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– Buenos días -dije.

Ella alzó la vista.

– Buenos días. Esa camisa le queda muy bien.

– Va a ser una de mis favoritas. ¿Ha dormido bien?

– No.

Me senté a la mesa, me serví una taza de café y dije:

– Ayer fue un día muy estresante para usted.

– Creo que se ha quedado corto.

Bebí un trago de café y la miré por encima del borde de la taza. Parecía relajada, pero pensé que la situación empezaba a hacer mella en Jill.

– ¿Lo ha pensado mejor?

– No. De hecho, estoy cada vez más convencida de que hago lo correcto.

– De eso no hay duda.

Ella insistió en que yo necesitaba desayunar y echamos un vistazo al menú del servicio de habitaciones. Jill dijo que ella tomaría un desayuno saludable para el corazón y sugirió que yo debía hacer lo mismo.

Hablamos, leímos los periódicos y vimos Today, con Katie y Matt.

Un camarero trajo el desayuno para tener un corazón sano. Me produjo acidez.

Después del desayuno, Jill quiso dar un paseo y me pidió que la acompañase, pero le dije:

– Debo quedarme aquí. Tal vez deba acudir a una reunión. Y puede que usted tenga que reunirse conmigo. Llámeme cada hora y compruebe su móvil cada media hora.

– De acuerdo… ¿qué clase de reunión?

– De la que usted debería haber tenido hace cinco años.

Ella asintió.

– No tendrá que decir nada. Sólo tendrá que estar allí. Yo me encargaré de hablar.

– Puedo hablar por mí misma -contestó ella.

Sonreí.

– Estoy seguro de que puede hacerlo.

Fue a su dormitorio, se vistió y regresó a la sala de estar.

– ¿Necesita algo mientras esté fuera? -preguntó.

Necesitaba una Glock calibre 40, pero le dije:

– Se rae está acabando la pasta de dientes. -No era verdad, pero ella necesitaba hacer algo-. Uso la marca Crest. Y vea si puede encontrar otra copia de Un hombre y una mujer. Además, llame a la habitación antes de regresar al hotel. -Cogí un bolígrafo del escritorio y apunté el número del móvil de Dom Fanelli en mi tarjeta y se la di-. Si no puede localizarme en el teléfono o si cree que hay algún problema, llame al detective Fanelli a ese número. Él le dirá lo que debe hacer.

Jill me miró y preguntó:

– ¿Es éste su ejército de ángeles?

Yo no describiría a Dom Fanelli como un ángel, pero contesté:

– Sí. Él es su ángel de la guarda si a mí me sucede algo.

– A usted no le pasará nada -dijo ella.

– No. Que pase un buen día.

Ella también me deseó un buen día y se marchó.

Tal vez debería haberla retenido allí, donde estaba un poco más segura que fuera. Pero yo había hecho de canguro de suficientes testigos para saber que pueden empezar a ponerse hostiles si se los mantiene enjaulados demasiado tiempo. Además, en este caso, a Nash le resultaría mucho más difícil cogernos a los dos si estábamos separados.

Comprobé mi móvil, pero no había ningún mensaje de Ted Nash ni de ningún otro.

Llamé al contestador de mi apartamento y había un par de mensajes. Ninguno era de Nash.

Llamé a Dom Fanelli a su móvil y contestó él.

– ¿Cómo van las cosas con la escolta en el aeropuerto?

– Creo que ya lo tengo solucionado. Tuve que recordar toda clase de favores, decir una tonelada de mentiras y prometer el jodido mundo. Conseguí a dos polis uniformados libres de servicio y pedí prestado un coche. Me reuniré con ellos en la calle a las tres y estaremos allí antes de que el avión de Kate haya aterrizado.

– Suena bien. Se me ha ocurrido otra idea: si los federales están esperando a Kate, pueden abordarla antes de que pase el control de pasaportes. ¿Puedes entrar allí y evitar esa posibilidad?

– Lo intentaré… Conozco a algunos policías de aeropuertos… veré lo que puedo hacer.

