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– Lanzó una mirada cargada de odio a Carolyn-. Para estar con usted. Estoy segura.

– Así es.

– Este último rechazo selló su destino y me obligó a actuar más deprisa de lo que tenía pensado. Sabía que Daniel se encargaría de tenerla vigilada continuamente. -Esbozó otra sonrisa malévola-. Pero yo lo engañé. Y a usted también. Y ahora estamos aquí y usted va a morir.

Una furia helada, distinta a todo lo que había experimentado hasta entonces, invadió a Carolyn.

– Usted ya falló cuando me disparó la otra noche -declaró con desdén.

– Esta vez no fallaré.

Carolyn se dio cuenta de que era ahora o nunca y se lanzó contra su atacante profiriendo un fiero grito que cortó el aire helado. Los ojos de lady Walsh reflejaron sorpresa y, después, un odio profundo mientras luchaba para conservar la pistola. Carolyn luchó con todas sus fuerzas para mantener el cañón apuntando en otra dirección, pero lady Walsh era demoníacamente fuerte y estaba tan decidida a vencer como ella. El miedo y la furia obligaron a Carolyn a seguir luchando. El sudor la empapó y todos sus músculos temblaron con el esfuerzo.

Sin embargo, a pesar de su valiente intento, lady Walsh consiguió apoyar el cañón directamente bajo el pecho de Carolyn.

«¡Cielo santo, voy a morir! A manos de esta loca.»

Justo cuando tenía este pensamiento, lady Walsh soltó un grito y se puso tensa. Sus ojos se desorbitaron y aflojó la mano con la que agarraba la pistola. Carolyn le arrebató el arma y retrocedió alejándose de ella. Temblorosa, apuntó con el arma a lady Walsh, dispuesta a apretar el gatillo, pero, para su sorpresa, lady Walsh cayó de rodillas. Un hilo de sangre resbaló entre sus labios y a lo largo de su mandíbula. Su mirada se volvió vidriosa, pero siguió fija en Carolyn.

– Me vengaré -murmuró-. Incluso desde la tumba, me encargaré de que muera.

Entonces se derrumbó hacia delante y Carolyn contempló, con incredulidad, el mango del puñal que sobresalía de su espalda.

Aturdida, levantó la mirada y vio a Daniel en la abertura que había entre los setos. Antes de que pudiera moverse, él corrió hacia ella.

– ¿Estás herida? -preguntó él cogiendo con suavidad la pistola de entre sus dedos que, de repente, se habían vuelto fláccidos.

– Yo… estoy bien.

Aunque «bien» no encajaba, precisamente, con el temblor que dominaba sus extremidades.

Daniel le entregó la pistola al señor Mayne, quien entró en el claro con Samuel y Nelson. El mayordomo sostenía un puñal en una mano y, en la otra, blandía un atizador.

Carolyn parpadeó al ver de aquella forma a su circunspecto mayordomo.

– ¡Santo cielo, Nelson! ¿Qué está haciendo aquí?

– He venido a rescatarla, milady.

Por alguna razón, su respuesta llenó de lágrimas los ojos de Carolyn.

– Gracias. A todos.

Daniel la rodeó con un brazo y la condujo lejos del cuerpo de lady Walsh. Ella contempló el cadáver por encima de su hombro y se estremeció. Cuando se detuvieron, Carolyn se volvió hacia Daniel. Él cogió la cara de Carolyn entre las manos y la recorrió con una mirada ansiosa.

– ¿Estás segura de que no te ha hecho daño?

Carolyn asintió con la cabeza.

– Sí.

Antes de que pudiera pronunciar otra palabra, Daniel la estrechó contra él en un abrazo tan apretado que Carolyn apenas podía respirar. Ella se aferró a él, agradeciendo su fortaleza, porque las piernas seguían flaqueándole.

– Dios mío, Carolyn -susurró él junto al pelo de Carolyn-. Nunca, en toda mi vida, había estado tan asustado.

– Ella iba a matarme -murmuró Carolyn junto al pecho de Daniel.

Un escalofrío sacudió el cuerpo de Daniel.

– Sí, lo sé.

Ella levantó la cabeza y se inclinó hacia atrás lo justo para mirar a Daniel a los ojos.

