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– Sólo si quieres ver de qué se trata.

Aunque le resultaba casi imposible concentrarse en nada que no fuera la desnudez de Daniel, Carolyn consiguió quitar la cinta y el papel de seda que envolvía el paquete y descubrió un libro encuadernado en piel y ligeramente usado. Deslizó el dedo por las letras doradas del título. Breve recopilación de mitología griega.

– Galatea le dijo al salteador de caminos que, en lugar de joyas, preferiría un libro del caballero en cuestión. Como tú me has regalado uno de tus libros, he creído apropiado regalarte uno de los míos. -Tocó un trozo de cinta azul que sobresalía de las páginas-. He señalado las páginas que hablan de Galatea.

– Gracias.

– De nada. -Daniel curvó una de las comisuras de sus labios-. Aunque no es tan estimulante como el libro que tú me regalaste.

– Aun así, lo guardaré como un tesoro.

– Me alegro. -Daniel cogió el libro y lo dejó sobre la mesilla. -Y hablando de tesoros, ya va siendo hora de que el salteador de caminos coja su botín. -Cogió a Carolyn por la cintura y bajó la mirada por su cuerpo hasta los pies y volvió a subirla-. Estás maravillosa.

– Tú también.

– Sólo que tú estás demasiado vestida.

– Ya me he dado cuenta. -Carolyn recorrió el pecho de Daniel con las manos-. ¿Me ayudarás a corregirlo?

– Es la invitación más tentadora que he recibido nunca.

Mientras Daniel le desabrochaba el cinturón de la bata, Carolyn presionó los labios contra el centro de su pecho, cerró los ojos y respiró su aroma. Su olor, cálido y limpio, con un toque de madera de sándalo y algodón almidonado, hizo que la cabeza le diera vueltas. Le hizo desear hundirse en su piel y no hacer nada más que respirarlo.

Carolyn recorrió su pecho con sus besos absorbiendo el grave gruñido de aprobación de Daniel mientras él le quitaba la bata por los hombros. La bata cayó a los pies de Carolyn con un susurro de seda. A continuación, Daniel deshizo con lentitud la trenza de Carolyn y deslizó las manos entre su pelo. Los dedos de ella siguieron el contorno del esculpido abdomen de Daniel y se apoyaron en la parte baja de su espalda. Cuando Carolyn lamió el pezón de Daniel, él soltó un respingo.

Daniel irradiaba tensión, demostrando que se estaba sometiendo a un estricto control, pues estaba decidido a no perder el autodominio. Por desgracia, o quizá por fortuna, Carolyn estaba igualmente decidida a hacerle perder ese dominio. De aquella forma suya que hacía que a él se le detuviera el corazón y se le encogieran las entrañas.

– Me estás distrayendo de mi tarea-declaró Daniel, rozando el cuello de Carolyn con los labios.

– ¿Y qué tarea es ésa?

– Desnudarte.

– ¡Ooohhh…!

La voz de Carolyn se apagó cuando Daniel le cubrió los pechos con las manos y excitó sus pezones a través de la seda de su camisón. Entonces Daniel subió las manos y las introdujo por debajo de los finos tirantes del camisón de Carolyn bajándoselos por los hombros. Carolyn contuvo el aliento. El fresco tejido recorrió la ardiente piel de Carolyn y se unió a la bata junto a sus tobillos.

– ¡Maravilloso! -murmuró Daniel mientras recreaba su vista en el cuerpo de Carolyn.

Recorrió con suaves besos el cuello y la clavícula de Carolyn y bajó por su pecho, donde realizó lentos círculos con su lengua alrededor de su pezón. Le cubrió el otro pecho con una mano y bajó la otra por su columna vertebral hasta llegar a sus nalgas, donde rozó con sus dedos la sensible hendidura que las separaba.

Carolyn inhaló hondo y, cuando Daniel succionó su pezón con su cálida boca, exhaló el aire en un largo gemido. Carolyn deslizó los dedos por el espeso pelo de Daniel mientras todo en su interior se aceleraba y palpitaba produciéndole una tensión enervante que exigía liberación. Carolyn separó las piernas, una silenciosa invitación a que él tocara su sexo húmedo e hinchado. Pero Daniel, en lugar de hacerlo, siguió acariciando sus pechos y lamiéndolos sin prisas mientras masajeaba sus nalgas.

