Miré a Jill y alcé el pulgar para indicarle que todo estaba bien y ella sonrió.
– John, Ted Nash está vivo. Estaba en el aeropuerto… -dijo Kate.
– Sí, lo sé. Pero yo también tengo buenas noticias.
– ¿Por qué crees que es una mala noticia que Ted esté vivo? ¿Qué diablos está pasando aquí?
– ¿Dom te ha contado algo? -pregunté.
– No, pero pude deducir cosas. Dom dice que no sabe nada excepto que tú le dijiste que me recogiese en el aeropuerto y que me llevara a dónde estás. ¿Por qué no estás aquí? ¿Qué está pasando?
– Te lo explicaré cuando nos veamos.
– ¿Dónde estás? -preguntó.
– Ya lo verás cuando llegues aquí. Es mejor si no lo decimos por teléfono -dije-. Te he echado de menos.
– Yo también te he echado de menos. No me esperaba esta clase de recepción. ¿Qué diablos estaba haciendo Ted…?
– Es una larga historia que te contaré más tarde.
– ¿Encontraste…?
– Más tarde.
– ¿Estás bien?
– Sí, estoy bien. Pero la situación es un poco complicada.
– Lo que debe de significar que es crítica. ¿Seguro que te encuentras bien?
– Estoy bien. Tú estás bien. Ponme con Dom. Nos veremos luego. Te quiero -dije.
– Te quiero.
Fanelli se puso al teléfono y dijo:
– ¿Cómo podéis trabajar con esa gente? No tienen ningún respeto por la ley o la policía…
– Dom, ¿te están siguiendo?
– Sí. Pero he llamado a unos cuantos coches más y en pocos minutos esos capullos que nos siguen serán detenidos por no respetar las señales de tráfico.
– Buen trabajo. Te debo una.
– ¿Una? Me debes mucho. Eh, Kate tiene un aspecto magnífico. Con un bonito bronceado. ¿Hacías mucho ejercicio allí? Has perdido un poco de peso. Quiero decir, siempre tuviste un aspecto magnífico, pero veo que has adelgazado.
Me di cuenta, por supuesto, de que estaba hablando con ella, no conmigo.
– ¿Cuántos eran? -le pregunté.
– ¿Eh? Oh, sólo cuatro tíos, pero hacían el mismo ruido que cuarenta. Uno de ellos no dejaba de gritar: «¡FBI! ¡FBI! ¡Están interfiriendo con bla, bla, bla!» Y yo: «¡Policía! ¡Policía! ¡A un lado! ¡Atrás!», y todo eso. Tenía conmigo a los dos policías de aeropuertos y ellos insistieron con la cuestión de la jurisdicción. Fue divertido, pero durante un momento la cosa se puso bastante fea. Kate se portó como un auténtico soldado de infantería, y le dio la vuelta a las cosas diciéndoles: «A menos que tengan una orden de arresto federal contra mí, o una citación federal, exijo…», ¿lo captas? «Exijo que me dejen pasar.» Bien, para entonces ya teníamos a la gente de aduanas y también a algunos agentes de la seguridad del aeropuerto, y quién sabe quién más. Después…
– Está bien. Lo entiendo. ¿Cuántos coches os están siguiendo?
Dom no contestó durante unos segundos y luego dijo:
– Había dos… pero ahora no veo a ninguno. Tienes que hacer una señal cuando te cambias de carril. A veces, la gente cree que ha indicado que va a hacer la maniobra, pero…
– De acuerdo. ¿Cuál es la hora prevista de llegada?
– No lo sé. Hora punta… un conductor novato al volante…
Oí la voz de un tío que decía:
– ¿Novato? ¿Quién es un novato? ¿Quieres conducir tú?
Alcancé a oír unas cuantas bromas en el coche a cargo de tres tíos que habían perfeccionado el arte del insulto, y pude imaginar a Kate mirando al techo del coche.
– Te veré cuando lleguéis aquí. -Repetí el número de la suite y añadí-: Dile a Kate que apague el móvil y el busca si los tiene encendidos.
– Muy bien. Te veré después, socio.
– Gracias otra vez.
Colgué.
Jill se acercó y me abrazó.
– Debe de sentir un gran alivio -dijo.
