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– ¿Cómo se lo tomó?

– No muy bien. Pero sus cinco minutos se habían agotado y corté la comunicación.

– Quiero que regrese al hotel de inmediato -dije-. Desconecte el móvil.

– De acuerdo. Estaré ahí en quince minutos.

Las cosas se estaban acelerando más de lo previsto, pero no era tan malo que Ted Nash supiese que John Corey había encontrado a Jill Winslow, siempre que no supiese también dónde estábamos. El señor Nash, básicamente, estaba teniendo un día de perros. Ni siquiera era capaz de imaginar la cantidad de llamadas telefónicas entre Nash y quienquiera que hubiese decidido hacía cinco años montar la conspiración y el encubrimiento.

Pero Ted Nash pensaba que tenía una posibilidad de cambiar las tornas, ya fuese en el aeropuerto arrestándonos a Kate y a mí, o bien mañana durante la reunión.

Entretanto, el señor Nash estaba poniéndose en contacto con todos los implicados en esto, tratando de controlar los daños, intentando dar conmigo y visitando el váter varias veces por día. Y cuando descubriese que yo tenía una copia de la cinta de vídeo, desearía estar muerto otra vez.

Comprobé mi móvil y había un mensaje del objeto de mis reflexiones, el señor Nash. Le llamé y me dijo:

– He hablado con algunas personas y sólo quiero confirmar nuestra reunión de mañana.

Su voz sonaba un poco más preocupada que la última vez que habíamos hablado. Era evidente que había estado hablando con gente que estaba muy intranquila.

– Estaré allí -dije.

– ¿De qué… de qué querrás hablar?

– De cualquier cosa.

– Deja que te haga una pregunta, ¿tienes alguna prueba sólida que pudiera hacer que este caso fuese reexaminado?

– ¿Por ejemplo?

– Te lo estoy preguntando a ti.

– Oh… bien, podría tener alguna cosa. ¿Por qué?

– ¿Llevarás esa prueba mañana a la reunión?

– Si tú quieres.

– Eso estaría muy bien. ¿Tienes algún testigo que te gustaría que estuviese presente en la reunión?

– Tal vez.

– Todos los testigos que tengas serán bienvenidos a la reunión.

– ¿Estás leyendo un guión?

– No. Sólo te estoy diciendo que puedes llevar a quien quieras.

– O sea, que puedo llevar a un invitado.

Casi pude oír cuando rompía un lápiz.

– Sí, deberías llevar cualquier prueba material y a cualquier persona con la que quisieras hablar. En la Torre Norte hay despachos disponibles si queremos trasladar la reunión a un lugar privado.

En ese momento decidí arruinarle el día por completo y le dije:

– Me gustaría hacer una presentación audiovisual. ¿Crees que podrías conseguir el equipo necesario?

Lamenté profundamente no ver su cara en ese momento.

Nash dejó transcurrir un largo segundo y luego dijo:

– Creo que te estás tirando un farol.

– Piensa lo que quieras. Asegúrate de que haya un reproductor de vídeo y una pantalla.

Nash se quedó nuevamente en silencio y luego dijo:

– Ya te lo he dicho, la cinta fue destruida.

– Bueno, estabas mintiendo. La cinta sólo fue borrada.

– ¿Cómo sabes eso?

– Tú sabes cómo lo sé.

– Creo que me estás vendiendo humo -dijo.

– ¿Has visto alguna vez esa película francesa, Un hombre y una mujer'?

Esperé su respuesta mientras los engranajes de su cabeza se engranaban y daban vueltas, pero no dijo nada, de modo que añadí:

– Piensa en ello. Tú y Griffith la cagasteis.

Podía imaginar a Nash en una habitación en la que había otras personas, todas ellas mirándolo. Si Griffith también estaba allí, o el señor Brown, probablemente se estuviesen señalando mutuamente con el dedo.

– O esa mujer es muy lista, o tú la has convertido en más lista de lo que fue aquella noche.

– Bueno, ambos sabemos que yo soy un tío listo. Y creo que ella es una tía lista. Pero de ti no sé qué decir, Ted. Ni de tus amigos.

