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Cuando llegaron a Londres, el carruaje se detuvo delante de la casa de Carolyn. Daniel la acompañó hasta la puerta, donde le cogió la mano y se la besó.

– Gracias. Por un día precioso que nunca olvidaré.

La emoción anudó la garganta de Carolyn impidiendo que las palabras salieran por su boca. Carolyn tragó saliva y consiguió decir con voz ronca:

– Yo tampoco lo olvidaré nunca, Daniel.

Y él se marchó.

Y ella subió las escaleras que conducían a su dormitorio como si sus piernas soportaran un gran peso.

Minutos después de dejar a Carolyn, Daniel, mentalmente agotado y deshecho, llegó a su casa de la ciudad. Barkley y Samuel lo esperaban en el vestíbulo y el joven criado lo recorría, impaciente y sin cesar, de un extremo al otro.

– Nunca adivinará qué, milor -declaró Samuel en cuanto Daniel cruzó la puerta.

¡Maldición! No estaba seguro de tener las fuerzas suficientes para soportar ningún otro drama aquel día.

– No me lo imagino.

– Aquellos dos tipos han vuelto. El comisario y el detective. Llevan una o dos horas esperándolo. Les dijimos que no sabíamos cuándo regresaría, pero insistieron en esperarlo.

– ¿Han dicho a qué han venido?

Samuel negó con la cabeza y tragó saliva con cierto nerviosismo.

Daniel le dio una palmada tranquilizadora en el hombro.

– Sin duda han realizado algún descubrimiento en el caso del asesinato de lady Crawford. Veré qué es lo que quieren.

– Los acomodé en la biblioteca, milord, por si habían venido en relación con el joven Samuel -declaró Barkley-. Pensé que así podrían disfrutar de la compañía de Picaro.

¡Santo cielo! ¡Dos horas con Pícaro! Daniel dudaba que ninguno de aquellos hombres estuviera contento.

Entró en la biblioteca y se alegró al ver que Picaro estaba durmiendo. Rayburn y Mayne se incorporaron y, después de intercambiar los saludos pertinentes, Mayne declaró con su brusco tono habituaclass="underline"

– ¿Ha estado fuera todo el día, lord Surbrooke?

– Sí, acabo de llegar a casa.

– ¿Y dónde ha estado?

– He pasado el día en mi casa, en Kent.

Mayne arqueó las cejas.

– Un recorrido muy largo para realizarlo en un solo día.

– El tiempo era bueno y me gusta el paisaje.

Rayburn carraspeó.

– Debió de salir temprano esta mañana. ¿A qué hora salió?

– Sobre las siete. -Daniel miró, alternativamente, a uno y otro hombre-. Caballeros, estoy cansado y quisiera retirarme, así que les agradecería que fueran al grano. ¿El motivo de su visita es Tolliver, o el asesinato de lady Crawford?

– ¿Por qué cree que estamos aquí por el asesinato de lady Crawford? -preguntó Mayne con brusquedad.

– Sólo se me ocurre que hayan venido por una de las dos razones, pues no creo que tengamos ningún otro asunto que tratar.

– Me temo que sí -contestó Rayburn con voz grave y seria-. Dígame, lord Surbrooke, ¿a qué hora abandonó la fiesta de lord Exbury ayer por la noche?

– No estoy seguro, pero diría que alrededor de la una de la madrugada.

– ¿Vino directo a su casa?

– Sí.

– ¿Y no volvió a salir?

Daniel titubeó una décima de segundo, durante la cual empujó a un lado su conciencia.

– No.

Y era cierto. Durante veinte minutos. Antes de salir para ir a la casa de Carolyn.

Mayne entrecerró los ojos con evidente desconfianza.

– Rayburn y yo lo vimos hablar con lady Margate en la fiesta.

Daniel reflexionó durante unos segundos y después asintió con la cabeza.

– Intercambiamos unas cuantas frases de cortesía.

– ¿Cuál es su relación con ella?

– Somos amigos.

– Sabemos, de varias fuentes, que hace apenas un año eran algo más.

– No es ningún secreto que Gwendolyn y yo vivimos un corto romance.

