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– Muy bien.

– Vea si está en el trabajo. Trabaja en la ciudad, ¿verdad?

– Sí. En el centro.

– Llámelo allí. Y no permita que la obligue a darle más información. ¿De acuerdo?

Ella me sorprendió al contestar:

– Que lo jodan.

Sonreí y le dije:

– Luego vuelva a llamarme. Y no lo olvide, cinco minutos como máximo en su móvil, y no use un teléfono público porque en la pantalla de identificación de llamadas aparecerá Manhattan. ¿De acuerdo?

– Entiendo.

A las 12.30, aproximadamente, encendí mi móvil y esperé unos minutos. Emitió un zumbido y recuperé el mensaje. La voz dijo: «John, soy Ted Nash. Necesito hablar contigo. Llámame.» Me dio el número de su teléfono móvil.

Me acomodé en un sillón, apoyé los pies sobre un reposapiés y llamé al señor Ted Nash.

Él contestó a la llamada.

– Aquí Nash.

– Aquí Corey -dije.

Hubo una pausa de medio segundo, luego él dijo:

– Tal como habíamos quedado, prometí que te llamaría por lo de tener una reunión.

– ¿Reunión…? Oh, es verdad. ¿Cómo tienes la agenda?

– Parece libre para mañana.

– ¿Qué me dices de hoy?

– Mañana es mejor. ¿No tienes que recoger a Kate en el aeropuerto esta tarde?

– ¿Es hoy?

– Eso creía -dijo Nash.

Ted y yo estábamos montando nuestro pequeño número, ambos tratando de deducir quién sabía qué, y quién dirigía a quién.

– De acuerdo -dije-. Mañana.

– Bien. Mañana es mejor.

– De acuerdo. Debes llevar a esa pareja a la reunión -le recordé.

Esta vez hubo una pausa de dos segundos antes de que Ted contestara.

– Puedo tener al tío.

– ¿Dónde está la mujer?

– Creo que sé donde está -contestó Nash-. De modo que quizá también acuda a la reunión. El hombre estará allí y él te confirmará lo que le he contado.

– Que yo sepa, el hombre podría ser de la CIA. Otro mal actor.

– ¿Cómo podemos hacer para que haya algo de confianza entre todas las partes? -preguntó Ted.

– ¿Cuántos polígrafos puedes llevar a esa reunión?

Él no contestó a eso, pero me preguntó:

– ¿Dónde estás ahora?

– En mi casa.

Nash sabía que no estaba allí porque probablemente tenía a un equipo en mi apartamento.

– Llamé un par de veces a tu apartamento y nadie contestó.

– No cojo las llamadas. ¿Dónde estás tú?

– Estoy en el 290 de Broadway. En mi oficina.

– ¿Has encontrado tu arma? -No contestó, de modo que le pregunté-: ¿Llegaste bien a casa desde la playa? No deberías haber conducido con una herida en la cabeza.

Nash no dijo «Que te jodan» o «Comemierda», pero yo sabía que se estaba mordiendo el labio y rompiendo lápices. Además, no estaba solo, que era la razón por la que la conversación era un tanto formal y muy cautelosa.

– ¿Cómo te sientes tú? -preguntó.

– De maravilla. Pero necesito cortar la comunicación por si hay alguien tratando de triangular mi señal.

– ¿Quién querría hacer eso?

– Los terroristas. Mi madre. Ex novias. Uno nunca sabe.

– Entonces llámame desde el teléfono de tu apartamento.

– Está al otro lado de la habitación. Fijemos un lugar y una hora.

– De acuerdo. ¿A quién llevarás tú a la reunión? -preguntó.

– A mí.

– ¿Alguien más?

– No necesito a nadie más. Pero quiero que tú estés allí, obviamente, y Liam Griffith, y también ese tío que tiene uno de los papeles principales en la cinta de vídeo. Además quiero que llames a Jack Koenig, si no lo has hecho ya, y le sugieras que asista a la reunión. Y dile que lleve al capitán Stein. Y comprueba si el señor Brown está disponible.

– ¿Quién?

– Tú sabes quién. Y también quiero que haya alguien de la oficina del fiscal general.

