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Pero ahora que había cumplido sus obligaciones sociales, lo único que quería era irse de allí. Con Carolyn, a quien, a pesar de todos sus esfuerzos, no había conseguido borrar de su mente ni siquiera un instante. Sobre todo después de leer el explícito libro que le había enviado. Las breves palabras que ella había escrito en la nota adjunta estaban grabadas en su mente: «Quiero todo esto.»

¡Y por Dios que él quería dárselo! Y había decidido empezar allí mismo, empleando uno de los métodos utilizados por uno de los amantes de la Dama Anónima. En una de las fiestas a las que asistieron, el amante de la dama se mantuvo alejado de ella a propósito para crear un ambiente de expectativa. El estaba haciendo lo posible por mantenerse a distancia de Carolyn, pero le estaba costando muchísimo. Quizá le iría mejor si empleara otro de los métodos descritos en el libro. El de arrastrar a hurtadillas a su amante a la habitación vacía más cercana, cerrar la puerta con pestillo y proceder a demostrarle lo mucho que la deseaba. Pero sabiendo los rumores que había despertado el hecho de que estuvieran juntos durante el tiroteo de la noche anterior, por respeto a Carolyn, decidió actuar con discreción.

Aunque…, el plan de arrastrarla fuera de aquella habitación quizá fuera mejor, pues el bastardo de Jennsen estaba hablando con ella en aquellos momentos. Y sonriéndole. Y, maldita sea, ella le estaba devolviendo la sonrisa. De hecho, estaban hablando como si fueran los mejores amigos del mundo.

– Debo decirte que me sorprende que estés disfrutando de la fiesta -declaró Matthew-, porque por tu aspecto nadie lo diría. Tu cara parece una nube tormentosa.

¡Maldición! Daniel cambió de expresión y bebió un trago de coñac.

– La fiesta es estupenda.

– Me alegra que opines así. Personalmente, me cuesta esperar a volver a casa con mí encantadora mujer y quitarle ese precioso vestido que lleva puesto. ¿Tienes planes para más tarde?

«Sí, voy a tirar al bastardo de Jennsen a las zarzas más cercanas. Después haré el amor con la mujer más hermosa que he visto en mi vida.»

– ¿Por qué me lo preguntas?

– Sólo por charlar. -Se interrumpió y añadió-: Sorprendente pareja.

– ¿Quién?

– Carolyn y Jennsen.

Daniel apretó con fuerza la copa de coñac.

– No son una pareja -declaró, orgulloso de lo indiferente que sonó su afirmación.

– Lo mismo pensaba yo, pero algo que me ha contado Sarah hace menos de un cuarto de hora me ha hecho cambiar de opinión.

– ¡Vaya! ¿Y qué te ha contado tu esposa?

– Que Jennsen la besó. Me refiero a Carolyn, claro, no a mi esposa. Si hubiera besado a mi esposa, te aseguro que no habría podido asistir a la fiesta.

A Daniel se le heló la sangre. Se volvió poco a poco hacia Matthew.

– ¿Disculpa?

– Digo que, si hubiera besado a mi esposa…

– Esta parte no, la otra.

– ¡Ah! Que Jennsen ha besado a Carolyn.

Daniel se sintió como si lo hubieran apuñalado y preguntó con sequedad:

– ¿Cuándo?

– Hoy.

Daniel negó con la cabeza.

– Te equivocas.

Tenía que equivocarse.

– Te aseguro que no.

– ¿Dónde?

Matthew frunció el ceño.

– Sarah no me lo ha contado, aunque, si tuviera que adivinarlo, diría que en el salón.

– Me refiero a qué parte del cuerpo le ha besado. ¿La mano? ¿La mejilla?

Aunque odiaba la idea de que la hubiera besado, suponía que podría reprimirse y no darle a Jennsen una patada en el culo por besarle la mano o la mejilla a Carolyn. Al menos, eso creía.

Matthew sacudió la cabeza.

– ¡Ah, no! En los labios. Y, según Sarah, fue todo un beso.

Daniel se sintió como si fuera a expulsar vapor por todos los poros de su cuerpo.

– ¿Qué demonios significa eso?

