– Yo siento lo mismo por usted, Jack. Haga lo que deba. Nunca es demasiado tarde.
No contestó.
– Debo cortar. Pero una cosa más…
– ¿Sí?
– Había una jodida cinta de vídeo y había un jodido cohete.
Koenig no contestó a eso, pero dijo:
– Bien venido a casa.
– Gracias. Ahora ha llegado el momento de que usted también regrese a casa.
Corté la comunicación.
– ¿Siempre le habla de ese modo a su jefe? -preguntó Jill.
– Sólo cuando lo tengo cogido por las pelotas.
Se echó a reír.
Era aproximadamente la una de la tarde y Jill y yo estábamos disfrutando de un almuerzo ligero en la habitación. No sé cómo me convenció para que pidiese una gran ensalada con tres clases de hojas verdes. Yo estaba tratando de tragarlas con agua embotellada y sin sal. De alguna manera que no podía verbalizar, la ensalada verde hacía juego con la camisa rosa.
Jill comprobó su móvil y tenía dos mensajes. Los escuchó, luego pulsó un botón para repetirlos y me pasó el teléfono. El primer mensaje decía: «Hola, señora Winslow. Soy Ted Nash y estoy seguro de que me recuerda de nuestras reuniones de hace cinco años. Entiendo que se han producido algunos nuevos acontecimientos inesperados relacionados con el tema que nos ocupó entonces. Es importante que usted entienda que el acuerdo al que llegamos está en peligro como consecuencia de haber hablado con una persona que no está legalmente autorizada para tratar este tema. Es extremadamente importante que me llame lo antes posible para hablar de esto antes de que haga o diga cualquier cosa que pueda comprometerla a usted, a su amigo, su vida personal y su amparo legal. -Luego le dio el número de su móvil y añadió-: Por favor, llámeme hoy mismo para hablar de este tema urgente.» Miré a Jill, que me estaba mirando fijamente.
– Es bueno que el capitán de los Demonios quiera hablar -dije.
Ella sonrió.
El siguiente mensaje decía: «Jill, soy Bud. He recibido una llamada muy inquietante en mi despacho sobre lo sucedido hace cinco años. Tú recuerdas, Jill, que ambos nos prometimos mutuamente y le prometimos a otras personas que no revelaríamos esa información y que ellos harían lo mismo. Ahora alguien me dice que quieres hablar de ello con otras personas. No puedes hacer eso, Jill, y sabes muy bien por qué no puedes. Si no te preocupas por ti, o por mí, piensa entonces en tus hijos, y en Mark, y también en Aliene, que sé que te cae bien, y también en mis hijos. Sería un completo desastre para mucha gente inocente, Jill. Lo que pasó, pasó. Pertenece al pasado. No importa lo que le digas a alguien o a los medios de comunicación, yo tendré que decir que no estás diciendo la verdad. Jill, si hiciste una copia de esa cinta, debes destruirla.» Bud siguió hablando un poco más, con la voz por momentos estridente, por momentos asustada, luego un poco suplicante. Ese tío era un completo capullo. Pero para ser justos, su vida estaba a punto de derrumbarse y, como la mayoría de los tíos que han engañado a sus esposas, no creía que por esa infidelidad tuviese que pagar un precio tan alto. Conclusión, la peor pesadilla de Bud se había hecho realidad.
Bud acabó con: «Por favor, Jill, llámame. Llámame por ti y por nuestras familias.» Como me había pasado con el señor Winslow, esperé que añadiera algo como: «Cuídate» o «Aún pienso en ti», pero éste era Bud y simplemente dijo: «Adiós»
Apagué el teléfono y miré a Jill. Se me ocurrió que dos hombres importantes en su vida eran dos capullos integrales.
– Un tío previsible… sólo llama cuando quiere algo.
Ella sonrió, se levantó y dijo:
– Voy a acostarme un rato.
– Puedo prometerle algo -dije-. La presión que está recibiendo de otras personas para que mantenga la boca cerrada desaparecerá tan pronto como haya hecho su primera declaración pública.
– No siento ninguna presión -dijo-. Sólo una enorme decepción… por Mark y Bud. Pero lo esperaba.
