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– Tendremos que rebautizar a nuestro grupo como «La Sociedad Literaria de Damas y un Bebé» -declaró Carolyn tras abrazar a Sarah cuando ella anunció que estaba embarazada.

La feliz noticia permitió a Carolyn apartar a un lado la tristeza que experimentaba por haberse permitido, de una forma absurda, enamorarse de un hombre que no quería saber nada del amor.

– Estoy impaciente por ser tía.

– Yo también -declararon Julianne y Emily al unísono.

– Tendréis que ayudarme a tener controlado a Matthew -declaró Sarah, subiéndose las gafas por el puente de la nariz-, porque me veo venir que nos va a volver locos a los dos. ¡Ni siquiera me ha dejado subir las escaleras sola! -Levantó la vista hacia el techo-. Si no mantengo a raya su pánico masculino desde ahora mismo, os aseguro que será un embarazo muy, pero que muy largo.

Carolyn le apretó la mano.

– Debes sentirte feliz de que el hombre al que amas sea tan cariñoso y se preocupe tanto por ti, Sarah. No hay mejor regalo que éste.

«Ni peor sufrimiento que amar y no ser correspondida.»

– Hablando de grandes regalos -declaró Julianne-, ¿os habéis dado cuenta de que el señor Gideon Mayne, el detective, asistió a la velada de ayer por la noche de lord y lady Exbury?

– Sí -contestó Emily-. Estaba allí con el señor Rayburn.

– Están buscando pistas en relación con el asesinato de lady Crawford -añadió Carolyn-. Pero ¿qué tiene que ver el señor Mayne con los grandes regalos?

Julianne miró a su alrededor, como si quisiera asegurarse de que nadie más oiría lo que iba a contar. Entonces, con los ojos brillantes, declaró:

– Desde que vino a casa a interrogarme a mí y a mi madre, después de la fiesta de disfraces, yo…, bueno, no he podido dejar de pensar en él.

– ¿En un detective de Bow Street? -preguntó Emily con los ojos desorbitados por la impresión-. ¡Santo cielo, Julianne! A tu madre le va a dar un ataque de apoplejía. Y, por una vez, tendré que estar de acuerdo con ella. ¿Un detective? ¡Es totalmente inaceptable! ¡Un hombre tan vulgar, tan tosco y de aspecto tan duro! Es casi tan horrible como el señor Jennsen.

Julianne levantó la barbilla.

– Pues a mí me parece apuesto, peligroso y excitante.

– Desde luego que es peligroso -intervino Sarah-. Al menos su profesión lo es.

Carolyn dio unas palmaditas en la mano de Julianne.

– No hay duda de que el señor Mayne es atractivo, pero no sería nada inteligente tener pensamientos románticos con un hombre con quien nunca podrías tener un romance. -Realizó una mueca interior por la ironía de que fuera precisamente ella quien le diera este consejo-. Personalmente, creo que es la lectura de las Memorias la que nos tiene a todas tan nerviosas. En mi opinión, el próximo libro que elijamos debería ser menos lascivo.

Sarah sonrió abiertamente.

– ¿Dónde estará la diversión, entonces?

Carolyn le devolvió la sonrisa, pero no pudo evitar sentir que la lectura de las Memorias la había conducido al desastroso camino que llevaba directamente al sufrimiento.

Una oleada de cansancio agravado por la falta de sueño y las emociones que había experimentado durante el día la invadió. Se levantó y declaró:

– No querría dejar la reunión, pero estoy exhausta.

Sarah la miró y frunció el ceño.

– Se te ve cansada. ¿Estás bien?

«No. Me duele todo. Especialmente, el corazón.»

Esbozó una sonrisa forzada.

– Estoy bien. Sólo necesito dormir. ¿Os veré mañana en la velada de lady Pelfield?

– Matthew y yo iremos -contestó Sarah.

– Yo también -contestaron Julianne y Emily.

Después de abrazarlas y besarlas, Carolyn salió de la habitación y bajó las escaleras. Cuando llegó al vestíbulo, Graham le dijo:

– El señor está en el salón, lady Wingate. Por aquí, por favor.

