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Ninguno de los dos habló, y luego ella dijo:

– No lo he llamado, por supuesto.

– ¿Cómo ha podido resistir ese sentido ruego?

Ella sonrió, luego la sonrisa se desvaneció y dijo:

– Realmente no quiero causarle ningún dolor.

– Si me permite decirlo, no me pareció que estuviese sufriendo mucho. Pero usted lo conoce mejor que yo.

– Me llamó tres veces más con mensajes más cortos diciendo: «Llámame»

Pensé en el mensaje de Mark Winslow y llegué a la conclusión de que Ted Nash no se había presentado en la casa de los Winslow buscando a la señora Winslow. Luego volví a pensarlo y llegué a la conclusión de que quizá Ted Nash estaba en la habitación con Mark Winslow mientras llamaba a su esposa.

– ¿Su esposo parecía… normal? -le pregunté a Jill.

– Sí. Eso es normal para él.

– Lo que quiero decir es, ¿cree que es posible que alguna persona le estuviese apuntando lo que debía decir? ¿La policía o alguien?

Ella lo pensó un momento y contestó:

– Supongo que es posible… normalmente no hubiese mencionado a los chicos… pero… -Me miró y añadió-: Sé a lo que se refiere, pero no puedo decirlo con seguridad.

– De acuerdo. -Sólo había sido otro pensamiento paranoico, pero uno bueno. Conclusión: no importaba si Ted Nash estaba un paso por detrás de mí. Lo importante es que no estuviese un paso por delante de mí-. ¿Le gustaría tomar una copa? -dije.

Bebimos y ella mencionó la invitación a cenar, pero yo sugerí el servicio de habitaciones, en parte porque siempre me encuentro con la gente equivocada cuando salgo, y en parte porque cuantas más puertas hubiese entre mí y quienquiera que me estuviese buscando, mejor para todos.

Conversamos un rato y ella rae confirmó que había hecho que guardasen la cinta de vídeo en la caja de seguridad del hotel, y que había mantenido el móvil desconectado todo el día, no había utilizado las tarjetas de crédito y tampoco sacado dinero de los cajeros automáticos.

Me contó que había ido a la iglesia de St. Thomas, en la Quinta Avenida, luego había dado un paseo por el parque, hasta el Museo de Arte Metropolitano. Había entrado en Barney's, luego había mirado escaparates en la Avenida Madison y, finalmente, había regresado andando al Plaza. Un típico domingo en Nueva York, pero un día realmente memorable para Jill Winslow.

Pedimos la cena al servicio de habitaciones y la subieron a las ocho. Nos sentamos a la mesa, con las luces tenues, las velas encendidas y una música suave saliendo de los altavoces.

A pesar de toda esta puesta en escena, ninguno estaba tratando de seducir al otro, lo que probablemente era un alivio para ambos. Quiero decir, era una hermosa mujer, pero hay un momento y un lugar para todo. Para mí, ese momento había pasado desde que me había casado; para ella, ese momento estaba comenzando. Además, Kate debía estar aquí mañana a las cinco de la larde.

Bebimos vino con la cena y ella se puso un tanto achispada y comenzó a hablarme de Mark y un poco también de su aventura de dos años con Bud Mitchell.

– Incluso cuando decidí portarme mal, lo hice con un hombre de quien sabía que jamás podría enamorarme. Sexo seguro. Esposo seguro. Matrimonio seguro. Vecindario seguro. Amigos seguros.

– No hay realmente nada malo en ello.

Jill se encogió de hombros.

Más tarde me confesó:

– Tuve otra breve aventura después de lo de Bud. Hace tres años. Duró unos dos meses.

Yo no quería los detalles y ella no me dio ninguno.

Yo había pedido un bistec, no porque quisiera comer carne sino porque quería un cuchillo. Jill se excusó en un momento dado y fue a su dormitorio, y yo aproveché para llevar el cuchillo a mi habitación.

