– ¿Qué ocurre, Daniel?
Matthew escuchó atentamente mientras Daniel se lo contaba todo y terminaba diciéndole:
– Ahora tengo que advertir a Carolyn del peligro. Si algo le sucediera… -Su voz se apagó y sacudió la cabeza, incapaz de pensar siquiera en esa posibilidad-. No quiero que le ocurra nada. A cualquier precio.
Matthew no contestó. Se dirigió a la licorera y sirvió dos coñacs generosos. Después tendió una de las copas a Daniel y declaró:
– Estoy de acuerdo contigo en que alguien está intentando incriminarte y que, para conseguirlo, está asesinando a tus antiguas amantes. Pero ¿quién lo está haciendo y por qué?
Daniel se pasó las manos por la cara.
– No lo sé. Como Tolliver no pudo asesinar a Gwendolyn, me pregunto si contrató a alguien para que cometiera el crimen o si tiene un socio capitalista en la empresa naviera que también se está arruinando. Alguien que también me culpa a mí por echarme atrás.
– Es posible. – Matthew lo miró directamente a los ojos-. ¿Has pensado en tu familia? -preguntó en voz tenue-. En realidad, no os podéis ver y, desde luego, se beneficiarían de tu muerte.
Daniel resopló.
– Mayne y Rayburn también me lo han sugerido. Quizá, si estuvieran en Londres, podría sospechar de ellos, pero están en Austria.
Matthew asintió lentamente con la cabeza.
– La idea de que Tolliver tenga un socio capitalista es buena. Deberíamos sugerirles a Rayburn y a Mayne que la investiguen.
– Samuel los está buscando. En cuanto los vea, se lo diré. -Inhaló hondo y admitió-: Antes no fui sincero del todo con Mayne y creo que lo sabe.
– ¿Sobre qué?
– Me preguntó qué hice ayer por la noche y le dije que estuve en casa.
– Pero no fue así.
– No.
Como Daniel guardó silencio, Matthew declaró:
– Estuviste con Carolyn.
No era una pregunta y no tenía sentido negarla, pues Matthew lo conocía muy bien. Asintió brevemente y contestó:
– Le prometí discreción y no tenía ninguna intención de contarles algo que no es para nada de su incumbencia.
– Seguro que, cuando sepan que crees que está en peligro, deducirán la naturaleza de vuestra relación.
– Es posible, esto no puedo evitarlo. Aun así, no pienso admitir, delante de ellos, que Carolyn y yo seamos nada más que buenos amigos, lo que es totalmente cierto. Todo lo demás no les interesa en absoluto.
– ¿Hoy también estuviste con Carolyn?
– Sí. La llevé a Meadow Hill.
Al oír su contestación, Matthew arqueó las cejas.
– Comprendo. Y ¿cómo fue la visita?
«Emocionante. Aterradora. Catártica.»
«Perfecta.»
– Agradable -murmuró Daniel. Como no quería responder más preguntas acerca de aquella cuestión, declaró-: Sarah estaba ansiosa por hablar con Carolyn. Supongo que no ha ocurrido nada malo.
– Al contrario. Todo es maravilloso. Voy a ser padre.
A juzgar por su expresión, sin duda Matthew estaba en estado de éxtasis. Daniel sonrió y le tendió la mano. Se sentía feliz por su amigo, pero también era consciente de un vago sentimiento de vacío interior propio que lo entristecía.
– ¡Felicidades!
– Gracias.
– Pareces muy tranquilo.
– En realidad, he estado hecho un manojo de nervios desde que el doctor nos confirmó el embarazo de Sarah esta mañana, pero tanto Sarah como el doctor me han asegurado que está en perfecto estado y ella me ha prohibido que me preocupe. Me ha dicho que si tengo la intención de caminar de un lado a otro de la casa hasta que el bebé nazca, me aporreará la cabeza con una sartén.
– Tu esposa tiene un ramalazo bastante violento.
– Eso parece. Claro que ni siquiera la amenaza de daños físicos impedirá que me preocupe. Me temo que preocuparse va implícito con el hecho de amar a alguien. -Matthew contempló a Daniel por encima del borde de su copa de coñac-. Como tú mismo estás descubriendo.
La copa de Daniel se detuvo a medio camino de su boca y Daniel arrugó el entrecejo.
