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Cuando le dijo que su aventura tenía que terminar, la primera y más potente reacción de Daniel fue la de discutírselo, pero se obligó a no hacerlo. Lo mejor, sobre todo en aquellos momentos, era que se mantuviera a distancia de ella, pues no quería ponerla en peligro. Quizá, después de que todo aquello hubiera pasado, podría intentar convencerla…

Apartó esta idea de su mente con brusquedad. ¿Qué sentido tenía? Ella había elegido la memoria de su esposo. Intentar convencerla para prolongar su aventura sólo serviría para humillarlos a ambos. En lugar de intentar la imposible tarea de conseguir que ella olvidara a un hombre que nunca olvidaría, lo mejor que podía hacer era encontrar la manera de desenamorarse.

Un nudo tenso y amargo atenazó su garganta. ¡Dios, como si pudiera hacerlo! En algún lugar, los dioses debían de estar riéndose de él. Después de toda una vida de burlarse del amor, éste lo había alcanzado y lo había atrapado en cuerpo y alma dejando sólo un vacío insensible donde antes latía su corazón.

Dirigió la mirada a los ventanales del dormitorio de Carolyn. Al pequeño balcón al que había lanzado una cuerda por la cual había escalado para introducirse en su habitación. ¿De verdad había creído que sólo deseaba su cuerpo? ¿Que lo único que había querido de ella era una relación sexual? ¿Que no había sentido nada más que lujuria por ella? Dio un golpe seco con la cabeza en la fría pared de piedra que tenía detrás. ¡Menudo idiota estaba hecho!

Se mantuvo despierto durante toda la noche, con los sentidos alerta, los oídos atentos a cualquier sonido extraño y los ojos siempre escrutantes, pero no ocurrió nada sospechoso. Alrededor de las tres de la madrugada, empezó a llover. Al principio, de una forma suave y después con más intensidad, hasta que las gotas cayeron como una cortina fría y silenciosa que aplastó su cabello y su ropa contra su piel helada. Cuando amaneció y en aquel cielo opaco y sombrío apareció una franja apenas perceptible de color gris, la lluvia se había convertido en una ligera llovizna.

De repente, un leve resplandor iluminó el ventanal del dormitorio de Carolyn. Daniel enseguida se la imaginó encendiendo una lámpara. Levantándose de la cama. Cepillándose el pelo. Vistiéndose. Y deseó, con todo su ser, estar en la habitación con ella.

Pasó una hora antes de que la luz se apagara, señal de que Carolyn había salido del dormitorio. Seguramente, para ir a tomar el desayuno. Entonces Daniel se dio cuenta de que la lluvia por fin había cesado. En perfecta conjunción con su estado de ánimo, el cielo seguía lóbrego y nublado. Daniel se levantó con dificultad. Sus músculos, fríos y acalambrados, protestaron. Retiró hacia atrás su húmedo cabello y realizó una mueca al sentir la ropa mojada y pegada a su piel. Iría a su casa para cambiarse de ropa y seguiría montando guardia.

Cuando, unos minutos más tarde, entró en su casa, Samuel y Barkley le informaron de que todo iba bien.

– No hemos oído el menor ruido, milor -declaró Samuel.

– Excelente. Vigila el jardín trasero de lady Wingate mientras me cambio de ropa.

– Sí, milor. Aquí mismo tengo mi puñal -declaró Samuel dando unas palmaditas en su bota-. Nadie entrará por allí.

Salió por la puerta trasera y Daniel empezó a subir las escaleras.

– ¿Quiere que le preparemos un baño caliente, milord? -preguntó Barkley.

– No, gracias. Sólo el desayuno y café.

Había subido la mitad de las escaleras cuando sonó la aldaba de bronce de la puerta.

Barkley dio una ojeada por la ventana lateral.

– Se trata del señor Mayne, milord -informó en voz baja.

– Condúcelo al comedor y ofrécele desayunar. Me reuniré con él enseguida.

Subió el resto de los escalones de dos en dos ansioso por cambiarse de ropa, hablar con Mayne y volver a vigilar el jardín de Carolyn.