Al oír su tono de voz, Matthew arqueó una ceja.

– Seguro que, con todas las amantes que has tenido, sabes qué tipo de beso es «todo un beso».

Una neblina roja empañó la visión de Daniel. El bastardo de Jennsen había besado a Carolyn. A su Carolyn. Iba a hacer algo más que patear el maldito culo colonial de Jennsen. Lo iba a patear durante todo el camino de regreso a Norteamérica. Separó los labios para hablar, pero estaba tan furioso que las palabras no salieron de su boca. Nunca, en toda su vida, se había sentido tan enfadado. O tan terriblemente celoso.

Lo que resultaba ridículo. El no tenía ningún derecho sobre Carolyn. Como sus anteriores amantes, ella era libre de hacer lo que quisiera con quien quisiera. Igual que él. El problema consistía en que, a diferencia de sus anteriores aventuras, él no deseaba a nadie más que a ella. Y la posibilidad de que ella deseara a alguien que no fuera él, que compartiera con otro hombre las intimidades que había compartido con él, lo destrozaba. Era evidente que Jennsen se sentía atraído por Carolyn. Pero ¿ella también se sentía atraída por Jennsen?

– ¿Cuál fue su reacción al beso de Jennsen?

Daniel tuvo que esforzarse para que las palabras salieran por su tensa garganta.

– No tengo ni idea. Pero no parece estar enfadada con él. Y está claro que no le amorató un ojo. -Matthew se inclino hacia Daniel-. Tenía la impresión de que estabas interesado en ella. Si es así, será mejor que dejes de mariposear por ahí.

– ¿Qué te hace pensar que estoy mariposeando por ahí?

– El hecho de que ella esté allí charlando y sonriéndole a Jennsen y que tú estés aquí conmigo es prueba suficiente.

Daniel vio que Jennsen le tendía a Carolyn un vaso de ponche e intentó apartar de su mente la imagen de aquel bastardo besando a su mujer. Saboreándola. Tocando su piel. Haciendo el amor con ella.

«Ella no es tu mujer. Es tu amante. Nada más.»

Sí. Y eso era lo que él quería. Una frugal aventura, como de costumbre. Y lo que ella quería también, porque su corazón seguía entregado a Edward. ¡Cielos, ya era bastante malo tener que competir con el recuerdo de su esposo muerto! Esposo que Carolyn había colocado en un pedestal tan alto que casi lo había convertido en una divinidad. ¡Y encima ahora tenía que competir con Jennsen! Alguien mucho más vivo que, evidentemente, no tenía reparos en tomar lo que deseaba. Y alguien que, por la forma en que ella le sonreía, a Carolyn le gustaba.

Pues bien, Daniel tampoco tenía reparos en tomar lo que deseaba, algo que Jennsen descubriría antes de que terminara aquella velada.

Matthew declaró en voz baja:

– Si yo fuera tú, no me preocuparía. Recuerdo con claridad que me dijiste que todas las mujeres se ven iguales en la oscuridad. Según esta teoría, cualquier mujer servirá para satisfacer tus apetitos carnales. De hecho, en esta misma habitación hay un montón de féminas encantadoras entre las que escoger.

¿Ah, sí? No se había dado cuenta. La única mujer a la que había prestado atención en toda la noche era Carolyn. Incluso mientras hablaba con otras mujeres, como Kimberly y Gwendolyn, lady Margate, con quienes había mantenido relaciones íntimas en el pasado, sólo estaba pendiente de Carolyn. De dónde estaba, de con quién hablaba y de cuántas veces había mirado en su dirección. Además, era evidente que tenía que revisar su teoría de que todas las mujeres eran iguales en la oscuridad, pues Carolyn la había roto en pedazos.

Matthew soltó un respingo.

– ¡Vaya, la caída de los grandes!

– ¿A qué te refieres?

– A ti, amigo mío. Me refiero a ti. Hace muy poco tiempo me dijiste que sólo deseabas tener una aventura y que querías que tu corazón fuera sólo tuyo.

Daniel apartó con esfuerzo la mirada de Carolyn y Jennsen y miró con enojo a su amigo.