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– ¿Estás bien? -preguntó Daniel con una voz baja y áspera que Carolyn no reconoció. Antes de que ella pudiera siquiera abrir la boca para contestar, Daniel le dio una rápida sacudida-. ¡Dime que estás bien!

– Estoy bien. Mojada y algo torpe, pero totalmente bien.

Los dedos de Daniel se apretaron en sus brazos.

– Te has sumergido.

Ella asintió con la cabeza.

– Resbalé. -Como él parecía muy trastornado, Carolyn volvió a sonreírle-. Soy consciente de que debo de tener un aspecto horrible, pero no es nada que una toalla y un cepillo de pelo no puedan solucionar.

En lugar de devolverle la sonrisa, Daniel tiró de ella. Sus brazos la apretaron contra él como un tornillo de banco ajustándola a su cuerpo. Los fuertes y rápidos latidos del corazón de Daniel golpearon a Carolyn. Tras soltar un gruñido, Daniel hundió la cara en el cuello de ella. Al principio, Carolyn creyó que él sólo estaba reaccionando, de una forma exagerada, a un simple accidente y que, como la mayoría de los hombres, creía que las mujeres estaban hechas de cristal y que podían romperse con facilidad o, como en aquel caso, disolverse. Sin embargo, después de unos segundos, Carolyn se dio cuenta de que Daniel estaba temblando.

– ¿Daniel?

Carolyn se agitó en el apretado abrazo de Daniel y él, al final, levantó la cabeza. Su expresión descompuesta sorprendió a Carolyn. Y la preocupó. Nunca había visto una mirada tan desolada en los ojos de nadie. Y, aunque él la estaba mirando, parecía que no la viera.

Carolyn cogió su pálida cara entre sus húmedas manos.

– Está claro que te he asustado. Lo siento mucho. Pero no tienes por qué preocuparte. Estoy bien, Daniel. Absolutamente bien. -Rozó las mejillas de Daniel con sus pulgares-. Aunque no era necesario, te agradezco que te tiraras al agua para salvarme.

El aturdimiento de los ojos de Daniel se desvaneció un poco, pero Carolyn siguió preocupada. Parecía que Daniel hubiera visto a un fantasma. Carolyn le cogió la mano y dijo:

– Salgamos del agua.

Él asintió con un movimiento apenas perceptible de la cabeza y, apretando con fuerza la mano de Carolyn, regresó con ella a la orilla. Cuando salieron del lago, Daniel temblaba exageradamente. La preocupación de Carolyn aumentó, pues el día era cálido, el sol brillaba en el cielo y el agua no estaba fría. Carolyn se dirigió al sauce, cogió la manta y condujo a Daniel a una zona soleada.

– Sentémonos -dijo con suavidad.

Daniel se dejó caer sobre la hierba, como si las piernas ya no lo sostuvieran. Ella lo envolvió en la manta, se arrodilló frente a él y le cogió las manos. Los dedos de Daniel estaban fríos como el hielo, y su piel, mortalmente pálida.

– Daniel -declaró Carolyn con voz suave-. ¿Qué te ocurre?

Él permaneció en silencio durante tanto tiempo que Carolyn creyó que no iba a contestarle. Daniel tenía la mirada fija en el agua y parecía tan trastornado que a Carolyn se le encogió el corazón. Ella frotó las frías manos de él con las suyas y esperó.

Al final, algo de color volvió a las mejillas de Daniel, quien carraspeó.

– No me gusta el agua -declaró con un tono de voz que parecía indicar que no se había lavado en años.

– Ya me he dado cuenta. Siento haber sugerido que comiéramos aquí. Si hubiera sabido la aversión que sentías hacia el agua, nunca…

– No es culpa tuya. Nadie lo sabe. No se lo he contado nunca a nadie.

Carolyn esperó a que él continuara, pero se produjo otro largo silencio. Era evidente que Daniel estaba luchando contra algo, algo que le producía un enorme dolor. Al final, Carolyn apretó los labios contra los fríos dedos de Daniel.

– No tienes por qué contármelo, Daniel.

Él la miró y, al ver su sombría mirada, a Carolyn se le hizo un nudo en la garganta. La habitual compostura de Daniel se había resquebrajado revelando un profundo sufrimiento.

