No dije nada, pero pensé en lo que acababa de decirme. Conocía a unos cuantos hombres y mujeres del Departamento de Policía de Nueva York que habían trabajado en este caso día y noche durante semanas y meses, siempre con la maleta a cuestas, teniendo pesadillas con los cadáveres y bebiendo demasiado en los bares cercanos. Nadie, me han dicho, salió del caso sin alguna clase de trauma. Miré a Kate.
Nuestros ojos se encontraron y ella apartó la mirada. Luego dijo:
– Los cuerpos… los trozos de cuerpos… los juguetes de los niños, animales de peluche, muñecas, maletas, mochilas… un montón de gente joven que viajaba a París para sus cursos de verano. Una chica llevaba dinero metido en los calcetines. Una de las lanchas de rescate pescó un pequeño joyero, y dentro había una alianza de compromiso. Alguien viajaba a París para una pedida de mano…
Rodeé a Kate con el brazo y ella apoyó la cabeza sobre mi hombro. Permanecimos así durante unos minutos contemplando la bahía. Es una mujer dura, pero hasta los más duros se sienten abrumados a veces.
Kate se irguió y dejé que se apartara de mí. Echó a andar en dirección al muelle y continuó hablando mientras caminaba.
– Cuando llegué aquí, el día después de la catástrofe, este lugar estaba a punto de ser cerrado y no tenía ninguna clase de mantenimiento. Las hierbas me llegaban a la cintura. Pocos días más larde, lodo el lugar estaba lleno de camiones de mudanza, camionetas del departamento forense, ambulancias, una enorme tienda de la Cruz Roja, camiones, morgues móviles… disponíamos de duchas portátiles para quitar los… contaminantes… Aproximadamente una semana más tarde construyeron esas dos zonas asfaltadas para que pudiesen aterrizar los helicópteros. Fue una buena respuesta. Una respuesta excelente. Me sentía orgullosa de trabajar con esa gente. La Guardia Costera, el Departamento de Policía de Nueva York, la policía local y estatal, la Cruz Roja y un montón de pescadores de la zona trabajaron día y noche sin parar para encontrar cadáveres y restos del avión… Fue algo asombroso. -Me miró y añadió-: Somos buena gente. ¿Sabes? Somos egoístas, egocéntricos y engreídos. Pero cuando el ventilador esparce mierda, sacamos lo mejor de nosotros.
Asentí.
Llegamos al final del muelle y Kate señaló hacia el oeste, en dirección al lugar donde hacía exactamente cinco años el vuelo 800 de la TWA había explotado sobre el océano.
– Si fue un accidente, entonces fue un accidente, y la gente de Boeing y de la Junta Nacional de Seguridad en el Transporte y todas las personas implicadas en la seguridad aérea pueden trabajar para evitar que no se repita el fallo que causó el accidente, y quizá nadie más tenga que preocuparse por la posibilidad de que un depósito central de combustible estalle en pleno vuelo -dijo Kate. Luego inspiró profundamente y añadió-: Pero si fue un asesinato, entonces tenemos que confirmarlo antes de buscar justicia.
Pensé un momento en lo que acababa de decir antes de contestarle.
– He buscado asesinos cuando casi nadie pensaba que se había cometido un crimen.
Kate asintió y me preguntó:
– Pero ¿qué sucede cuando cierran el caso? ¿Sigues buscando al asesino?
– Sí.
– ¿Y has tenido suerte?
– Una vez. Aparecen pistas inesperadas años más tarde. Reabres el caso. ¿Tú encontraste algo? -le pregunté.
– Tal vez -dijo-.Te encontré a ti… -añadió con una sonrisa.
Yo también sonreí.
– No soy tan bueno.
– Lo bueno es que puedes ver este caso con la mirada fresca y la mente despejada. Todos nosotros vivimos este caso durante un año y medio hasta que decidieron cerrarlo, y creo que nos vimos superados por la magnitud de la tragedia y el impresionante papeleo. Los informes forenses, las teorías contradictorias, los conflictos internos, las presiones exteriores y la locura de los medios de comunicación. Hay un atajo a través de toda esta mierda. Alguien tiene que encontrarlo.
