Algo brilló en los ojos oscuros de Mayne, quien bajó la cabeza.
– Creo que va a ser una noche muy interesante.
Daniel bebió un sorbo de café, se limpió los labios con una servilleta y se levantó.
– Si no hay nada más, desearía volver al jardín de lady Wingate.
Mayne también se levantó.
– Iré con usted. Me gustaría hablar con lady Wingate.
Acababan de salir al pasillo cuando Daniel oyó que la puerta principal se abría… Unos segundos más tarde, Samuel le gritó a Barkley:
– ¡Tengo que hablar con el señor de inmediato!
El tono ansioso de su voz envió un escalofrío por la espina dorsal de Daniel, quien echó a correr hacia el vestíbulo con Mayne pisándole los talones. Cuando Daniel vio los ojos desorbitados y la palidez de Samuel, su preocupación aumentó. Su criado respiraba con pesadez y estaba, claramente, alterado.
– ¿Qué ocurre? -preguntó Daniel con interés-. ¿Y lady Wingate?
– Se ha ido, milor.
Daniel sintió que la sangre abandonaba su cabeza.
– ¿Qué quieres decir con que se ha ido?
Las palabras de Samuel salieron como en una cascada.
– Estaba vigilando el jardín de lady Wingate como usté m' ha bía ordenado. Al cabo d' un rato, Katie salió. M' había visto por una ventana y quería saludarme. Nos pusimos a hablar y entonces ella me preguntó qué estaba haciendo allí. Cuando le conté que estaba vigilando la casa por si el asesino merodeaba por allí, ella me dijo que no tenía que preocuparme, porque habían cogido al asesino.
– ¿Qué? -preguntaron Daniel y Mayne al unísono.
Samuel asintió con la cabeza.
– Eso es lo que me dijo. Cuando le pregunté cómo lo sabía, me contestó que lady Wingate había recibido una nota de lord Surbrooke contándoselo.
El suelo pareció esfumarse debajo de los pies de Daniel.
– Yo no le he enviado ninguna nota. ¿Dónde está ahora lady Wingate?
– Katie no estaba segura, sólo sabía que había salido. Le dije que hablara con Nelson y buscaran la nota y vine corriendo a contárselo a usté.
Daniel cogió su pistola de la mesa que había en el vestíbulo, donde la había dejado cuando llegó, y miró, alternativamente, a Samuel y Mayne.
– ¡Vamos!
Carolyn avanzó por el camino serpenteante de Hyde Park y se ciñó el chal con el que se cubría los hombros para protegerse de la humedad y del frío aire. Los dedos fantasmales de una neblina gris se elevaban desde el suelo mientras el lúgubre cielo, entristecido por unas nubes bajas, amenazaba con escupir lluvia de un momento a otro. El parque estaba desierto.
Carolyn apretó el paso, ansiando llegar al lugar donde, según la nota de Daniel, se encontraría con él y el señor Mayne. ¡Gracias a Dios que habían cogido al asesino! Estaba deseando darle al detective una buena reprimenda por sospechar de Daniel.
El camino viraba un poco más adelante y pasaba junto a una pequeña zona en forma de U que estaba rodeada por un espeso bosquecillo de olmos y setos altos donde Daniel quería que se reuniera con ellos. Carolyn salió del camino y entró por la abertura que había en los altos setos. Una figura solitaria estaba en el extremo más alejado del claro cubierto por la niebla y Carolyn la saludó.
La figura se acercó y Carolyn parpadeó sorprendida.
– ¿Qué hace usted aquí?
Una luminosa sonrisa. Y un extraño destello en aquellos ojos verdes paralizó a Carolyn enviando un escalofrío helado por su espalda.
Una mano enguantada en negro apuntó la pistola que sostenía hacia su pecho.
– He venido para encontrarme con usted, lady Wingate.
Carolyn miró fijamente la pistola intentando encontrarle el sentido a lo que estaba ocurriendo. Inhaló con vacilación y volvió a levantar la mirada hacia aquellos ojos que, por lo que vio ahora, despedían destellos de locura.
– Estoy segura de que esta arma no es necesaria.
– Pues yo me temo que sí que lo es. Si coopera, sólo morirá, pero si se mueve o grita, la mataré y, después, me aseguraré de que su hermana también muera. ¿Me ha entendido?