– Tienes que hacerlo. Además, no debes presentarte demasiado temprano, o descubrirás tu juego y ellos llamarán pidiendo refuerzos, y entonces te verás metido en una pelea que puedes perder. Tiene que ser como una operación comando. Entrar y salir antes de que puedan reaccionar.

– Estás haciendo que un trabajo difícil sea más difícil.

– Tú puedes hacerlo. A menos que tengan una orden federal contra ella, Kate irá voluntariamente contigo, te conoce.

Dom se echó a reír.

– ¿Sí? Ella me odia.

– Ella te ama. De acuerdo, si uno de los jefes de Kate está allí, la cosa se puede poner incluso más complicada. Pero sé que puedes convencer a Kate de que te ha enviado su amante esposo.

– Muy bien. Pero tengo que decirte, John, que ella puede ser tu esposa pero también es una agente federal. ¿Quién está primero?

Buena pregunta.

– Tienes que hacerle entender de qué se trata todo este asunto sin decirle demasiado delante de nadie. ¿De acuerdo? Llámame si lo necesitas y yo hablaré con ella. Si todo lo demás falla, amenázalos con arrestarlos por interferir con un oficial de policía en el cumplimiento de su deber. ¿De acuerdo?

– Sí, pero tú y yo sabemos que todo eso es basura. No tenemos ningún derecho legal a estar allí.

– ¿Quieres que vaya contigo?

– No. Déjamelo a mí. -Se quedó en silencio unos segundos y luego dijo-: No importa cómo vaya lo del aeropuerto, lo importante es que Kate llegue al Hotel Plaza.

– Lo sé. Y asegúrate de que no te siguen.

– Los federales son incapaces de seguir a un perro con correa.

– Correcto. ¿Entiendes por qué es importante todo esto? -le pregunté.

– Sí. Quieres acostarte con tu mujercita a las seis y media como mucho.

– Exacto. No me estropees el plan.

Dom se echó a reír y luego me preguntó:

– Eh, ¿cómo te van las cosas con la señora Winslow? ¿Qué aspecto tiene?

– Una anciana muy agradable.

– Tiene treinta y nueve años. ¿Qué aspecto tiene?

– Guapa.

– ¿Qué hiciste anoche en el Plaza?

– Cenar.

– ¿Eso es todo?

– Ambos estamos casados y no nos interesan esas cosas.

– Eso es sólo una frase, John. Dime una cosa, cuando lleve a Kate al Plaza, ¿cómo crees que reaccionará ella cuando vea que has estado cohabitando con la estrella de la Manta en la Playa?

– Dom… tienes la mente muy sucia.

– Ya no tienes sentido del humor. ¿Dónde está ahora tu testigo?

– Ha salido a dar un paseo. Le di el número de tu móvil por si las cosas se ponen feas en el Plaza.

– ¿Estás seguro de que no quieres apoyo en el hotel?

– Sí. Estamos de incógnito, y nadie nos ha seguido y tampoco han hecho un rastreo electrónico. Pero necesitaré una escolta policial desde aquí para tener una reunión con los federales hoy o mañana.

– Sólo dame una hora. Esta vez sí que te has metido hasta el cuello en la mierda, compañero -dijo Dom.

– ¿Eso crees?

– Resiste.

– Siempre lo hago. Llámame cuando Kate esté en tu coche.

– Lo haré. Ciao.

Volví a comprobar mi móvil, pero no había ningún mensaje.

Había dejado de llover, pero el cielo seguía encapotado. Me preparé para una larga mañana.

Llegó la doncella y se marchó. Pedí más café al servicio de habitaciones.

Jill llamaba cada hora como había prometido y yo le repetía que no había ninguna noticia, y ella me decía lo que estaba haciendo, que eran principalmente visitas a museos. Había comprado un tubo de Crest y encontrado una copia de Un hombre y una mujer en una tienda de alquiler y venta de vídeos.

– Mark ha llamado media docena de veces y me ha dejado mensajes. ¿Debería llamarlo?

– Sí. Trate de averiguar si algún agente federal le ha llamado o ha estado en su casa. En otras palabras, averigüe qué sabe y si se ha tragado su historia de que usted necesita estar sola. ¿De acuerdo?