Diez minutos más tarde, entró en el comedor. Se dio cuenta de que Mayne sólo tomaba café. Después de intercambiar los saludos pertinentes, Daniel le preguntó:

– ¿Dónde está Rayburn?

Mayne frunció el ceño.

– Me dijo que tenía otros asuntos que atender. Le informaré más tarde de lo que hablemos.

Mientras se servía unos huevos, jamón y beicon del aparador, Daniel corroboró lo que Samuel le había contado al detective la noche anterior. Se sentó a la cabecera de la mesa y concluyó diciendo:

– He advertido a lady Walsh de que podía estar en peligro… Y también a lady Wingate.

El rostro impasible de Mayne no reflejó la menor emoción.

– Lady Wingate… ¿Ella es la razón de que mintiera sobre dónde estuvo anteayer por la noche?

Daniel apretó la mandíbula. No quería que aquel hombre supiera que había tenido una aventura con Carolyn, pero como estaba claro que ella pensaba contárselo, no tenía sentido andarse con evasivas.

– En realidad, no le mentí. Sí que volví a casa, pero después me marché a casa de lady Wingate. No se lo dije porque mi vida privada no es de su incumbencia. Y tampoco quería que lady Wingate fuera objeto de habladurías.

– ¿Estuvo allí toda la noche?

– Sí, hasta el amanecer.

– ¿Y lady Wingate corroborará su declaración?

– Sí.

Mayne observó durante varios segundos el pelo, todavía mojado, de Daniel.

– ¿Y dónde estuvo usted la noche pasada, lord Surbrooke?

El tono irónico del detective enojó a Daniel, quien le hizo esperar su respuesta mientras masticaba y después tragaba un trozo de huevo.

– En el jardín de lady Wingate. Montando guardia.

– ¿Y lady Wingate corroborará también su coartada?

– Ella no sabe que estuve allí.

– ¿Lo vio alguien?

– No, pero mi mayordomo y mi criado saben que estuve allí.

– ¿Porque lo vieron o sólo porque usted les contó que estaría allí?

– ¿Está insinuando que estuve en otro lugar?

– Si me está preguntando si he descubierto el cadáver de otra de sus anteriores amantes, la respuesta es que todavía no. -Levantó la taza de porcelana y miró a Daniel por encima del borde-. Sin embargo, el día es joven.

– Emplearía mejor el tiempo si se dedicara a elaborar un plan para capturar al auténtico asesino.

– ¿Tiene usted alguna sugerencia?

– De hecho, sí. Como usted sabe, los dos asesinatos tuvieron lugar durante o después de una fiesta a la que yo asistí. Esta noche tengo pensado asistir a una velada en casa de lady Pelfield.

El interés brilló en los ojos oscuros de Mayne.

– Entonces, usted cree que es posible que nuestro hombre actúe de nuevo esta noche. ¿Lady Walsh y lady Wingate asistirán también a la velada?

– En cuanto a lady Walsh, no estoy seguro, aunque se trata de un gran evento, así que es probable que lo haga. Y en cuanto a lady Wingate, sé que tiene planeado asistir.

– Entonces podríamos utilizar a una de las dos como cebo.

– No. -La negación sonó brusca y contundente-. Decididamente no. -La idea de que un loco asesino siquiera tocara a Carolyn le producía un doloroso nudo en el estómago-. Estaba pensando que podríamos utilizar ayuda extra y estar todos mucho más alerta. Y mantener muy vigiladas a las dos damas. En cuanto alguien intente estar a solas con una de ellas, habremos encontrado al asesino.

Mayne permaneció en silencio durante varios segundos, simplemente mirando a Daniel a través de sus ojos oscuros e inescrutables. Al final, murmuró:

– ¿Y sí nos encontramos ante el caso del lobo que guarda las ovejas?

– ¿Se refiere a si fuera yo quien intentara estar a solas con una de ellas? -Daniel se inclinó hacia Mayne y entrecerró los ojos-. ¿Y si el lobo fuera usted, señor Mayne?