En verdad, la mayoría de los casos que he conseguido resolver fueron consecuencia de un trabajo policial rutinario y laborioso, informes forenses y todo el rollo. Pero, en ocasiones, la resolución de un caso estaba directamente relacionada con el afortunado descubrimiento de la llave de oro que abría la puerta del breve sendero que cruzaba la mierda. Esas cosas suceden, pero no en casos como éste.
Kate desvió la mirada del agua y volvió a mirar hacia el puesto de la Guardia Costera. A través de las ventanas se veían luces encendidas, pero no vi ningún signo de actividad en el interior.
– Todo está muy tranquilo en este lugar -dije.
– Aquí no hay prácticamente ninguna actividad -dijo Kate-. Este lugar fue construido a comienzos de la segunda guerra mundial para cazar a los submarinos alemanes que merodeaban cerca de la costa. Pero aquella guerra acabó, la guerra fría también acabó y el accidente del vuelo 800 de la TWA se produjo hace ya cinco años. Lo único que podría mantener este lugar en activo sería una amenaza o un ataque terrorista.
– Correcto. Pero no queremos inventarnos uno.
– No. Pero has trabajado en la ATTF el tiempo suficiente para saber que allí fuera existe una amenaza concreta a la que ni el gobierno ni la gente le presta atención.
No contesté.
Kate continuó hablando:
– Cerca de aquí tienes el laboratorio de investigación biológica de Plum Island, el Laboratorio Nacional Brookhaven, la base de submarinos de Groton y la planta nuclear de New London, al otro lado del canal de Long Island -dijo-. Y no debemos olvidar el ataque contra el World Trade Center en febrero de 1993.
– Y no debemos olvidar al señor Asad Khalil, que aún quiere matarme. Matarnos -dije.
Kate permaneció en silencio durante un momento y miró hacia adelante antes de contestar.
– Tengo la sensación de que existe una amenaza inminente allí fuera. Algo mucho más grande que Asad Khalil.
– Espero que no. Ese tío era el cabrón más grande y malvado con el que me he topado nunca.
– ¿De verdad? ¿Y qué me dices de Osama bin Laden?
No se me dan bien los nombres árabes, pero a ése lo conocía. De hecho, había un cartel de búsqueda de ese tío colgado en la cafetería de la ATTE -
Sí -contesté-, el tío que estuvo detrás del ataque al USS Cole, en Yemen.
– Osama bin Laden también fue el responsable del ataque con explosivos al cuartel del ejército norteamericano en Riad, Arabia Saudí, en noviembre de 1995, que acabó con la vida de cinco soldados. Luego, en junio de 1996, estuvo detrás del atentado contra el complejo de apartamentos de las Torres Khobar en Dahran, Arabia Saudí, donde se alojaba personal militar estadounidense. Diecinueve muertos. Fue el cerebro de los atentados contra las embajadas de Estados Unidos en Kenia y Tanzania en agosto de 1998, que provocaron 224 muertos y causaron unos cinco mil heridos. Y lo último que oímos de él fue hace nueve meses, el ataque contra el USS Cole en octubre de 2000, que mató a diecisiete marines. Osama bin Laden.
– ¿Qué ha hecho desde entonces?
– Vivir en Afganistán.
– ¿Retirado?
– No creo -dijo Kate.
CAPÍTULO 6
Echamos a andar de regreso al coche.
– ¿Ahora adónde? -le pregunté a Kate.
– Aún no hemos acabado aquí.
Yo había pensado que ésta había sido sólo una parada conmemorativa para Kate y un lugar para que yo me inspirase. Aparentemente había más.
– Querrás entrevistar a uno de los testigos -dijo ella.
– Me gustaría entrevistar a muchos testigos.
– Esta noche tendrás que conformarte con uno. -Se dirigió hacia una puerta trasera que había en el edificio de la Guardia Costera-. Eso te llevará al mirador de la torre. Ultimo piso.
Por lo visto, ella no tenía intención de acompañarme, de modo que abrí la puerta mosquitera que había en la base de la torre y encontré la escalera.