– ¿Qué quieres decir?
– ¿De verdad no lo sabes?
– ¿Saber qué?
Matthew levantó la vista hacia el techo y, después, fijó la mirada en Daniel.
– ¡Estás enamorado, idiota!
Una negación inmediata subió hasta los labios de Daniel, pero cuando abrió la boca, ningún sonido salió de ella. ¿Enamorado? ¡Desde luego que no! Pero cuando intentó negarlo, se dio cuenta, con una claridad absoluta, de que era cierto. Ésa era la causa de sus profundos anhelos, deseos y necesidades, de aquella plétora de emociones inusual, crispante y desgarradora que lo embargaba y que abarcaba toda la gama desde la felicidad hasta el sufrimiento.
Estaba enamorado.
La idea lo golpeó con la fuerza de un martillo. ¡Santo cielo, la situación era peor de lo que había pensado! ¡Y pensar que había creído que sólo estaba perdiendo un trozo de su corazón en su relación con Carolyn! ¡Qué ridículo! Lo había perdido todo. Y el alma también.
Dejó su copa de coñac, se dirigió al sofá y se dejó caer en él con pesadez. Se pasó los dedos por el pelo, miró a Matthew y declaró con una voz pasmada que parecía proceder de un lugar muy lejano:
– ¡Maldita sea, tienes razón!
– ¿De que estás enamorado? Ya lo sé.
– De que soy un idiota. -Daniel apoyó la cabeza en las manos y gimió-. ¿Cómo ha podido sucederme? ¿Y cómo consigo que desaparezca?
Matthew soltó un respingo.
– Supongo que sucedió de la forma habitual. Encontraste a alguien que… te completa. En cuanto a hacerlo desaparecer, sé por propia experiencia que no es posible. Después de todo no se trata de una indigestión. -Se sentó en el sillón orejero que había delante del sofá-. Además, ¿por qué habrías de querer que desapareciera? Carolyn es una mujer encantadora.
Daniel levantó la cabeza.
– Sí, lo es, pero no está enamorada de mí. Todavía adora a su esposo muerto. Su corazón siempre pertenecerá a Edward. Ella misma lo ha reconocido.
Exhaló un suspiro amargo ante aquella ironía. Él nunca antes había deseado poseer el corazón de una mujer y, desde luego, nunca quiso entregar el suyo. Y ¿qué era lo que había ocurrido? Había perdido su corazón con una mujer que no lo quería y que no tenía ninguna intención de entregarle el suyo a él.
Daniel exhaló un largo suspiro.
– ¡Qué asco!
– Quizás ella cambie de opinión -declaró Matthew.
Daniel negó con la cabeza.
– No. Edward fue el amor de su vida. Ella lo adoraba. Y todavía lo adora. Ningún hombre podría aspirar a subir al pedestal en el que ella lo ha puesto.
– Es obvio que ella se preocupa por ti.
– Sí, estoy seguro de que es así, pero de una forma muy superficial en comparación con lo que siente por Edward.
Y Daniel sabía, en el fondo de su corazón, que eso nunca sería suficiente para él. Podía aceptar que Carolyn recordara el amor que había compartido con Edward. No podía negarle nada que la hiciera feliz. Pero no podía soportar no ser el primero en sus sentimientos. No podía soportar saber que el fantasma de Edward siempre estaría entre ellos. Que ella siempre los compararía y que él siempre saldría perdiendo.
Por su propio bien, tenía que terminar su relación con ella. Enseguida. Antes de que hiciera algo estúpido y se dejara a sí mismo en ridículo. Como decirle a ella que la amaba. O pedirle que se casara con él. O, peor aún, rogarle que se casara con él. Lo único que se le ocurría que fuera peor que no ver amor en los ojos de Carolyn, era ver lástima en ellos.
– ¡Maldita sea! ¿Por qué habría de querer alguien enamorarse? -preguntó Daniel.
– Cuando encuentras a la persona adecuada, es algo increíble -contestó Matthew en voz tenue.
Sí, y la persona adecuada era alguien que te amaba tanto como tú la amabas a ella. Por desgracia, ése no era el caso de Daniel. Y aquel infierno emocional, unilateral y no correspondido era una auténtica tortura.