A las diez de la noche me excusé con lo del jet lag y la buena comida y el buen vino, algo a lo que no estaba acostumbrado en Yemen.

Ella se levantó y nos dimos la mano. Luego me incliné y la besé en la mejilla.

– Usted es una veterana. Todo saldrá bien.

Ella sonrió y asintió.

– Gracias otra vez por la camisa. Buenas noches.

– Buenas noches.

Comprobé nuevamente mi móvil en busca de mensajes, pero no había ninguno. Miré la tele un rato en mi habitación y luego puse la cinta de Un hombre y una mujer. La adelanté hasta las escenas sobre la manta en la playa y pasé a cámara lenta los últimos minutos desde el momento en que se veía el resplandor en el horizonte, seguido de la estela de luz que ascendía en el aire. Intenté ser escéptico y darle otra interpretación, pero la cámara no mentía. Pasé la cinta en sentido inverso para ver si había algo que pudiese interpretarse de una manera diferente, pero hacia adelante, hacia atrás, a cámara lenta, a velocidad normal, era lo que parecía ser: un misil, con una cola ardiente y una columna de humo blanco en dirección a las luces del avión. Fue el pequeño zigzag que describían la luz y el humo justo antes de la explosión lo que me convenció, si es que necesitaba algo más para convencerme. El jodido misil corrigió su trayectoria, enfiló hacia el avión e hizo impacto en su objetivo. Misterio resuelto.

Extraje la cinta del aparato, la guardé debajo del colchón, y puse el cuchillo sobre la mesilla de noche.

Me sumí en un sueño agitado y continué viendo la cinta en mis sueños, excepto que era yo quien estaba en la playa, no Bud, y era Kate, no Jill, quien estaba desnuda a mi lado, diciendo: «Te dije que era un misil. ¿Lo ves?»

CAPÍTULO 49

La llamada para despertarme sonó a las 6.45 y salté de la cama. Busqué debajo del colchón, saqué Un hombre y una mujer y miré la cinta durante unos segundos.

Me acerqué a la ventana y eché un vistazo a Central Park. No me gustan los lunes y el tiempo que hacía fuera no contribuyó a mejorar mi estado de ánimo; estaba nublado y llovía, algo que no había visto en cuarenta días en Yemen. No es que quisiera volver a Yemen.

Después de haberme duchado, me vestí con mis cada vez más cómodos pantalones caqui y me puse la camisa rosa. Si veía a Ted Nash y hacía algún comentario sobre la camisa, lo mataría.

Aparte de eso, iba a ser un Gran Día. Hablaría con Nash, y si él había coordinado su agenda con Washington, nuestros dos equipos tendrían una reunión. Yo tenía que pensar quién debía estar en la reunión, dónde debía celebrarse y si debía llevar una de las cintas. No soy un entusiasta de las reuniones, pero esperaba ésta con creciente ansiedad.

Y lo que era más importante, era un buen día porque Kate regresaba a casa.

Pensé en el comité de bienvenida del aeropuerto, que posiblemente podía incluir a hombres con diferentes ideas sobre quién de ellos debería acompañar a Kate hasta el coche que esperaba. La cosa podía ponerse un tanto difícil, pero Dom sabía ponerse psicótico cuando alguien intentaba joderlo. Y Kate, como yo había descubierto, no perdía el tiempo cuando se trataba de salirse con la suya.

En este momento estaba volando. Yo podría haberla llamado o enviado un correo electrónico anoche, poniéndola sobre aviso de que era posible que se encontrara en una situación complicada en el aeropuerto. Pero si estaba bajo vigilancia -y probablemente lo estaba después de mi encuentro con Nash-, entonces su correo electrónico y sus teléfonos móviles no serían seguros.

Me miré en el espejo de cuerpo entero. El rosa realmente realzaba mi bronceado.

Fui a la sala de estar y encontré a Jill sentada a la mesa con un albornoz del Plaza, bebiendo café y leyendo el New York Times.