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– No, no lo sientas -dije.

Me pregunté, por supuesto, quién más habría subido hasta el piso 107 de la Torre Norte antes de que el avión se estrellara contra ella. Lo que sabía, sin duda, porque les había preguntado a un centenar de policías y bomberos, era que casi nadie que se encontrase en las plantas superiores había conseguido bajar antes de que la Torre Norte se derrumbase a las 10.30.

– ¿Piensas volver? -preguntó Kate.

Asentí.

– Yo también -dijo.

Ambos nos levantamos y le dije:

– Dúchate tú primero.

Ella asintió, me acarició la camisa con los dedos y dijo:

– Trataré de que la limpien.

Entró en la sala de estar y yo la miré mientras se alejaba, casi en estado de trance, hacia el dormitorio.

Me volví y miré el perfil vacío de la ciudad y pensé en Jill Winslow, en mi compañero Dom Fanelli, en el agente Álvarez y en los otros policías que estaban con ellos. Y también pensé en Ted Nash, realmente muerto en esta ocasión aunque no del modo que yo habría elegido, y en Jack Koenig, Liam Griffith y quienquiera que hubiese estado con ellos allí arriba. Pensé, asimismo, en toda la gente que conocía y que trabajaba allí, y en los que no conocía y que habían estado allí. Aferré la barandilla del balcón y, por primera vez, sentí furia.

– Malditos cabrones.

Hasta el viernes no regresé al Hotel Plaza a recoger nuestras cosas de la suite y hacer que abriesen la caja de seguridad para reclamar el objeto dejado por la señora Winslow.

El subgerente del hotel se mostró muy servicial, pero me informó de que no había ningún objeto perteneciente a la señora Winslow en la caja de seguridad.

AGRADECIMIENTOS

Ante todo quiero darle las gracias a Sandy Dillingham, a la que está dedicado este libro, por sus ánimos, su entusiasmo, su paciencia y su amor incondicional.

En verdad, este libro no sería tan verídico si no hubiera contado con la ayuda de Kenny Hieb, detective jubilado de la Policía de Nueva York de la Fuerza Antiterrorista. Agradezco al detective Hieb que compartiera conmigo sus informaciones de primera mano y su experiencia en un tema confidencial.

En ese aspecto, hay muchas personas -agentes de policía y testigos del accidente- que, debido al tipo de información que han compartido conmigo, prefieren quedar en el anonimato. Respeto su decisión, pero, de todas formas, quiero darles las gracias.

Igual que en novelas anteriores, querría darle las gracias a Thomas Block, amigo de la infancia, capitán jubilado de la US Airways, editor y columnista de varias revistas de aviación, coautor conmigo de Mayday, y autor de otras seis novelas, por su valiosa ayuda en los detalles técnicos y sus sugerencias. Allá donde converjan arte y tecnología, podrá encontrarse a Thomas Block siguiendo las huellas de Leonardo da Vinci.

También quiero darle las gracias a la esposa de Tom Block, Sharon Block, ex azafata de Braniff International y US Airways. Sharon fue una de las primeras y más atentas lectoras del manuscrito, y no se le pasó ni una palabra mal escrita ni un signo de puntuación mal puesto.

Como en mis tres novelas anteriores, Isla Misterio, El Juego del León y Up Country, querría darle las gracias a mi gran amigo John Kennedy, comisario en jefe del departamento de policía de Nassau, jubilado, mediador laboral, y miembro de la New York State Bar, por compartir conmigo sus conocimientos de los procedimientos laborales y sus altruistas consejos legales.

También querría agradecer a Phil Keith, escritor, veterano de Vietnam, profesor de Economía en el Southampton College, de la Universidad de Long Island, y buen amigo, por su ayuda a la hora de recopilar las declaraciones de los testigos de la tragedia del vuelo TWA 800, y por sus pesquisas alrededor de otros aspectos de dicho accidente.

Muchas gracias a Jamie Raab, editora de Warner Books y de mi última novela, Up Country. Todo lo que aprendimos juntos mientras viajábamos por el país hizo de este recorrido hacia Night Fall algo mucho más agradable.

Escribo todas mis novelas a mano (no sé escribir a máquina), pero alguien tiene que mecanografiar mis garabatos antes de que el manuscrito le llegue a mi editor. Me siento afortunado por tener a dos mujeres que saben descifrar mi letra (y mis pensamientos), y que saben escribir correctamente, investigar, y asesorarme. Son mis dos magníficas ayudantes, Dianne Francis y Patricia Chichester, que hacen de mi vida algo mucho menos estresante. Muchas gracias.

Asimismo, muchas gracias a mi buen amigo Bob Whiting, comisario de policía de Old Brookville, por informarme sobre la manera de trabajar de los policías de su ciudad.

También debo dar las gracias a Stanley M. Ulanoff, general de brigada del Ejército de Estados Unidos, jubilado, por proporcionarme numerosos artículos e informes de la investigación del accidente del vuelo TWA 800.

Muchas gracias también a Marcus Wilhelm, jefe del ejecutivo de Bookspan, por sus consejos y su apoyo a lo largo de los años. Nuestra amistad fue más allá de la simple relación laboral desde el primer momento en que nos conocimos.

Y no puedo olvidarme de darle las gracias a mi hijo Alex DeMille. Cuando comencé a escribir en 1977, Alex no podía leer, básicamente porque no había nacido, pero se ha puesto al día y ahora me aconseja bastante. Fue a Alex a quien se le ocurrió el final perfecto para este libro, ayudándome a salir del atasco en el que había entrado. Con la energía de un joven de veinticuatro años, Alex escribe una novela, es guionista, director y productor cinematográfico. Le deseo suerte, felicidad y muchísimo éxito en sus tareas creativas.

Las siguientes personas han hecho generosas donaciones a diferentes instituciones a cambio de que sus nombres se utilicen para algunos de los personajes de la novela. Si alguien se estaba preguntando por qué hay tantos nombres de mujer italianos, aquí está la respuesta: Susan Corva, que donó dinero al colegio luterano de Long Island; Marie Gubitosi, a la Filarmónica de Long Island; Jennifer Lupo, al Touro Loegal Center; Roxanne Scarangello, a la Asociación de Distrofia Muscular, en memoria de su amigo Mike Beier, que murió de E. L. A. (esclerosis lateral amiotrófica). Gracias, también, a Dick y Mo Kearns, que donaron dinero a la escuela Chaminade; Liam Griffith, a la Fundación Garden City Community-Fundación Family Relief por las víctimas del atentado a las Torres Gemelas, dinero donado por Robert Griffith; Leslie Rosenthal, a la Fundación Cantor Fitzgerald Relief para las familias de las víctimas del atentado de las Torres Gemelas; Sidney R. Siben, al museo Infantil de Long Island, dinero donado en su memoria por la familia Siben; Tom Spruck, que donó dinero para diversas instituciones y obras de caridad; e Isabel Celeste Wilson, a la escuela Roslyn Trinity Cooperative Day.

Muchas gracias a estos hombres y mujeres tan altruistas y desinteresados. Espero que os gusten vuestros alter ego, y que continuéis contribuyendo a las causas que valen la pena.

Nelson DeMille

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