– Ella murió en el agua. -Aquellas palabras apenas susurradas parecían arrancadas de lo más hondo de su ser. Daniel exhaló un suspiro tembloroso-, intenté salvarla, pero era demasiado tarde. Cuando conseguí sacarla del agua, ya estaba muerta.

Carolyn contuvo el aliento y una oleada de compasión recorrió su interior.

– ¡Oh, Daniel! ¡Qué horrible! Lo siento muchísimo.

La mirada de Daniel buscó la de Carolyn, como si pidiera comprensión. Entonces las palabras salieron en amargos borbotones de su boca.

– Había bajado al lago. Me tumbé en mi lugar favorito al sol y me dormí. Cuando me desperté, la vi. El agua le llegaba a la cintura. La llamé, pero ella siguió avanzando hacia el interior del lago. Cada vez más hondo. Yo no comprendía por qué no me respondía. Grité. Más y más fuerte. Le pedí que se detuviera. Que me mirara.

»Al final, ella se volvió hacia mí. Entonces lo vi en sus ojos. Supe lo que pretendía hacer. No sé cómo lo supe, pero lo supe. Me metí corriendo en el agua. Gritando, suplicando. Le dije que la quería. Que la necesitaba. Más que a nada en el mundo. Pero nada surtió efecto. Ella se volvió y siguió avanzando. En aquel lugar, el fondo del lago cae en picado de repente. Vi que se hundía.

Pero yo era muy buen nadador. Creí que podría salvarla. Pero fallé. Las piedras… -Se le rompió la voz y volvió a carraspear-. Llevaba piedras en la falda. Al final, la encontré. La subí a la superficie, pero era demasiado tarde.

¡Santo cielo! Había visto cómo se suicidaba la mujer a la que amaba. Intentó salvarla, pero no pudo. Y era evidente que se culpaba a sí mismo.

Algo húmedo cayó sobre las manos de Carolyn, que todavía sujetaban con fuerza las de Daniel, y se dio cuenta de que era una lágrima. De ella misma. Las lágrimas caían de sus ojos y resbalaban en silencio por sus mejillas.

– Daniel… Lo siento muchísimo.

Daniel hundió su mirada en la de Carolyn.

– Hace un rato, cuando acabamos de comer me dormí, y cuando me desperté, tú no estabas. Te vi en el agua, adentrándote en el lago, y, entonces, te sumergiste… -Daniel se estremeció-. Fue como revivir mi peor pesadilla.

La culpabilidad y el autorreproche golpearon a Carolyn, quien apretó con más fuerza las manos de Daniel.

– Siento tanto haberte asustado… Como tú, yo también me dormí. Cuando me desperté, tenía calor y me sentía incómoda, y el agua invitaba a bañarse. Tú dormías profundamente y no quise despertarte. Sólo quería darme un rápido chapuzón para refrescarme.

También había planeado incitarlo, si se despertaba, para que nadara con ella en el lago, sin saber que sería inútil.

Carolyn inclinó la cabeza y apoyó la mejilla en las manos entrelazadas de ambos.

– Aunque conozco de cerca el sufrimiento, no sé qué decirte, salvo que siento mucho que sufrieras tan terrible pérdida. ¿Ocurrió recientemente?

Algo cruzó por la mirada de Daniel, quien sacudió la cabeza…

– No, yo tenía ocho años. La mujer era mi madre, Carolyn.

Durante varios y largos segundos, Carolyn sólo pudo mirarlo con sorpresa e incredulidad. Ella había deducido que él era adulto cuando ocurrió aquella desgracia. Que había perdido a la mujer de la que estaba enamorado. Lo que era terrible, pero que un niño presenciara el suicidio de su madre…

– ¡Santo cielo, Daniel!

Ahora comprendía las sombras que nublaban sus ojos. El dolor que flotaba en la profundidad de sus ojos azul oscuro.

– Ella tuvo otro hijo antes que a mí -explicó Daniel con voz grave y distante-. Un niño. Nació muerto. Ella cayó en una profunda melancolía de la que nunca llegó a recuperarse. Yo nací cerca de un año más tarde y, aunque creo que ella intentó interesarse por mí, sencillamente… no lo consiguió.

– ¿Y tu padre?