Le devolví el abrazo y le dije:
– Una cosa menos de la que preocuparse.
Ella me cogió las manos y me miró.
– Entiendo lo que podría haber ocurrido si las cosas no hubieran salido bien en el aeropuerto -dijo.
No contesté.
– Ahora lo dejaré solo para que pueda recibir a su esposa a solas.
– No. Quédese. Quiero que conozca a Dom Fanelli…
– En otro momento. Mientras tanto, necesita una copa.
Jill se fue a su dormitorio.
Miré el bar durante unos segundos, luego me serví un whisky y me acerqué a la ventana.
Un manto de nubes bajas cubría la ciudad, pero el hombre del tiempo de la tele había pronosticado un luminoso día de sol para mañana.
Era extraño, pensé, que lo que había comenzado como medio día libre en julio para acompañar a mi esposa a un servicio religioso se hubiese convertido en esto.
Kate siempre sospechó el rumbo que tomaría este asunto, pero yo había estado desorientado. Casi desorientado.
Y en cuanto a Jill Winslow y Bud Mitchell, lo que había comenzado como una cita en la playa había acabado convirtiéndose en un caso clásico de hacer algo equivocado en el lugar equivocado en el momento equivocado.
Y ahora, un poco más de cinco años después, todos esos senderos habían convergido y mañana se encontrarían en la encrucijada del Windows on the World.
CAPÍTULO 52
Sonó el timbre de la puerta.
Miré a través de la mirilla y vi a Kate con aspecto tenso. Abrí la puerta y en sus labios se dibujó una amplia sonrisa. Dejó caer su bolsa de viaje en el suelo del vestíbulo y luego me rodeó con los brazos. Nos besamos, nos abrazamos y dijimos un montón de cosas estúpidas.
Después de un minuto de todo eso, la cogí en brazos y la llevé a la sala de estar.
Echó un vistazo a su alrededor y me preguntó:
– ¿Ganaste a la lotería mientras yo estaba fuera?
– De hecho, sí.
Volvimos a abrazarnos y besarnos, y mi viejo amigo pugnaba por salir de la tienda de campaña.
Kate me cogió de la mano y me tendió encima de ella en el sofá. Probablemente había sido una buena idea que Jill estuviese en su habitación.
Después de unos minutos de retozar sobre el sofá, dije:
– Debes de necesitar una copa.
– No. Quiero que me hagas el amor. Aquí mismo. ¿Recuerdas la primera vez que lo hicimos en el sofá?
Kate empezó a desabrocharse la blusa.
– Espera… estoy compartiendo la suite -dije.
Ella levantó la cabeza y miró a su alrededor.
– ¿Con quién?
– Ése es mi dormitorio -dije-. Y esa puerta comunica con otro dormitorio.
– Oh… -Se sentó y yo me levanté. Se abotonó la blusa y preguntó-: ¿De quién es ese dormitorio?
– Deja que te sirva una copa. -Fui hasta el bar y le pregunté-: ¿Sigues bebiendo vodka?
– Sí. John, ¿qué ocurre? ¿Por qué estás aquí?
– ¿Tónica?
– Sí. -Se levantó y se acercó a mí. Le di su bebida y cogí la mía.
– Bien venida a casa -dije.
Brindamos y ella volvió a echar un vistazo a la habitación.
– ¿Hay alguien en ese dormitorio? -preguntó.
– Sí. Siéntate.
– Me quedaré de pie. ¿Qué está pasando? ¿De qué iba todo ese montaje en el aeropuerto?
– He estado muy ocupado desde que regresé de Yemen.
– Me dijiste que te estabas relajando en la playa.
– Y es verdad. Westhampton Beach.
Kate me miró fijamente.
– Estuviste investigando el caso.
– Así es.
– Te dije que debíamos dejarlo.
– No vi ninguna razón para dejarlo. -Kate continuó mirándome sin decir nada-. No pareces muy alterada.
– Pensaba que habíamos acordado dejarlo estar y seguir con nuestras vidas.
– Te prometí que encontraría a esa pareja y lo hice -dije.
Kate se sentó en el sofá.
– ¿Los encontraste?
– Sí. -Acerqué una silla y me senté frente a ella-. Primero tienes que entender que podemos estar… de hecho, estamos en peligro.