Sin embargo, Kimberly era su anfitriona y su antigua amante, y el protocolo exigía que se mostrara amable. Desde luego, no era culpa de ella que él tuviera prisa en cruzar la habitación.
– ¿Cleopatra? -intentó adivinar Daniel, cogiéndole la mano y rozando con sus labios los dedos de Kimberly.
– Así es -contestó ella con un susurro sensual-. Esperaba que tú fueras disfrazado de Marco Antonio, su amante. ¿No recibiste mi nota sugiriéndote que lo hicieras?
Daniel había recibido su misiva, pero la ignoró. Se habían separado amigablemente antes de que él partiera para la fiesta en la casa solariega de Matthew y tenía la intención de que las cosas siguieran de aquella manera: amigables y separadas.
– He llegado a Londres esta misma tarde y no he podido leer la montaña de cartas que me esperaba en casa -contestó, mientras tranquilizaba su conciencia al recordarse a sí mismo que ésa era la verdad.
– ¿Te lo estás pasando bien?
– Muy bien. Tus fiestas siempre son entretenidas.
Desvió la mirada más allá del hombro de Kimberly y se puso en tensión. Carolyn seguía sonriendo al pirata, quien le tendía una copa de champán. ¡Maldición, quizá pincharlo con la punta de la espada era demasiado suave! Sería mejor colgarlo del palo mayor.
– Me alegro.
Kimberly se acercó un poco más a él y Daniel recibió una oleada de su exótico aroma. La mano de ella le rozó discretamente el muslo y Daniel volvió a centrar su atención en Kimberly. Sus ojos de color esmeralda despidieron, a través de la máscara, un brillo seductor.
– Se me ocurre algo más que podría resultarte entretenido.
Daniel esbozó una sonrisa forzada y contuvo su impaciencia. Quizás, en otro momento y en otro lugar, habría aceptado la oferta, pero en aquel instante, simplemente, no estaba interesado. Sin embargo, no quería ofenderla, pues se enorgullecía de ser amigo de sus antiguas amantes.
Daniel realizó una reverencia y esbozó una rápida sonrisa.
– Estoy seguro de que podrían ocurrírsete un montón de cosas entretenidas, pero de ningún modo querría privar a tus invitados de tu presencia. Dale recuerdos a su excelencia -añadió, refiriéndose al duque de Heaton, el hombre que, según se rumoreaba, era su último amante y que, además, tenía la reputación de ser extremadamente generoso con sus queridas.
Sin duda, Kimberly cosecharía un buen número de caros adornos en aquella relación.
Alguien más reclamó la atención de Kimberly y Daniel aprovechó la oportunidad para perderse en la multitud. Se dirigió directamente hacia Carolyn y el pirata, quien estaba a punto de sufrir una derrota aplastante. Mientras se abría paso entre la multitud, los compases de la música se elevaron por encima de la cacofonía de las voces y las risas. Durante unos segundos, Daniel perdió de vista a la pareja y se detuvo. La multitud que lo rodeaba se movió y Daniel apretó los puños. El maldito pirata se había inclinado hacia Carolyn y le susurraba unas palabras al oído. ¡Y ella rió su gracia abiertamente!
Daniel tuvo que hacer acopio de todo su autodominio para no abrirse paso a empellones, dirigirse hacia ellos con furia y, como sugería su disfraz de bandolero, raptar a Carolyn.
– Parece como si acabaras de morder un limón -declaró una voz familiar y divertida detrás de él.
Daniel se dio la vuelta y vio que alguien disfrazado de Romeo lo estaba escudriñando.
– Se supone que esto es una jodida fiesta de disfraces -murmuró Daniel con una voz que reflejaba toda la rabia que lo invadía-. ¿Cómo es que todo el mundo me reconoce con facilidad?
– Yo no te habría reconocido a no ser por dos detalles -declaró Matthew en su papel de Romeo.
– ¿Y cuáles son esos detalles?
– El primero es que me contaste que pensabas ir disfrazado de salteador de caminos, lo que constituye todo un indicio.
– Sí, supongo que sí-balbuceó Daniel sin apartar su atención de la pareja que reía al borde de la pista de baile.
