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– Sí, eso me pareció en el aeropuerto -dijo ella y añadió-: Mi segunda pista la tuve cuando Dom deslizó un 38 especial en mi bolso.

– Espero que no se lo hayas devuelto.

– No lo hice. ¿Dormiré aquí esta noche?

– Cariño, si tienes el arma, puedes dormir aquí, conmigo.

Kate sonrió.

– Eres tan romántico…

– ¿Dónde están Dom Fanelli y los otros dos policías? -le pregunté.

– Dom se marchó. Dijo que no quería estorbar en nuestro encuentro. Los dos policías están junto a los ascensores, en esta planta. Dijeron que al menos uno de ellos se quedaría toda la noche.

– Bien.

Dime por qué los necesitamos.

– Porque a tu amigo Ted Nash le gustaría deshacerse de mí, de ti y de Jill Winslow.

– ¿Qué estás…? ¿Quién es Jill Winslow?

– La estrella de la cinta de vídeo.

Ella asintió.

– ¿Por qué querría Ted…? Bueno, supongo que puedo imaginarlo. -Me miró y dijo-: Lo siento si no estoy digiriendo todo esto tan de prisa como debiera…

– Lo estás haciendo muy bien.

– Estoy aturdida por el desfase horario, pero eso es lo de menos. Esperaba encontrar otra cosa cuando llegase a casa. Esperaba que estuvieses en el aeropuerto, luego iríamos a nuestro apartamento. Pero en cuanto salí del avión se desató un infierno… y ahora tú me dices que estamos en peligro y que has encontrado…

– Kate, déjame que comience por el principio…

– ¿Cómo los encontraste? ¿Tenían una cinta del…?

– Deja que te lo explique.

Kate levantó las piernas y las apoyó en el sofá.

– No te interrumpiré.

La miré y dije:

– Primero, te quiero. Segundo, tienes un hermoso bronceado y, tercero, te he echado mucho de menos. Cuarto, has perdido un poco de peso.

Ella sonrió.

– Tú tienes un hermoso bronceado y tú has perdido mucho peso. ¿De dónde has sacado esa camisa?

– Es parte de la historia.

– Entonces cuéntamela.

Comencé por lo del aeropuerto Kennedy y mi regreso de Yemen, luego continué con Dom Fanelli, Filadelfia y Roxanne Scarangello.

Kate permanecía sentada e inmóvil, salvo para llevarse el vaso a los labios. No apartaba la vista de mí, pero no podría decir si estaba impresionada, incrédula o tan afectada por el cambio de horario que no acababa de entender todo lo que le estaba contando. De vez en cuando asentía, o abría los ojos como platos, pero no decía una palabra.

Yo continué el relato hablándole de mi viaje a medianoche al Hotel Bayview, los archivos del señor Rosenthal y el descubrimiento del nombre de Jill Winslow.

En ese punto, ella preguntó:

– ¿Encontraste al tío?

– Sé quién es, pero no está bajo mi control.

– ¿Dónde está?

– Lo tiene Ted. Estará bien por ahora, pero si Ted decide que es más un riesgo que un beneficio, entonces él se irá.

– ¿Adónde se irá?

– Al lugar del que ha regresado Ted.

Kate no dijo nada.

Le hablé de mi encuentro con Ted Nash en la playa, pero resté importancia a la pelea y le dije:

– Nos propinamos unos cuantos empellones.

Ella miró la tirita que llevaba en la barbilla pero no dijo nada.

Le conté la versión que me había dado Ted de la historia, sobre cómo había encontrado al hombre por sus huellas digitales, luego a Jill Winslow a través del hombre, y cómo Liam Griffith y él y el misterioso señor Brown habían visitado a esas personas y descubierto que la cinta de vídeo había sido destruida. Le conté la historia que Ted me había explicado sobre las pruebas del polígrafo y su afirmación de que estaba convencido de que la cinta de vídeo no contenía nada que apuntase a un ataque con misiles.

– Aunque resulte sorprendente, creo que Ted me estaba mintiendo -dije.

Ella ignoró el sarcasmo y preguntó:

– ¿Te dijo Ted que esa pareja lo estaba haciendo en la cinta de vídeo?

