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Ella asintió.

– Ted Nash no me cayó especialmente bien -dijo.

– Le pasa a la mayoría de la gente, yo incluido. -A Kate sí, pero no por mucho tiempo-. He pedido que mi jefe, Jack Koenig, esté presente y tal vez un capitán de policía llamado David Stein.

– ¿Y de qué lado están?

– Ésa es una buena pregunta -dije-. Pienso en esto como en un partido entre dos equipos, los Ángeles y los Demonios. En este momento, los jugadores están eligiendo sus bandos, y podría haber algunos cambios de un bando a otro. El capitán de los Demonios es Ted Nash y él no cambiará de equipo. Todos los demás están esperando a ver qué sucede en esta reunión.

– ¿Quién es el capitán de los Ángeles?

– Yo.

Ella sonrió y dijo:

– Yo estoy en su equipo. Y, naturalmente, su esposa también.

– Naturalmente. He pedido que una persona de la oficina del fiscal general también asista a la reunión. Él o ella actuará como árbitro. Para continuar con la analogía, puede que haya algunas personas que sólo actúen como espectadores, pero que puedan querer participar en el juego. El balón es la cinta de vídeo -añadí.

Ella permaneció en silencio unos segundos antes de hablar.

– Sigo sin entender por qué todo esto es un problema. Ese avión fue derribado. La gente que se llevó mi cinta lo sabe. ¿Quién está manteniendo esta información en secreto? ¿Y por qué?

– No lo sé.

– ¿Lo sabremos mañana?

– Ellos pueden decirnos por qué, pero no importa por qué. Jamás nos dirán quién. Y en este momento no importa por qué o quién. Lo único que importa es que esa cinta, su testimonio y el de Bud se hagan públicos. El resto, puedo asegurárselo, saldrá solo.

Ella asintió antes de preguntar:

– ¿Han conseguido que Bud se presente?

– Si eso es lo que ellos quieren, Bud hará lo que ellos quieran.

– Pero ¿qué pasa con la promesa hecha hace cinco años de que si Bud y yo respondíamos a sus preguntas, ellos jamás revelarían nuestros nombres o lo que había sucedido aquella noche?

– Desde entonces han ocurrido muchas cosas -dije-. No se preocupe por Bud, él no está preocupado por usted.

– Lo sé.

– Y no debe sentirse incómoda ni culpable cuando se encuentre mañana con él. Necesita prepararse para este partido.

Se miró los pies, que descansaban sobre el reposapiés, y me preguntó:

– ¿Se exhibirá la cinta de vídeo?

– Probablemente, pero no es necesario que Bud y usted estén presentes.

Ella asintió.

– La reunión se llevará a cabo en un lugar público -dije-. En el Windows on the World, en el World Trade Center. Luego es posible que nos traslademos a un despacho de la Torre Norte, donde veremos la cinta. -La miré fijamente. Ella lo había entendido todo como una abstracción (el divorcio, la exposición pública y todo lo demás), pero cuando entramos en los detalles, el Windows on the World a las 8.30, partes presentes, etcétera, se empezó a poner un tanto ansiosa-. No importa lo mal que se pueda poner esto -dije-, al acabar el día sólo habrá salido algo bueno de todo este asunto.

– Lo sé.

– Hay algo más que debería saber -dije-. Esta primera reunión, francamente, es la más peligrosa.

Jill me miró.

– Creo que esa gente está desesperada y, por lo tanto, es peligrosa. Si tienen alguna posibilidad de enterrar esto antes de que se vuelva más grande y escape a su control, entonces el momento y el lugar para hacerlo serán mañana, antes, durante o después de la reunión. ¿Entendido?

Ella asintió.

– He tomado algunas precauciones, pero necesito que sepa que puede pasar cualquier cosa. Manténgase alerta, no se separe de mí o de Kate, o de Dom Fanelli. Ni siquiera vaya al lavabo sin que Kate la acompañe. ¿De acuerdo?

– Lo entiendo… ¿Por qué no llamamos a los medios de comunicación?

