Al principio pareció aburrido, pero empezó a mostrarse interesado cuando se dio cuenta de que estaba en presencia de un maestro. Después de media hora estaba haciendo preguntas más de prisa de lo que yo podía contestarlas. Pensé que se iba a arrodillar ante mí, pero colocó su silla delante de la mía, de modo que tuve que vigilar los ascensores.
El agente Alvarez estaba obteniendo un gran beneficio de su trabajo no remunerado, pero para ser sincero, yo estaba obteniendo mucho más.
Después de una hora de conversación, me levanté y dije:
– ¿A qué hora lo relevan?
– A medianoche.
– Muy bien, quiero que me haga un favor y esté aquí a las siete y media.
– Habrá otro tío…
– Le quiero a usted.
Le di mi tarjeta y añadí:
– Manténgase alerta y tenga cuidado. Los tíos que pueden salir de esos ascensores no son unos aficionados. Son profesionales entrenados, y para que lo entienda bien, le diré que le dispararán si tienen que hacerlo. Saque el revólver de la pistolera y póngaselo en la cintura, con el periódico sobre el regazo. Si huele problemas, coja el arma. Si tiene que hacerlo, dispare.
El agente Alvarez tenía los ojos abiertos como píalos.
Le di una palmada en el hombro, sonreí y dije:
– No le dispare a ninguno de los huéspedes.
Regresé a la suite, que estaba a oscuras porque Kate y Jill estaban mirando los últimos minutos de la cinta de vídeo.
Fui al bar, me serví un refresco y esperé.
Se encendieron las luces, pero nadie dijo nada.
– ¿Por qué no pedimos la cena al servicio de habitaciones? -sugerí.
Kate, Jill y yo estábamos sentados a la mesa del comedor disfrutando de una cena ligera. No saqué el tema de la cinta de vídeo y ellas tampoco.
Sugerí que nadie comprobase los mensajes de sus teléfonos móviles porque cualquiera que llamase no tenía nada que decir que pudiese cambiar las cosas. De la única persona que necesitaba saber algo era de Dom Fanelli y él llamaría al teléfono de la habitación.
Hablamos sobre todo de Yemen, Tanzania y Old Brookville. Afortunadamente, ninguno tenía diapositivas que mostrar.
Jill estaba muy interesada en la misión de Kate en Tanzania y su trabajo en el atentado contra la embajada. Jill también estaba interesada en mi misión en Yemen y el caso del USS Cole. En nuestro trabajo tendemos a mostrarnos exageradamente modestos, como nos han enseñado, y a estar atentos a los fallos de seguridad, pero esto habitualmente hace que la gente se muestre más interesada. Pensé en contarles la historia de los jinetes de la tribu del desierto que atacó mi Land Rover en el camino a Sana'a, pero aún no tenía un buen final para ella.
Kate parecía realmente interesada en saber acerca de la vida en la Costa Dorada de Long Island, pero Jill dijo, con la misma modestia que nos había caracterizado a Kate y a mí: «No es tan interesante ni glamourosa como podrían pensar. Me cansé de los bailes de beneficencia, las fiestas, la ropa de diseño, el club de campo y las exhibiciones de riqueza. Incluso me cansé de los jugosos cotilleos»
– A mí me encantan los cotilleos y podría acostumbrarme a la riqueza.
Según todas las apariencias externas, se trataba de una agradable conversación durante la cena, pero sobre nosotros pendía el futuro, que comenzaría a las ocho y media de la mañana siguiente.
Aproximadamente a las diez de la noche sonó el teléfono. Levanté el auricular y dije:
– Hola.
– Eh, ¿te he pillado cabalgando? -preguntó Dom Fanelli.
– No. ¿Qué pasa?
– Bueno, en primer lugar mi actuación de esta tarde en el aeropuerto ha tenido algunas repercusiones. Es como si hubiera orinado sobre un avispero o algo por el estilo. Esos tíos tienen amigos en las altas esferas.
– No por mucho tiempo.
– Exacto. Si no puedes vencerlos, y no puedes unirte a ellos, yo digo: «Mátalo.» ¿De acuerdo? En cualquier caso, he conseguido tres coches para mañana, cada uno con dos policías uniformados y de servicio, incluyendo a un sargento. Podría conseguir detectives y tíos de paisano, pero pienso que es mejor que sean policías de uniforme. ¿No?
