– Sea lo que sea, haré lo posible por complacerte.
– ¿Sin siquiera saber de qué se trata?
– Sí.
– ¿Y si te pido algo totalmente desorbitado?
– Haría lo posible por complacerte. ¿Tu petición desorbitada incluye que nos quitemos la ropa?
Carolyn le dio un manotazo de broma en el brazo.
– ¿Lo ves? ¡Ya estás con otro tema sensual!
– No, es otro tema de ropa. Pero, sea cual sea tu petición, te aseguro que sólo tienes que manifestarla.
Incluso a pesar de las bromas, Carolyn tuvo la impresión de que Daniel hablaba realmente en serio.
– Con estas ofertas tan generosas, deben de aprovecharse de ti con frecuencia.
– Al contrario, nunca se han aprovechado de mí porque no es algo que ofrezca con frecuencia.
Sus palabras, pronunciadas con aquella voz suya tan seria y dulce… Su voz… tan profunda y sensual… ¡Cielos! ¿De qué estaban hablando? ¡Ah, sí, de su petición!
Carolyn carraspeó.
– Me gustaría hablar contigo acerca de Katie y conocer a tu familia.
Una expresión de recelo cruzó las facciones de Daniel y, después, su cara se volvió inexpresiva.
– ¿Mi familia? Me temo que es imposible, pues están viajando por el continente.
– Me refiero a tu familia de animales. A tus mascotas.
– ¡Ah, esa familia! -exclamó Daniel, sonando aliviado. Levantó la mano de Carolyn y le dio un cálido beso en la sensible piel del interior de su muñeca-. Me encantará hablar contigo de Katie o de cualquier otro tema que desees. En cuanto a mis mascotas, será un placer y un honor presentártelas, aunque debo advertirte que forman un grupo bastante inusual.
El carruaje se detuvo y Daniel descorrió las cortinas.
– ¿Preparada? -le preguntó a Carolyn con una sonrisa.
– Preparada -respondió ella.
Pero ¿lo estaba? Para entrar en la casa de Daniel sí, pero su voz interior le advertía a gritos que no estaba en absoluto preparada para lo que, en última instancia, podía significar meterse en aquella aventura con Daniel. Y lo que podía significar seguir con aquella aventura para la existencia que había construido con tanto cuidado para sí misma. Y, a pesar de todos los esfuerzos que hizo para acallar aquella voz, ésta siguió susurrando en su mente.
Capítulo 15
Gracias a mi amante, los artículos cotidianos adquirieron significados completamente nuevos y sensuales. La mantequilla y la miel extendidas sobre la piel constituían un delicioso tentempié de medianoche. Y mis medias de seda eran cuerdas perfectas para atar a mi amante a la cama…
Memorias de una amante,
por una Dama Anónima
En cuanto Barkley abrió la puerta y Carolyn y Daniel entraron en el vestíbulo, se vieron asediados por la familia de Daniel, cuyos miembros ladraban y maullaban en diversas octavas y con distinta intensidad. Daniel se preguntó si el aspecto, decididamente imperfecto, y la bienvenida casi ensordecedora de sus mascotas, incomodarían a Carolyn como lo habían hecho con las últimas mujeres que había invitado a su casa. Sin embargo, en lugar de retroceder ante el caos y las lesiones cicatrizadas de las mascotas, Carolyn se sumergió de lleno en el barullo.
Los galos se restregaron contra las botas de Daniel mientras los cuatro alborotadores perros le dieron la bienvenida con tal entusiasmo que parecía que hubiera estado fuera durante semanas. Resultaba evidente que Carolyn les gustaba y, tras unos cuantos olfateos preliminares, la recibieron como si fuera una gran amiga a la que habían perdido de vista hacía mucho tiempo. Con cada maullido y ladrido, parecían preguntarle a Danieclass="underline" «¿Quién es esta deliciosa criatura que nos has traído?»
Daniel contempló la resplandeciente sonrisa de Carolyn y sintió como si el pecho se le encogiera.
«Es Carolyn, y la adoraréis.»
Daniel se acuclilló y enseguida fue objeto de una avalancha de jubiloso afecto canino que estuvo a punto de tumbarlo. Al ver aquel desenfreno, Carolyn se echó a reír, se acuclilló junto a Daniel y enseguida recibió una lluvia de entusiasta afecto canino y ronroneos felinos.