– ¿La has matado?

– Sí.

– Has realizado un lanzamiento increíble con ese puñal. Me alegro mucho de que no fallaras.

– No podía fallar de ninguna manera. No con todo lo que había en juego.

– Yo no iba a permitirle que me matara. No sin luchar.

Daniel apartó un mechón suelto del cabello de Carolyn.

– Me alegro mucho de que así sea. No sabía que eras tan temible.

– Yo tampoco.

– Eres una autentica tigresa.

– Eso parece. Pero te aseguro que espero no tener que demostrarlo nunca más en circunstancias similares.

– Yo también. ¿Puedes caminar?

– Estoy un poco aturdida, pero prefiero ir caminando a casa a quedarme aquí.

Sin dejar de abrazarla, Daniel miró por encima del hombro de Carolyn.

– Voy a acompañar a lady Wingate a su casa, Mayne. ¿Quiere que le envíe a alguien?

– No. Samuel se ha ofrecido a ir a buscar a Rayburn y Nelson puede quedarse conmigo, si a lady Wingate le parece bien.

– Sí, claro.

Cuando Carolyn y Daniel llegaron a la abertura de los setos, ella no pudo evitar dar una última ojeada a lady Walsh.

– ¿Cuáles fueron sus últimas palabras? -preguntó Daniel.

– «Me vengaré. Incluso desde la tumba, me encargaré de que muera.» -Un escalofrío recorrió el cuerpo de Carolyn y Daniel le apretó los hombros con más fuerza-. No tengo ni idea de a qué se refería.

– No tiene importancia. Está muerta. Y no puede hacerte daño, ni a ti ni a nadie más.

Veinte minutos más tarde, una frenética Katie abrió la puerta de la casa de Carolyn. Después de asegurarle que su señora estaba bien, Daniel le pidió que le preparara un baño. Entonces levantó a Carolyn en brazos y la llevó al salón.

– Me encuentro bien -se sintió empujada a decir Carolyn aunque, al mismo tiempo, rodeó agradecida el cuello de Daniel con los brazos.

– Claro que sí. Eres una tigresa muy fiera. Llevarte en brazos es un acto totalmente egoísta por mi parte.

Daniel entró en el salón y cerró la puerta con su bota. Después, se dirigió directamente a la chimenea y dejó a Carolyn con suavidad en el sofá. Se sentó a su lado y le cogió las manos.

Ella soltó una de sus manos y deslizó los dedos por la mejilla de Daniel casi mareándose de placer al tocarlo.

– Estás pálido.

Él esbozó una débil sonrisa.

– Creo que todavía no me he recuperado del susto. De hecho, no sé si llegaré a recuperarme nunca. -Daniel llevó la mano de Carolyn a su boca y estampó un ferviente beso en sus dedos-. Casi te he perdido. Ni siquiera puedo empezar a describir lo que sentí cuando me di cuenta de que estabas en manos del asesino. Entonces no sabía si llegaría a tiempo para salvarte. Cuando te vi luchar con aquella loca… Hace muchísimo tiempo que no rezo, pero he llamado a todos los santos que he podido recordar. -Presionó la mano de Carolyn contra su pecho-. Y mis oraciones han sido oídas.

Los firmes latidos de su corazón en la palma de la mano de Carolyn hicieron que a ella se le formara un nudo en la garganta. ¡Cielo santo, lo quería tanto…! Y habían estado a punto de perderse el uno al otro, lo que constituía un impactante recordatorio de lo preciosa que era la vida. Y el amor. Y de que ninguno de los dos debía malgastarse. Ella lo amaba y, aunque él no la amara a ella, aunque se arriesgara a quedar en ridículo, tenía que decírselo.

Sin estar segura del todo acerca de cómo empezar, Carolyn carraspeó.

– Me has salvado la vida.

– Me siento agradecido por no haber llegado demasiado tarde y haber podido salvarte.

– Yo te estoy profundamente agradecida.

Daniel frunció el ceño, titubeó y, a continuación, dijo:

– No quiero tu gratitud, Carolyn.

– ¡Oh! -exclamó ella en voz baja.

La cosa no iba especialmente bien.

– Quiero tu amor.

Ahora fue ella quien frunció el ceño.