– Él creía que yo la animaría, pero como no fue así, no quiso saber nada de mí. Con el tiempo, volvió a casarse y tuvo dos hijos más con su nueva esposa. Sophie nunca me quiso. De no haber sido por mí, su hijo mayor habría sido el heredero. Y mis dos hermanastros tampoco me aprecian, sobre todo por la misma razón. Apenas nos vemos. Sólo se ponen en contacto conmigo cuando necesitan algo. En general, dinero. -Volvió a dirigir la mirada hacia el lago-. Hasta el día en que murió, mi padre me culpó de la muerte de mi madre.
Sentimientos de lástima por Daniel y por todo lo que había sufrido y de rabia por la crueldad desconsiderada de su padre entrechocaron en el interior de Carolyn. Evidentemente, no era necesario que el padre de Daniel lo culpara por la muerte de su madre, pues él se culpaba a sí mismo más de lo que nadie pudiera hacerlo nunca.
Carolyn le acarició la barbilla y esperó hasta que él se volvió hacia ella.
– ¿Recuerdas que el otro día te dije que no podemos controlar las acciones de los demás, sólo las nuestras? -Daniel asintió levemente y Carolyn continuó-: La muerte de tu madre no fue culpa tuya, Daniel. La tristeza que la empujó a quitarse la vida no tenía nada que ver contigo.
Un profundo dolor y la más absoluta desolación nublaban los bonitos ojos de Daniel.
– No pude acabar con su tristeza.
– Pero tú no la causaste. -Carolyn apartó un mechón de pelo de la frente de Daniel-. Me… me resulta difícil contarte esto, pues nunca se lo he contado a nadie. Ni siquiera a Sarah, con quien no tengo secretos. -Exhaló un lento y decidido suspiro y declaró-: Después de la muerte de Edward, durante meses pensé en quitarme la vida. Permanecía sentada horas y horas. Contemplando su retrato. Sintiéndome sola y desesperada. Incapaz de encontrar la forma de seguir adelante sin él. Sin querer seguir adelante sin él. -El recuerdo de aquellos días oscuros y tenebrosos la hizo estremecerse-. Pero algo en mi interior no me permitió acabar con mi vida. No sé qué era. Quizás una fuerza interior de la que no soy consciente. Hasta el día de hoy, no entiendo cómo o por qué la tuve… Lo que quiero decir es que mi decisión sólo dependía de mí y de nadie más. Si hubiera decidido acabar con mi vida, nadie, ni siquiera mi querida hermana, podría haberme convencido de no hacerlo. Igual que tú no podías evitar que tu madre llevara a cabo su decisión.
Un largo silencio se produjo entre ellos y, al final, Daniel declaró:
– Ojala mi madre hubiera tenido esa fuerza interior de la que hablas.
– ¡Ojala! Pero el hecho de que no la tuviera no es culpa tuya.
Daniel alargó una mano y deslizó las yemas de los dedos por la cara de Carolyn, como si intentara memorizar sus facciones.
– Me alegro mucho de que tú la tuvieras.
– Yo también, aunque entonces no era consciente de tenerla.
Cuando Daniel pasó las yemas de sus dedos por encima de los labios de Carolyn, ella se las besó.
– Gracias por confiar en mí -declaró Carolyn.
– Gracias por escucharme. Y por confiar tú también en mí. -Cogió la cara de Carolyn entre sus manos-. No era mi intención contártelo, pero ahora que lo he hecho, me siento… mejor. Aliviado. Como si me hubiera librado de un gran peso.
– Mantener los sentimientos encerrados en nuestro interior puede constituir una pesada carga.
– Así es. No hablo con frecuencia desde el corazón. – Torció uno de los extremos de sus labios en una media sonrisa-. Algunos dirían que es porque no tengo corazón.
– Y estarían equivocados, Daniel. -Apoyó una mano en el pecho de Daniel y percibió sus firmes latidos-. Tienes un corazón bueno y generoso. Nunca pienses lo contrario.
Sí, era un hombre honrado, amable y generoso que escondía un gran dolor tras una fachada de mujeriego encantador. Ella lo conocía desde hacía años, pero, en realidad, no lo conocía. No conocía su forma de ser real. Hasta entonces. Hasta que él le había enseñado su corazón.