– Y en segundo lugar, la dura mirada que estás lanzando a Logan Jennsen me ha acabado de aclarar cualquier duda. Y, aunque te agradezco tu animadversión hacia él por mi causa, debo decir que ya no es necesaria. Ahora que Sarah y yo estamos casados, no se atreverá a mirar a mi mujer con ojos lascivos. De hecho, estoy considerando la posibilidad de embarcarme en un negocio con él.
Daniel volvió la cabeza poco a poco para mirar a su amigo.
– ¿Ese pirata es Logan Jennsen? -preguntó con lentitud y en voz tan grave que incluso a él mismo le sonó como un gruñido.
No le importaba que Jennsen le hubiera ahorrado un montón de dinero desaconsejándole que participara en una inversión que, al final, resultó ser un desastre. A pesar de la buena visión financiera de Jennsen, a él nunca le había caído bien aquel norteamericano engreído y adinerado que parecía estar en todos los eventos sociales. Además, en aquel momento en concreto, aquel hombre le desagradaba especialmente.
Matthew Romeo arqueó las cejas.
– ¿Me estás diciendo que no sabías que se trataba de Jennsen? -Miró hacia el pirata y se quedó paralizado. Poco a poco se volvió de nuevo hacia Daniel-. No.
– ¿No qué?
Matthew apretó los labios y señaló un rincón de la sala con un gesto de la cabeza. Daniel murmuró un juramento y siguió a su amigo hasta aquella zona, que estaba menos concurrida.
– ¿No qué? -repitió Daniel bajando la voz para que nadie los oyera.
– Si no sabías que era Jennsen, eso sólo puede significar que estabas mirando con rabia a quienquiera que estuviera hablando con Carolyn.
Daniel no se molestó en hacer ver que no conocía la identidad de la mujer disfrazada de Galatea y miró a Matthew directamente a los ojos.
– ¿Y qué?
– ¡Maldita sea! Ya sospeché que ocurría algo de este tipo en la fiesta de mi casa, pero estaba tan ocupado en mis asuntos que no presté mucha atención. -Matthew soltó un largo suspiro-. No es la mujer adecuada para ti, Daniel.
Una vez más, Daniel no simuló que no lo entendía.
– Quizá yo esté buscando a la mujer inadecuada.
– Ella no es del tipo de mujer con el que tú normalmente… tratas.
– ¿Y qué tipo es ése?
– El tipo hastiado. El tipo que va de una relación a otra. -Bajó la voz todavía más-. Ella es una mujer decente.
Una mezcla de indignación y dolor recorrió el cuerpo de Daniel.
– ¿Insinúas que no soy un hombre decente?
– Claro que no. De hecho, eres mucho mejor persona de lo que tú crees, pero en lo relacionado con las mujeres, te gustan…
– ¿Las relaciones superficiales y breves que se fundan sólo en el placer físico? -sugirió Daniel con amabilidad cuando vio que Matthew no encontraba las palabras adecuadas.
– Exacto. Y siempre que este tipo de relación te haga feliz a ti y a tu compañera, es del todo aceptable. Pero éste no es el tipo de compromiso que haría feliz a Carolyn.
– Quizá deberíamos dejar que ella misma lo decidiera.
Matthew lo estudió durante unos segundos y añadió en voz baja:
– Carolyn es la hermana de Sarah y no quiero que sufra.
– ¿Qué te hace creer que la haré sufrir? La única forma de que alguien sufra es si su corazón está implicado, y ella ha dejado muy claro que el suyo pertenece a su difunto marido.
– Entonces, ¿por qué te interesa?
Daniel sacudió la cabeza.
– Es evidente que tu matrimonio ha hecho que lo veas todo de color de rosa. La situación de Carolyn me ofrece la mejor de las oportunidades: una aventura en la que no tengo que preocuparme de que ella se enganche a mí como una lapa molesta y, al mismo tiempo, ningún hombre vivo querrá retarme a un duelo al amanecer. -Vio que Carolyn y Jennsen entrechocaban el borde de sus copas de champán y una desagradable sensación que se parecía en todo a los celos ardió en su interior-. Seremos discretos y nadie sufrirá.