– Después de mañana, no habrá necesidad de llamarlos, ellos nos llamarán a nosotros. Pero por ahora… en mi negocio existe una regla no escrita referida a acudir a los medios de comunicación. No lo hacemos jamás. -Sonreí y dije-: Es un crimen peor que la traición o la conspiración.

– Pero…

– Confíe en mí. A finales de esta semana tendrá todos los medios de comunicación que pueda manejar durante el resto de su vida.

– De acuerdo.

– En algún momento de mañana, o al día siguiente, Kate le hablará del programa de protección de testigos, y del programa de nueva identidad, si está interesada en ello.

Me levanté y añadí:

– Tengo que hacer una llamada. Puede escuchar si lo desea. -Encendí mi teléfono móvil, cancelé la opción de llamada anónima y marqué el número-. Mi jefe, Jack Koenig -le dije a Jill.

Koenig contestó a su teléfono móvil.

– ¿Corey?

– He vuelto.

– Bien… ¿cómo estás? ¿Qué tal las cosas en Yemen?

– Fue genial, Jack. Quería agradecerle la oportunidad que me brindó.

– Eres bienvenido. He oído que hiciste un buen trabajo allí.

– Bueno, entonces ha oído mal. No está permitido que nadie haga un buen trabajo allí.

– No estoy acostumbrado a tanta honestidad -dijo.

– Eso está muy mal. Si todos empezáramos a ser honestos con este problema, podríamos encontrar una solución.

– Estamos haciendo todo lo que podemos.

– No, no es verdad. Pero no le he llamado por eso.

– ¿Qué puedo hacer por ti?

– ¿Tiene noticias de Ted Nash?

– No… yo… ¿de qué estás hablando? Está muerto.

– No está muerto y usted lo sabe.

Hubo unos segundos de silencio y luego Koenig me preguntó:

– ¿Dónde estás?

– Jack, no malgaste con preguntas cinco minutos de tiempo telefónico imposible de rastrear. No voy a contestar. Conteste usted a mi pregunta: ¿ha tenido noticias de Nash?

– Sí.

– ¿Estará allí mañana?

Koenig no contestó y dijo:

– En primer lugar, no me gusta tu tono de voz. En segundo lugar, has ido de problema en problema en tu carrera. Y en tercer lugar, te di una orden directa de que no…

– Conteste a mi pregunta, ¿está usted dentro o no?

– No lo estoy.

– Pues ahora lo está.

– ¿Quién coño te crees que…?

– Jack, puede ponerse del lado correcto ahora o le juro por Dios que acabará entre rejas.

– Yo… no sé de qué estás hablando.

– De acuerdo, o está tan metido en esto que no puede salir, o bien está esperando para ver cómo salen las cosas. Si espera hasta después de las ocho y media de mañana, perderá este barco, y el siguiente va directamente a la prisión.

– ¿Has perdido el juicio?

– Mire, le estoy dando esta oportunidad porque realmente me cae bien y lo respeto. Lo único que tiene que hacer es ponerse en contacto con sus jefes en Nueva York y Washington. Explíqueles toda la situación y tome una decisión inteligente. Me gustaría verlo mañana en esa reunión y me gustaría que fuera con el equipo de los buenos.

Era evidente que estaba pensando mucho y de prisa, algo que no resulta nada fácil cuando tenías tu mente en otra parte hacía unos minutos.

– Allí estaré -dijo.

– Bien. Y lleve a David Stein.

– John, seguramente sabes que hay un cincuenta por ciento de posibilidades de que no llegues a esa reunión, o si lo haces, hay aproximadamente un cincuenta por ciento de posibilidades de que no llegues a tu siguiente destino.

– Le apuesto diez contra uno a que mis posibilidades son mucho mejores que eso.

– No te estoy amenazando, sólo es una advertencia. Sabes que siempre he respetado tu honestidad y tu trabajo… y a nivel personal me caes bien.

De hecho, yo no sabía nada de eso, pero percibí un ligero cambio en la dirección del viento, que era precisamente el propósito de mi llamada.