– Sí.
– Tienes una cita a las ocho treinta en la Torre Norte del World Trade Center, de modo que estos tíos pueden estar ahí a las ocho y cuarto, y se reunirán contigo en la entrada del hotel de Central Park South. ¿De acuerdo?
– De acuerdo.
– Tú decides cómo quieres ir a la reunión (en coches separados, o todos en un coche y con uno delante y otro detrás como apoyo), como te apetezca. Si fuese yo y tuviese tres coches, separaría el grupo. No deben ponerse todos los huevos en la misma cesta.
Miré a Kate y Jill y le dije a Dom:
– De acuerdo.
– Muy bien, mañana es día de primarias. Segundo martes de septiembre. ¿Lo sabías? No te olvides de votar. O sea que las normas del tráfico de la mañana pueden ser un poco diferentes con la gente, que llegará un poco tarde después de haber cumplido con su deber cívico. Pero si todos llegan un poco tarde, ya sabes que no empezarán sin ti.
– Así es.
– Bien, entonces quieres que estos tíos permanezcan con vosotros durante todo el trayecto hasta la planta 107. ¿Correcto?
– Correcto.
– Y quieres que después os lleven a alguna parte. ¿Correcto?
– Sí. Probablemente de regreso al Plaza, y necesitaré gente aquí, en los ascensores, todo el día de mañana y durante la noche, hasta que veamos cómo acaba todo esto.
– Eso podría ser un problema. Te diré por qué. Alguien de la oficina del jefe de policía me llamó anoche y me preguntó amablemente qué coño estaba haciendo. Yo, por supuesto, dije que no tenía idea de lo que me estaba hablando. O sea, que parece que tenemos un problema y viene directamente de Washington, según ese tío, que ignoraba por qué había recibido la llamada de un tío de Washington D. C. cuya identidad no tuvo el detalle de revelarme. En resumen, socio, no sé durante cuánto tiempo podré seguir proporcionándote policías para lo que me han dicho que se trata de un asunto federal. ¿Capisce?
– Capisco.
– Quiero decir, no queremos pisarles los dedos a los federales ni nada por el estilo, y sólo estoy actuando así como una cortesía, pero los federales dicen que ellos se sienten muy felices de proporcionarte gente para hacerse cargo de tu testigo.
– Sí, estoy seguro de eso.
– Así que trata ese asunto en la reunión. Pero en cuanto a mañana, estaremos ahí, os llevaremos a la Torre Norte, os sacaremos de allí y os llevaremos de regreso al hotel. Eso es todo lo que puedo prometerte, John. Después de eso, no lo sé. Tendrás que arreglarlo en la reunión.
Volví a mirar a Kate y Jill. Me estaban mirando fijamente.
– Tú sólo tienes que traernos de regreso al hotel sin que nadie nos siga, o a algún otro lugar que se me ocurra -le dije a Dom-. Yo me encargaré del resto.
– Tal vez tendrías que acudir a los periódicos. Podríamos llevarte directamente desde la Torre Norte al Times. Puedo hacer una llamada y que unos periodistas te estén esperando.
– Lo pensaré.
– No lo pienses demasiado. Te diré algo, compañero, esos cabrones van a jugar duro. Si yo estuviese en su lugar, le entregaría a la mujer una citación como testigo presencial tan pronto como la viese.
Miré a Jill y dije:
– Entregar una citación es una cosa y hacerla cumplir es otra.
– Lo sé. Tendrán que usar los músculos en ese caso. Pero ¿por qué meterse en eso?
No contesté.
Dom dijo:
– Mira, tienes que llegar a la gente adecuada con esto, y no estoy seguro de que la gente que va a ir al World Trade Center sea la adecuada. ¿Entiendes?
– Lo entiendo. Pero es un buen lugar para empezar. -En realidad, tenía más que ver con un enfrentamiento personal entre Nash, Griffith, tal vez Jack Koenig y yo. Si quieres enfrentarte al león, vas a su madriguera-. Es un lugar público, Dom -dije-. El Windows on the World. Quiero ver quién se presenta y qué tienen que decir.