Una oleada de cálida ternura la invadió inundando su corazón de una sensación que la hizo permanecer totalmente inmóvil. Porque la reconoció. Muy bien. Porque la había experimentado antes. En una ocasión. Con Edward. Era…
«Amor.»
¡Santo cielo, amaba a Daniel!
Durante varios segundos, no pudo respirar. No pudo aceptarlo. Intentó negarlo, pero no, no había ningún error. Lo amaba.
Pero ¿cómo había sucedido? Si apenas lo conocía.
«Lo conoces desde hace años.»
Pero no muy bien.
«Pero últimamente has llegado a conocerlo bien.»
Pero no lo suficiente para amarlo.
«Debes recordar que el corazón sólo necesita un latido para saberlo.»
Sí, se acordaba y, por lo tanto, sabía que no estaba equivocada respecto a sus sentimientos.
Se dio cuenta de que debían de haber surgido durante los últimos meses, a partir de la fiesta de Matthew. Era innegable. Aunque siempre creyó que no volvería a enamorarse nunca más, amaba a Daniel.
Amaba a un hombre que había dejado muy claro que no quería su corazón y que no tenía la menor intención de entregar el suyo.
Y aunque nunca creyó que volvería a pensar en casarse, Carolyn se dio cuenta, de repente, de que la idea de casarse con el hombre al que amaba le producía una felicidad que creyó que no volvería a experimentar en su vida.
Daniel nunca había ocultado su aversión hacia el matrimonio. Dadas sus riquezas y propiedades, la única razón que podía tener para casarse era tener un heredero. Algo para lo que disponía de décadas de tiempo. Y, teniendo en cuenta el fracaso de Carolyn para quedarse embarazada, aunque Daniel cambiara de opinión y decidiera que quería casarse, ella no podría proporcionarle un heredero. El tenía no uno, sino dos hermanos que podían heredar el condado, pero Carolyn sabía que todos los hombres querían un hijo como heredero.
Carolyn cerró los párpados con fuerza y maldijo interiormente aquella ironía.
– ¿Carolyn?
Ella abrió los párpados y percibió la preocupación en la profundidad de los ojos de Daniel.
– ¿Te encuentras bien? -preguntó él.
«No. Me he enamorado tontamente de ti. Y no sé qué voy a hacer al respecto.»
Intentó sonreír, pero no supo, con certeza, si lo había conseguido o no.
– Estoy bien.
– Creo que deberíamos volver a la casa y prepararnos para regresar a Londres.
– Muy bien.
Carolyn se dispuso a levantarse, pero Daniel se lo impidió y se inclinó hacia ella con lentitud. Apoyó sus labios en los de ella y la besó con una tierna pasión que formó un nudo en la garganta de Carolyn y le llenó los ojos de una caliente humedad. Después, Daniel cogió sus pertenencias mientras ella se ponía rápidamente la ropa.
Una hora más tarde, estaban vestidos y arreglados y camino de regreso a Londres. Carolyn no se fiaba de su voz ni sabía qué decir, así que se pasó todo el trayecto acurrucada contra Daniel y con la cabeza apoyada en su pecho. Hablaron poco, y ella se preguntó qué estaría pensando él. Esperaba que se hubiera tomado en serio lo que ella le había dicho acerca de que no era culpable de la muerte de su madre. Y rogaba para que no se hubiera dado cuenta de la profundidad de sus sentimientos hacia él.
Carolyn supo desde el primero momento que, con el tiempo, su aventura acabaría, pero ahora se daba cuenta de que tenía que finalizarla lo antes posible. No tenía sentido que le confesara sus sentimientos a un hombre que había dejado claro que sólo quería una aventura. Contárselo sólo los haría sentirse violentos y, sin duda, él se horrorizaría.
Pero ella no podía continuar su relación con él sintiendo lo que sentía. Sabía, por propia experiencia, que sus sentimientos se profundizarían. Esto significaba que, cuanto más tardara en finalizar la relación, más doloroso le resultaría hacerlo.
Aun así, no podía terminarla en aquel momento, cuando hacía tan poco que las emociones, en carne viva, y los recuerdos de la muerte de su madre habían salido a la superficie. Además, ella quería, necesitaba, estar con él una vez más. Hacer el amor con él una vez más. Después, lo dejaría ir. Y ella empezaría su vida de nuevo.