– ¿Le regaló alguna joya, como había hecho con lady Crawford? -preguntó Rayburn.

– Sí, un brazalete.

– ¿De zafiros?

Daniel asintió con la cabeza.

– De hecho, lo llevaba puesto ayer por la noche. -Un escalofrío de intranquilidad recorrió la espina dorsal de Daniel-. ¿Por qué lo pregunta?

– Porque lady Margate fue encontrada muerta esta mañana en las caballerizas que hay detrás de la casa de lord Exbury -contestó Rayburn-. La golpearon hasta morir. El mismo método que utilizaron con lady Crawford, su anterior amante. Y usted, milord, es el lazo que une los dos asesinatos.

Capítulo 20

Una mujer nunca debería tener miedo de tomar la iniciativa al hacer el amor. Ninguno de mis amantes se quejó nunca de que yo fuera demasiado atrevida o desvergonzada. Pero muchos de ellos se quejaron de que sus esposas hacían poco más que permanecer tumbadas e inmóviles debajo de ellos. Y, lógicamente, ésta es la razón de que aquellos caballeros me buscaran en primer lugar.

Memorias de una amante,

por una Dama Anónima

Daniel contempló a los dos hombres y se esforzó en mantener una apariencia calmada, lo que contrastó enormemente con su agitación interior. Apenas podía asimilar que Gwendolyn estuviera muerta y, todavía menos, que Mayne y Rayburn sospecharan que él era un asesino. Ya sospecharon de él cuando asesinaron a Blythe. Sobre todo Mayne, aunque, entonces, Daniel no le dio mucha importancia a este hecho. Pero ahora…

Daniel enarcó las cejas.

– ¿De verdad me creen capaz de cometer esos crímenes?

– Dada la suficiente provocación, cualquier hombre es capaz de cometer un asesinato, milord -declaró Mayne sin apartar, en ningún momento, sus oscuros ojos del rostro de Daniel.

– ¿Incluido usted? -dijo Daniel, sosteniéndole la mirada.

– Cualquier hombre -reiteró Mayne.

– ¿Y qué podría empujarme a matar a dos mujeres que me gustaban?

– Quizá no le gustaban tanto como le gustaría hacernos creer -declaró Mayne.

– Le costará mucho demostrar eso, sobre todo porque no es verdad. Aunque las pruebas parecen apuntar hacia mí…

– De «parecer» nada -lo interrumpió Mayne-. Las pruebas apuntan a usted. Únicamente a usted.

– De una forma muy conveniente -prosiguió Daniel-. Demasiado conveniente. Supongo que se les habrá ocurrido pensar que alguien está intentando hacerme parecer culpable.

– Eso es lo que usted afirmó de Tolliver -intervino Rayburn-. Pero es imposible que haya asesinado a lady Margate, pues está detenido.

– Pero sí que pudo matar a lady Crawford -declaró Daniel, esforzándose por no demostrar su enojo-. Y dispararme. A menos que crean que me disparé a mí mismo. Quizá Tolliver contrató a alguien para que matara a lady Margate de la misma forma en que había matado a lady Crawford. El me amenazó. Quería venganza. ¿Qué mejor venganza que verme arruinado y ahorcado por asesinato?

Rayburn frunció el ceño.

– Entonces, ¿por qué habría de dispararle?

– ¿Por impaciencia, quizá? -sugirió Daniel-. No tengo ni idea de cómo funciona la mente de un loco.

– ¿Quién heredaría su título y propiedades en caso de que muriera? -preguntó Mayne.

Daniel titubeó al oír aquella pregunta tan directa, pero al final contestó:

– Stuart, mi hermanastro. Y, después de él, George, su hermano menor.

– ¿Hermanastros? -preguntó Rayburn.

– Mi padre volvió a casarse después de la muerte de mi madre.

– ¿Y cómo es su relación con ellos?

– Tensa -admitió Daniel-. Sin embargo, ninguno de ellos puede ser el responsable de los disparos, pues los dos están en el continente. Y llevan allí varios meses.

– ¿Y su madrastra?

– Está con ellos.