– Lo estaban haciendo. Que era una de las razones por la que no quisieron presentarse.

Kate me miró y luego preguntó:

– ¿Y tú encontraste a Jill Winslow?

– Así es.

– ¿Y dónde está ahora?

– Detrás de esa puerta.

Kate miró la puerta pero no dijo nada.

– De modo que aquella noche, sabiendo que Ted Nash iba tras de mí, fui a Old Brookville, donde Dom me había dicho que vivía Jill Winslow.

Continué con mi relato tratando de atenerme a los hechos, al tiempo que le proporcionaba a Kate algunos datos de mi cosecha. Quiero decir, no me estaba colgando medallas pero, a medida que desgranaba la historia, hasta yo estaba impresionado con la labor de detective que había hecho.

Llegué a la parte en la que le pregunté a Jill Winslow por la cinta de vídeo de Un hombre y una mujer. Le dije a Kate, que ahora estaba sentada y erguida en el sofá:

– Aquella noche, en el hotel, ella hizo una copia de la cinta que habían grabado en la playa en la cinta de Un hombre y una mujer que había sacado en préstamo de la biblioteca del hotel. Utilizó una tirita para cubrir la ranura. Una mujer lista. -Como yo.

Kate me miró y luego preguntó:

– ¿Ella conserva aún la copia de la cinta?

– Sí.

– ¿La has visto? ¿La tienes?

– La he visto y la tengo.

– ¿Dónde está?

– En mi habitación.

Kate se levantó.

– Quiero verla. Ahora.

– Después. Déjame acabar.

– ¿Qué se ve?

– Se ve un jodido misil volando en mil pedazos a ese 747 en el cielo.

– Dios mío…

Kate volvió a sentarse.

– Aún no entiendo por qué Jill Winslow decidió confiar en ti después de todos estos años y admitir que había hecho una copia de la cinta y aún la tenía en su poder -dijo Kate.

Pensé en la pregunta y dije:

– Creo que me gané su confianza… pero lo más importante es que se trata de una buena persona que se quedó traumatizada con este hecho. Creo que estaba esperando una oportunidad o una señal que le indicase que había llegado el momento de hacer lo correcto.

Kate asintió.

– Lo comprendo. ¿Pero entiende ella lo que sucederá ahora? Quiero decir, su matrimonio, su vida, su amante… ¿cómo se llama?

– Bud. Ella lo entiende. Es Bud quien tiene el problema.

– Pero ¿ella es una testigo firme?

– Lo es.

Continué con la historia y le conté a Kate nuestra llegada al Plaza, las numerosas conversaciones telefónicas con el difunto Ted, y las llamadas que había recibido Jill de su esposo, de su ex amante, y también la llamada de Ted.

– Pobre mujer -dijo Kate-. ¿Cómo lo lleva?

– Bastante bien. Se sentirá mejor ahora que tú estás aquí. Necesita a otra mujer con quien poder hablar.

– Es una muestra de sensibilidad inusual en ti. ¿Está esa camisa nueva relacionada con ese nuevo tú?

– No. También llamé a nuestro jefe, y tengo que decirte algo, Kate, Jack Koenig sabe algo de todo esto, y ha estado nadando entre dos aguas.

Ella pareció sorprendida, luego incrédula y me preguntó:

– ¿Estás seguro?

– Estoy seguro de que algo no está bien.

Ella no dijo nada con respecto a eso y me preguntó:

– De acuerdo, ¿qué pasará luego con la señora Winslow y la cinta de vídeo?

– He concertado una reunión para mañana por la mañana con Ted Nash, Liam Griffith, alguien de la oficina del fiscal general, Jill Winslow, tal vez su ex amante, Bud Mitchell, tal vez otras personas, y Jack Koenig, que intentó pasar de la reunión pero a quien convencí de que estuviese allí.

– ¿Dónde es la reunión? -preguntó Kate.

– Estaba pensando en ti y en nuestra última noche juntos en Nueva York, de modo que sugerí que quedásemos todos para desayunar a las ocho y media en el Windows on the World -dije.

Kate pensó un momento y dijo:

– Supongo que es un buen lugar… público…