– Tal vez ambos se han convencido de que esto no tiene nada que ver con ellos.
– No me preocupa. -Sonrió-. Lo veré después. -Se marchó a su dormitorio.
Me acerqué a la ventana y miré hacia el parque. El cielo se había despejado ligeramente y había gente en el parque.
Había soltado un dragón y lo había lanzado contra Ted Nash y sus amigos, quienes estaban tratando de volver a meterlo en la jaula, o matarlo o dirigirlo hacia mí.
Mientras tanto, el dragón se estaba merendando a Bud, Mark y sus respectivas familias, pero ahora no podía preocuparme por los daños colaterales.
Nunca pensé que esto sería fácil, o agradable, pero al principio sólo era un problema abstracto. Ahora, con todos los jugadores reunidos -Kate, Griffith, Nash, Koenig y un montón de jugadores de apoyo, como Dom Fanelli, Marie Gubitosi, Dick Kearns y otros-, se había convertido en algo personal y muy real.
Para la gente del vuelo 800 de la TWA y sus familias siempre había sido real.
CAPÍTULO 51
Eran las 16.32 y yo estaba en la sala de estar de la suite del Plaza, esperando una llamada de Dom Fanelli diciendo: «Misión cumplida», o algo parecido.
El vuelo de la compañía Delta de Kate había llegado de El Cairo sin retraso, según la información de la compañía, y había aterrizado a las 16.10. De modo que pensé que ya debería tener alguna noticia de Dom. Pero el teléfono de la habitación estaba mudo. Comprobé mi móvil por si había mensajes, pero no había ninguno.
– ¿Por qué no le llama? -dijo Jill.
– Me llamará -contesté.
– ¿Y qué pasa si hay algún problema?
– Me llamará.
– Parece demasiado tranquilo -dijo Jill.
– Estoy bien.
– ¿Quiere beber algo?
– Sí, pero esperaré a que Dom llame para ver si necesito una o dos copas.
– Estoy deseando conocer a Kate.
– Yo también. Quiero decir, verla otra vez. Creo que le gustará.
– ¿Le gustaré yo a ella?
– ¿Por qué no habría de gustarle? Usted es muy agradable.
Ella no dijo nada.
A las 16.36 decidí esperar hasta las 16.45 y luego llamaría a Fanelli.
A las 16.45 imaginé a Fanelli bajo custodia de los federales, a Kate en un coche con Ted Nash y una llamada de Nash informándome de que cambiaría a Kate por Jill y la cinta de vídeo.
Casi podía oír su voz diciendo: «John, Kate y yo vamos a pasar un buen rato en una casa segura hasta que entregues a la señora Winslow y la cinta de vídeo.» Por primera vez en muchos años, sentí un miedo real que me atenazaba la garganta.
Pensé en mi respuesta a una exigencia de rescate por parte de Ted Nash, sabiendo muy bien que ese cabrón no respetaba ninguna regla. Su objetivo final era una victoria aplastante: quería a Jill, la cinta de vídeo, a Kate y a mí. De modo que, no importa cómo respondiese yo a sus exigencias, él engañaría y mentiría, y no habría ningún intercambio de prisioneros; sólo una masacre. Por lo tanto, mi única respuesta posible sería: «Que te jodan»
Miré a Jill. No pensaba entregársela a Ted Nash.
Pensé en Kate. Ella lo entendería.
– No tiene buen aspecto -me dijo Jill.
– Estoy bien. De verdad.
Cogió su teléfono móvil y dijo:
– Llamaré al detective Fanelli.
– No -dije-. Yo le llamaré. -Encendí mi móvil y esperé a la señal de que tenía un mensaje, pero no había ninguno. Apagué el móvil y fui a levantar el auricular del teléfono de la habitación justo cuando empezó a sonar. Dejé que sonara dos veces antes de contestar-. Aquí Corey.
– Que te den…-dijo Fanelli.
– Dom…
– Qué capullo. ¿Conoces a ese gilipollas? Te paso con Kate.
Mi corazón empezó a latir otra vez y Kate dijo:
– John. Estoy bien. Pero fue toda una escena. Ted…
– ¿Dónde estás ahora?
– En el asiento trasero de un coche de la policía con Dom.