Con el corazón latiéndole con tanta fuerza que Carolyn oía sus latidos en las orejas, Carolyn consiguió asentir.
– Sí.
¡Santo cielo! Seguro que alguien, Nelson, Katie, Daniel… alguien se daría cuenta de que la habían atraído a aquel lugar con falsos pretextos. Solo tenía que mantener la calma y seguir con vida hasta que la encontraran. Volvió a mirar la pistola, que no temblaba en absoluto.
Carolyn levantó la barbilla.
– Está claro que la nota no era de Daniel y que voy a ser su tercera víctima… ¿o ha habido más, lady Walsh?
Una sonrisa maliciosa curvó los labios de Kimberly Sizemore.
– Sólo lady Crawford y lady Margate. Después de que usted desaparezca, tendré lo que quiero.
– ¿Y qué es, exactamente, lo que quiere?
La sonrisa se desvaneció y un odio frío y total apareció en los ojos de lady Walsh.
– Quiero ver a Daniel en la ruina. Igual que él me arruinó a mí.
Carolyn asintió lentamente con la cabeza, como si lo que decía lady Walsh tuviera mucho sentido.
– Comprendo. ¿Y cómo la ha arruinado él?
El odio de sus ojos creció en intensidad.
– Había planeado recuperar su amor cuando regresara a Londres, pero, cuando volvió, era un hombre distinto. Cada vez que me acercaba a él, me rechazaba. Entonces me di cuenta de que tenía otra amante. Lo único que tenía que hacer era descubrir quién era y después encontrar la mejor forma de recuperarlo.
Deslizó la mirada hacia Carolyn con un desprecio mal disimulado.
– Los vi la noche del baile de disfraces que celebré en mi casa. En la terraza. No podía creer que la hubiera elegido a usted, a una viuda tímida y aburrida que nunca podría complacerlo como yo lo había hecho. ¡No creería usted que podría satisfacer a un hombre como Daniel!
La rabia por la destrucción que aquella demente había causado empujó a un lado parte del miedo que Carolyn sentía y, tras enarcar las cejas, declaró:
– Quizá no sea tan tímida ni tan aburrida como usted cree.
Los ojos de lady Walsh se volvieron meras rendijas.
– De no ser por usted, él habría vuelto a mí. Intenté tentarlo, pero él me rechazó con terquedad. Entonces mi amor se convirtió en odio y decidí que, si yo no podía tenerlo, nadie lo tendría.
– ¿Y por qué no, simplemente, lo mató a él?
Los labios de lady Walsh se curvaron en una parodia de sonrisa.
– Eso es, con exactitud, lo que estoy haciendo. Matarlo a balazos o cuchilladas sería demasiado rápido y Daniel tiene que sufrir. Quiero arruinarlo. Por eso decidí incriminarlo en los asesinatos. Los asesinatos de sus anteriores amantes.
– ¿Cómo las mató? -preguntó Carolyn, agudizando el oído y rezando para que se oyeran los pasos de alguien acercándose por el camino.
Ahora fue el orgullo el que resplandeció en la mirada de lady Walsh.
– Conseguí matarlas citándolas con el tipo de nota que envían ahora los amantes, indicando una hora y un lugar, y que está muy de moda. Imité la escritura de Daniel y les pedí que llevaran puestas las joyas que él les había regalado. Cuando la encuentren muerta a usted, el destino de Daniel estará sellado. Sobre todo cuando deje las notas que envió a lady Crawford y a lady Margate donde las autoridades puedan encontrarlas.
– ¿Por qué no dejó, simplemente, las notas junto a los cadáveres?
– Tenía planeado enviarle una a usted la noche de su muerte y no quería que le diera miedo acudir a la cita. -Su expresión se volvió maligna-. Eso si no moría antes.
– ¿Se refiere al disparo que me hizo?
Una sonrisa maliciosa curvó los labios de lady Walsh.
– Es posible.
– ¿Y por qué este cambio de planes?
Lady Walsh frunció el ceño.
– Porque Daniel supuso que tanto usted como yo estábamos en peligro. ¿Sabía que, ayer por la noche, vino a advertirme de que fuera con cuidado? Casi me arrepentí de mi plan para arruinarlo y, si él hubiera aceptado mi invitación a pasar la noche en mi casa, podría haber cambiado de idea. Pero él decidió irse.