los cambios que se producían en la ruborizada cara de ella.
– Abre los ojos, Carolyn.
Ella abrió los párpados con esfuerzo y sus miradas se encontraron. Los ojos de Carolyn brillaban de excitación, pero, de algún modo, ella parecía más centrada en el acto mismo que en quién le estaba haciendo el amor. Y él quería que ella fuera consciente, muy consciente, de quién le estaba haciendo el amor.
– Di mi nombre -pidió Daniel con voz ronca y los músculos en tensión por el esfuerzo de la contención.
Ella parpadeó y examinó su cara. Después de varios y largos segundos, por fin susurró:
– Daniel.
Algo parecido al alivio recorrió el cuerpo de Daniel. Introdujo justo la punta de su pene en el interior de Carolyn y se detuvo.
– Vuelve a decirlo.
– Daniel.
Introdujo otro centímetro de su miembro.
– Otra vez.
Ella entrelazó sus dedos con el pelo de Daniel.
– Daniel. -Arqueó la espalda y repitió-: Daniel… Daniel…