– Sospecho que sí. Déjame verlos.
Carolyn retiró la tapa de la caja y arrugó la nariz al percibir un fuerte olor a almendras amargas.
– Huelen raro -declaró-. Ya lo pensé cuando abrí la caja la primera vez.
A Daniel se le disparó un músculo de la mandíbula, volvió a colocar la tapa a la caja y cogió a Carolyn por los hombros. Sus ojos se habían oscurecido de la emoción.
– Supongo que los mazapanes están envenenados. Por el olor, diría que con cianuro. La pasta de almendras disimula el olor amargo del veneno.
Carolyn empalideció.
– Esto es lo que quería decir con sus últimas palabras. Lo que dijo sobre que se vengaría desde la tumba.
– Sí. -Daniel apretó brevemente los párpados-. Gracias a Dios, no te gusta el mazapán -declaró con voz áspera.
Carolyn sintió un escalofrío y se introdujo en el círculo que formaban los fuertes brazos de Daniel.
– Ahora todo ha terminado de verdad -manifestó, sintiéndose débil por el alivio que experimentaba-. Ha terminado del todo.
– Al contrario, mi extremadamente encantadora, muy querida, sumamente talentosa, enormemente divertida, extraordinariamente inteligente, poseedora de los labios más apetecibles que he visto nunca así como de una excelente memoria, dueña de mi corazón y futura lady Surbrooke -declaró Daniel con los ojos rebosantes de amor-. Este es sólo el primero de toda una vida de recuerdos que vamos a crear juntos.
Jacquie D’Alessandro