– Son maravillosos -consiguió decir entre risas entrecortadas mientras acariciaba y rascaba a los animales y eludía los besos caninos.
– Están locos -la corrigió Daniel, incapaz de dejar de reír a pesar del tono exasperado con que lo dijo-. Te los presentaré -declaró levantando la voz para que ella lo oyera por encima del barullo. Le dio unas palmaditas al perro de enmarañado pelo marrón y raza indescriptible que no tenía cola y declaró-: Éste es Rabón. -Entonces señaló con la cabeza, un perro castaño y mediano al que le faltaba una de las patas traseras y que intentaba, con todas sus fuerzas, lamer la barbilla de Carolyn-. Ese tan ligón es Paticojo.
– Y supongo que éste es Pelón -declaró Carolyn, cogiendo al cachorro sin pelo y de mirada enternecedora que jadeaba de placer.
– Exacto. Y este demoniete es Gacha -contestó Daniel, cogiendo a una inquieta bola de pelo blanco y negro que sólo tenía una oreja puntiaguda y con el extremo caído.
Entonces señaló los dos gatos, que ahora estaban sentados tranquilamente a varios metros de distancia con la cola enrollada alrededor de su propio cuerpo. Los gatos observaban toda aquella actividad canina con un desdén y una altanería felinos que indicaban, claramente, que la consideraban indigna.
– La negra con un solo ojo se llama Guiños -explicó Daniel.
– Sí, la conocí ayer por la noche.
– Y la de manchas es Ladeo. Es el único miembro de este grupo salvaje que se muestra reservado y le falta un trozo de una de las patas delanteras. Las dos creen que la casa es suya. Amablemente, nos permiten, a mí y a los sirvientes, vivir aquí, pero con la condición de que las alimentemos. Estoy convencido de que se pasan todo el tiempo que no están durmiendo conspirando para echar a los perros a la calle.
Dejó a Gacha en el suelo, se incorporó y le tendió la mano a Carolyn quien, a su vez, dejó a Pelón sobre el suelo de mármol y apoyó la mano en la de Daniel. Aquel simple acto no tenía por qué haber acelerado el corazón de Daniel como lo hizo.
Cuando Carolyn estuvo de pie, Daniel miró al cuarteto de inquietos perros y ordenó:
– ¡Sentaos!
Reconociendo la voz de la autoridad, Paticojo, Rabón y Pelón lo obedecieron de inmediato. Sin embargo, Gacha continuó erguida y agitando su ágil cola.
Carolyn se rió al ver la actitud de la pequeña perra que la miraba con ojos negros y mirada de adoración.
– Parece que este perrito necesita un poco más de entrenamiento.
– Perrita -la corrigió Daniel-. Y me temo que se necesita algo más que entrenamiento con ella.
– ¿A qué te refieres?
– No habla inglés.
Carolyn parpadeó sorprendida.
– ¿Disculpa?
– Supongo que debería decir que no entiende el inglés. Samuel la encontró frente a un edificio del que provenían unos gritos en francés.
– Nunca había oído nada parecido. Quizás ha perdido oído a causa de las heridas que ha sufrido.
– ¡Ah, no, si ella oye bien! Sobre todo cuando se habla de comida.
– ¿Has intentado hablarle en francés?
– Por desgracia, mi francés es horrible y todavía tengo que encontrar a alguien que sepa dar órdenes a un perro en francés. -Lanzó a Carolyn una mirada esperanzada-. Supongo que no hablarás francés.
– Sólo un poco, y me temo que bastante mal. Aun así, podría intentarlo. -Miró a Gacha y se aclaró la garganta-. Asseyezvous!
El trasero de Gacha enseguida se aposentó en la baldosa de mármol que tenía debajo.
Daniel la contempló durante varios segundos y después se echó a reír.
– ¡Eres una genio!
Carolyn sonrió abiertamente.
– En absoluto. Además, mi acento es horroroso.
– Tonterías. Es perfecto. Y ahora, mi encantadora genio, ¿puedes decirle que deje de morder mis botas? ¿Y mis muebles? ¿Y mis bastones de paseo?