Ted decidió volver a comportarse como un rufián y dijo:

– A veces, cuando cometemos un error, tenemos que enterrar nuestros errores.

– A propósito, ¿cuándo puedo esperar tu próxima muerte? ¿Se trata de un acontecimiento anual?

Ted me sorprendió al preguntarme:

– ¿Te lo estás pasando bien?

– En grande.

– Pues disfruta de esto mientras dure.

– Lo haré. Tú también. Tengo que colgar.

– Espera. Dime qué esperas que ocurra después de esta reunión. ¿Oué resultado estás buscando?

– Verdad. Justicia.

– ¿Qué me dices de ti? ¿Y de Kate?

– Huelo a soborno.

– ¿Estás dispuesto a considerar un acuerdo? ¿Un buen trato para todos?

– No.

– ¿Y si te explicamos de qué se trata todo esto? Por qué tuvimos que hacer algunas de las cosas que hicimos. ¿Estarías abierto a conocer el cuadro completo y considerar las cuestiones más importantes de este asunto?

– ¿Sabes qué? Me importa una mierda de qué se trata todo esto y puedes coger tus ambigüedades morales y metértelas por el culo. No hay una sola jodida cosa que tú y tus amigos pudieran decirme que convirtiera este caso en algo legal, justo o correcto. ¿Un accidente provocado por fuego amigo? ¿Un ataque terrorista? ¿Un rayo mortal lanzado por un alienígena del espacio exterior? O tal vez simplemente no lo sabéis. Cualquiera que haya sido la causa, el gobierno le debe al pueblo norteamericano una respuesta completa y honesta. Ése es el resultado que espero de esta reunión.

– Te estás jugando la cabeza, Corey.

– Y tú estás metido en la mierda hasta el culo. Me siento triangulado -dije-. Nos veremos mañana.

Fui al bar y busqué una cerveza fría.

Ted Nash es un maestro alternando amenazas de muerte, tratos y sobornos para conseguir sus objetivos. En este caso, su objetivo fundamental era enterrar la prueba y, ya que estaba en ello, enterrarme a mí, probablemente a Jill Winslow y posiblemente a Kate.

Y ése era el tío que le gustaba a Kate. Sé que a las mujeres les gustan los chicos malos, pero Ted Nash era más que malo; era, para establecer una analogía, como un vampiro, a veces encantador, básicamente aterrador y siempre cruel. Y ahora había vuelto de la tumba para matar a cualquiera que amenazara con revelar sus oscuros secretos.

De modo que, no importa lo que sucediera mañana, o al día siguiente, este tío no iba a descansar o a sentirse seguro hasta que me matase.

Yo sentía exactamente lo mismo hacia él.

CAPÍTULO 50

Jill regresó con algunas bolsas de compras, una de las cuales contenía un tubo de pasta de dientes Crest y la otra una cinta de Un hombre y una mujer.

Se sentó, se quitó los zapatos y apoyó los pies encima de un reposapiés.

– No estoy acostumbrada a caminar tanto -comentó.

– Si piensa vivir en Manhattan, caminará mucho -dije.

Ella sonrió y contestó:

– ¿Cree que Mark me dará un coche y un chófer como parte de nuestro acuerdo de divorcio?

– Preguntar no hace daño. -Me alegraba comprobar que seguía manteniendo una actitud positiva. Comenzar una nueva vida era una experiencia emocionante, pero al final la parte alarmante empezaba a revelarse. Era hora de informar a la señora Winslow y acerqué una silla, me senté delante de ella y dije:

«Mañana a las ocho y media tengo que acudir a una reunión para hablar de usted, la cinta de vídeo y otras cuestiones relacionadas con este asunto.

Ella asintió.

– Bud Mitchell estará en esa reunión.

– Entiendo. Y a usted le gustaría que yo estuviese presente.

– Así es.

Ella lo pensó un momento y luego dijo:

– Si eso es lo que usted quiere, estaré allí. ¿Quién más asistirá a esa reunión? -preguntó.

– Yo estaré, por supuesto, y probablemente Kate. En el otro lado estarán Ted Nash y Liam Griffith, a quienes conoció hace cinco años. El tercer hombre al que conoció entonces, el señor Brown, puede que asista o no.