Carolyn esperaba que el mayordomo, simplemente, avisara a Mathew de que estaba preparada para irse, pero era evidente que quería que lo siguiera. Carolyn se apretó la sien para aliviar el dolor de cabeza que le estaba viniendo y siguió a Graham por el pasillo. El mayordomo la anunció desde la puerta del salón y Carolyn entró en la habitación. Vio a Matthew y sonrió deseando no parecer tan cansada como en realidad se sentía.

– Sarah me ha contado la buena noticia -declaró alargando las manos hacia su cuñado e inclinándose para besarlo en la mejilla-. ¡Me alegro tanto por vosotros…!

– Gracias.

Matthew miró por encima del hombro de Carolyn y ella se volvió. Al ver a Daniel delante de la chimenea, Carolyn se quedó paralizada.

– Hola, Carolyn -la saludó Daniel con voz y expresión graves.

El corazón de Carolyn dio un vuelco, como hacía siempre que veía a Daniel.

– Daniel, ¿has venido para celebrar la noticia del embarazo de Sarah?

– No, he venido para hablar contigo.

Antes de que ella pudiera expresar su sorpresa, Matthew declaró:

– Si me disculpáis, iré a ver si mi querida esposa necesita algo. Daniel se ha ofrecido para acompañarte a casa. ¿Te parece bien? Así yo podría quedarme con Sarah.

– Sí, claro. -Carolyn le ofreció la mejor sonrisa que pudo esbozar-. Pero no tienes por qué preocuparte. Lo más extenuante que está haciendo Sarah en estos momentos es hablar con Julianne y Emily.

– Bien. Eso significa que puedo dejar de preocuparme durante unos treinta segundos.

Matthew salió de la habitación y cerró la puerta tras él.

Daniel se acercó a Carolyn y, ante la perspectiva de recibir un beso, a ella se le aceleró el corazón. Hasta que él no estuvo cerca, Carolyn no notó las arrugas de cansancio y preocupación que rodeaban sus ojos. Recordando la experiencia tan emotiva que vivió antes, Carolyn sintió una gran empatia hacia él.

– ¿Te encuentras bien? -le preguntó.

El negó con un movimiento de la cabeza.

– No. Tenemos que hablar.

Daniel cogió a Carolyn por la mano y la condujo al sofá. Ella disfrutó del contacto de su cálida mano y se esforzó por apagar el terrible dolor que amenazaba con embargarla al saber que pronto dejarían de cogerse de la mano.

Después de sentarse, Carolyn escuchó con total incredulidad lo que había ocurrido después de que Daniel la dejara en su casa. Cuando Daniel terminó su relato, Carolyn permaneció en silencio durante un minuto entero mientras asimilaba aquella información.

Dos de las anteriores amantes de Daniel habían muerto. Daniel era sospechoso de haber cometido los asesinatos. El creía que ella estaba en peligro.

– No puedo creer que lady Margate esté muerta -declaró por fin Carolyn. Entonces apretó los labios-. Ni que esos dos papanatas crean que puedes ser el responsable de sus muertes.

Una sonrisa cansina elevó una de las comisuras de los labios de Daniel.

– Te agradezco tu indignación por mí.

Ella le cogió una mano entre las suyas.

– Daniel, aunque te agradezco que intentes mantener mi nombre al margen de todo esto, debes contarle al señor Mayne dónde estabas ayer por la noche.

Daniel negó con la cabeza.

– Lo único que necesita saber es que yo no estaba asesinando a nadie.

Carolyn levantó la barbilla.

– No quiero que tenga ninguna razón para dudar de ti. Si tú no se lo dices, lo haré yo.

Daniel recorrió el rostro de Carolyn con la mirada y ella deseó poder leer sus pensamientos.

– ¿Te das cuenta de que, si lo haces, lo más probable es que se difunda lo de nuestra aventura?

– No me importa. Eso es, sin lugar a dudas, preferible a que el comisario y el señor Mayne te crean culpable de asesinato. Además, dada tu determinación a protegerme, seguramente lo deducirán de todas formas.

– Pero lo único que sabrán es que mi preocupación por ti deriva de nuestra estrecha amistad. No es necesario que tu nombre se vea involucrado en esto y que seas el centro de los rumores. Rayburn y Mayne no encontrarán ninguna prueba que me incrimine en unos asesinatos que no he cometido.