– ¿Porqué?

– Tú sabes por qué.

Ted Nash hizo una pequeña broma y dijo:

– No convirtamos esto en un caso federal. No será más que una reunión informal y exploratoria para saber cómo debemos proceder. Pero sobre todo para satisfacer tu curiosidad y que te convenzas de que no hay nada más que lo que ya te he contado. Esto es una muestra de cortesía hacia ti, John, no una confrontación.

– Oh. De acuerdo. Me estaba poniendo nervioso.

– Ése ha sido siempre tu problema. ¿Piensas llevar a Kate a la reunión? -preguntó.

– No. Ella no tiene nada que ver con esto.

– Eso no es completamente cierto, pero si quieres mantenerla apartada de este caso, adelante, es comprensible.

– ¿Ted, es posible que estén grabando esta conversación?

– No podría ser grabada legalmente sin tu conocimiento o el mío.

– Oh, es verdad. ¿Por qué siempre olvido estas cosas? Es sólo que suenas tan correcto, no pareces el viejo Teddy que conozco.

Nash permaneció en silencio unos segundos y luego dijo:

– Eres un gilipollas.

– Gracias a Dios. Estaba preocupado por ti. Y tú también eres un gilipollas. De acuerdo, gilipollas, ¿cuál sería una buena hora para ti mañana?

– Temprano. Digamos las ocho, ocho y media. Podemos encontrarnos aquí, en el 290 de Broadway.

– Sí, claro. En ese lugar ha entrado más gente de la que ha salido.

– No seas melodramático. ¿Qué me dices de la sede de la ATTF? -sugirió-. ¿Es suficientemente segura para ti? ¿O también entra en tu paranoia?

Pasé por alto sus comentarios y pensé en un lugar de reunión. Ahora que Kate estaría en casa, yo sabía que insistiría en estar presente, aunque yo no quería implicarla aún más en este asunto. Pero podía contar con algo de apoyo, y me sentiría mejor si llevaba a Jill a la reunión y Kate nos acompañaba. Recordé mi última noche en Nueva York antes de que Kate y yo nos despidiésemos y le dije a Nash:

– Windows on the World. Desayuno energético.

– ¿No crees que ese lugar es demasiado público para lo que tenemos que hablar? -replicó Nash.

– Dije un lugar público y tú dijiste que se trata sólo de una reunión informal y exploratoria… y una muestra de cortesía hacia mí. ¿Cuál es el problema?

– Te lo acabo de explicar. Es demasiado público.

– Estás haciendo que me vuelva suspicaz, Ted.

– Paranoico sería más correcto.

– Eh, ¿acaso no me encontré a solas contigo anteanoche en la playa? Eso no es ser paranoico, sino estúpido. Pero esta vez, quiero ser listo. Y la vista es magnífica.

– Quiero que nos veamos en un despacho. En el despacho de cualquiera. Koenig. Stein. Tú eliges.

– ¿Estás tratando de mantenerme en el teléfono? Ted, te veré mañana a las ocho y media. En el Windows on the World. Tú invitas.

Corté la comunicación. Gilipollas.

Era una tarde muy larga. Mi esposa debía llegar al Kennedy con uno, posiblemente dos comités de bienvenida y mi testigo estrella estaba dando un paseo.

Jill me llamó y dijo:

– He hablado con Mark. Dijo que el FBI había estado en su despacho preguntando por mi paradero.

– ¿A qué hora fue eso?

– No lo dijo.

Yo sospechaba que ellos se habían presentado en su casa ayer, lo que había provocado esa extraña llamada de Mark Winslow. Además, yo no estaba del todo seguro de que hubiesen sido agentes del FBI los que estuvieron en su despacho, sino gente de la CIA con credenciales del FBI.

Jill continuó:

– No le dijeron cuál era el motivo de la visita, sólo que yo era testigo de algo que había ocurrido y que necesitaban hablar conmigo.

– ¿Le preguntó su marido qué había visto usted?

– Sí. Y le conté toda la historia. Le hablé de Bud, de nosotros en la playa y de la cinta de vídeo.