Carolyn deslizó una mano entre ellos para tocar su miembro, pero Daniel levantó la cabeza y le agarró la mano.

– ¡Todavía no!

Flexionó las rodillas y cogió a Carolyn en brazos. Ella soltó un respingo de sobresalto y rodeó el cuello de Daniel con los brazos mientras él la conducía a un rincón de la habitación.

– Soy perfectamente capaz de caminar sola -se sintió impulsada a decir Carolyn, aunque disfrutaba de la fuerza de Daniel.

– Lo sé, pero yo soy totalmente incapaz de separar mis manos de ti.

La dejó con suavidad delante del espejo de cuerpo entero del rincón y cogió el taburete redondo y forrado de terciopelo que había delante del tocador de Carolyn. Después de dejarlo a sus pies, se colocó detrás de ella acomodando su erección en su trasero.

Carolyn vio, en el reflejo del espejo, que las grandes manos de Daniel aparecían por ambos lados de su cintura y le cubrían los pechos.

– Quiero hacerte el amor aquí-declaró Daniel con dulzura mientras rozaba la sien de Carolyn con sus labios y clavaba su intensa mirada en la de ella en el espejo-para que puedas verme no sólo a mí, sino a ambos. Juntos. Verme a mí acariciándote. -Sus dedos juguetearon con los prominentes pezones de Carolyn-. Besándote. -Deslizó los labios por la oreja de Carolyn-. Saboreándote -murmuró deslizando la lengua por el cuello de ella.

Un hormigueo recorrió la piel de Carolyn, quien cerró los ojos y se entregó a las caricias de Daniel.

– Mírame -pidió él con voz ronca-. No cierres los ojos.

Carolyn abrió los ojos y su mirada colisionó con la de él. Nadie la había mirado nunca con un ardor tan ferviente y concentrado. Con una avidez tan intensa.

– Quiero que me veas tocarte, Carolyn.

Una de las manos de Daniel bajó por el torso de Carolyn, pasó por encima de su cadera y le agarró el muslo por debajo. Le subió la pierna y apoyó su pie en el taburete acolchado.

Carolyn se ruborizó por completo al verse tan expuesta, pero cualquier vergüenza que hubiera experimentado se evaporó con el primer roce de los dedos de Daniel en su húmedo sexo.

Un largo «¡Oooohhhh!» de placer escapó de la garganta de Carolyn, quien arqueó la espalda en un ruego silencioso para que la acariciara más.

– ¡Eres tan suave y hermosa…! -le dijo Daniel a su reflejo mientras una de sus manos jugaba despacio con el pecho de Carolyn y los dedos de la otra acariciaban con lentitud sus pliegues hinchados-. ¡Tan húmeda…! -Hundió los labios en el pelo de Carolyn, inhaló hondo y soltó un gruñido-. ¡Hueles tan increíblemente bien…! ¡Y tu tacto es tan agradable…!

Ella levantó los brazos, los llevó hacia atrás y le rodeó el cuello.

– ¡Y tú me haces sentir tan increíblemente bien…! -susurró Carolyn, fascinada por la excitante visión de las manos de Daniel proporcionándole placer.

Él continuó con su lento pero incesante asalto al cuerpo de Carolyn. Introdujo dos dedos en su interior y bombeó lentamente mientras presionaba la palma de su mano contra su sensible abultamiento de carne con la suficiente presión para hacerla temblar pero sin proporcionarle el alivio que su cuerpo ansiaba con desesperación.

La respiración de Carolyn se volvió rápida y superficial y, con un gemido de desesperación, se arqueó contra la mano de Daniel, buscando, necesitando más. Mientras jadeaba, apoyó la cabeza en el hombro de Daniel y, perdida en una niebla de necesidad y sensaciones, sus ojos se cerraron.

– Abre los ojos, Carolyn. Mírame -exigió Daniel con voz grave.

Y ella lo obedeció. La mirada, caliente e intensa de Daniel se encontró con la de Carolyn en el espejo.

– Dime que me quieres.

Carolyn se humedeció los labios y luchó por encontrar su voz.

– Ya sabes que sí.

Él introdujo un poco los dedos en su interior.

– Dilo.

– Yo… te quiero.

¡Santo cielo! ¿Acaso no se daba cuenta? ¿No veía que ella estaba a punto de derretirse?