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– ¿De modo que no está realmente seguro de lo que vio aquel atardecer?

– Yo sé lo que vi aquella noche. -Miró a través de la ventana y añadió-: He visto suficientes misiles tierra-aire enemigos dirigiéndose hacia mí y mis compañeros de escuadrón como para saber lo que son esos chismes. -Sonrió brevemente y dijo-: Cuando vienen hacia ti, parecen más grandes, más veloces de lo que son y estar más cerca de lo que realmente están. Tienes que dividir por dos -añadió.

Sonreí ante su último comentario.

– En una ocasión me apuntaron con una pequeña Beretta que yo creí que era un Magnum 357 -dije.

Él asintió.

– Pero ¿usted no tiene duda de que fue una estela de luz roja lo que vio surcar el cielo aquella noche? -pregunté.

– Estoy completamente seguro. Una estela de luz brillante de color rojizo anaranjado, y en el extremo de esa luz había un punto blanco, incandescente, lo que me sugirió que estaba viendo probablemente el punto de ignición de un propulsor de combustible sólido seguido de la estela de combustión.

– ¿En serio?

– En serio.

– Pero ¿alcanzó a ver… el proyectil?

– No.

– ¿Humo?

– Un hilo de humo blanco.

– ¿Vio usted ese avión… el 747 que posteriormente explotó en el aire?

– Lo vi un momento antes de advertir la presencia de esa estela de luz. Alcancé a ver el destello… la última luz del ocaso reflejándose en la superficie de aluminio, y vi también las luces del avión, cuatro estelas de vapor blancas y la silueta de la parte elevada de un Jumbo.

– Muy bien… volvamos a esa estela de luz.

– Para entonces yo estaba de pie en el telero y observaba cómo esa estela de luz roja y anaranjada continuaba elevándose en el cielo…

– Perdón. ¿Cuál fue su primera impresión?

– Mi primera, segunda y duradera impresión fue que se trataba de un misil tierra-aire.

Yo había estado tratando de evitar por todos los medios la palabra con «M», pero allí estaba.

– ¿Por qué? ¿Por qué no una estrella fugaz? ¿Un relámpago? ¿Un cohete?

– Era un misil tierra-aire.

– La mayoría de la gente dijo que su primera impresión fue que se trataba de un cohete del 4 de julio…

– No sólo era un misil, era un misil teledirigido. Describía una trayectoria en zigzag a medida que ascendía, como si estuviese corrigiendo su curso, luego pareció reducir la velocidad durante medio segundo y efectuó un giro pronunciado hacia el este, hacia mi posición, y después pareció desaparecer, tal vez detrás de una nube, o quizá había agotado su combustible y se había vuelto balístico, o tal vez en ese momento mi visión se vio bloqueada por su objetivo.

El objetivo. Un Boeing 747 de la TWA, designado como Vuelo 800 con destino a París, con 230 personas a bordo entre pasajeros y tripulación, había sido el objetivo.

Ambos permanecimos en silencio y yo me dediqué a evaluar las declaraciones del capitán Thomas Spruck. Y tal como nos han enseñado a hacer, consideré su comportamiento general, su apariencia de veracidad y su inteligencia. El capitán Spruck había conseguido una alta puntuación en todas las categorías relativas a la credibilidad de un testigo. Los buenos testigos, sin embargo, a veces acaban desbarrando, como aquella ocasión en la que un hombre muy inteligente que comenzó siendo un excelente testigo presencial en un caso de desaparición, acabó su declaración con su teoría de que la persona desaparecida había sido abducida por extraterrestres. En mi informe, yo había señalado debidamente esa explicación con un asterisco explicando que no estaba completamente convencido.

Los testigos también van aclarando sus impresiones durante los interrogatorios, de modo que le pregunté al capitán Spruck:

– Dígame otra vez a qué distancia de usted se encontraba ese objeto.

Él no parecía tener demasiada prisa en llegar a la parte en que el 747 explotó en el cielo, lo que era una buena señal, y contestó pacientemente:

– Como ya he dicho, creo, pero no puedo estar completamente seguro, que emergió sobre el horizonte, lo que vendría a ser, aproximadamente, a unas seis millas de mi posición, con el mar en calma. Pero, por supuesto, podría haber sido más lejos.

– De modo que no alcanzó a ver un punto inicial de… digamos, ¿lanzamiento?

– No.

– ¿Cómo habría sido eso? Quiero decir, ¿qué cantidad de luz habría producido?

– Mucha. Yo habría sido capaz de ver el resplandor iluminando el horizonte aunque lo hubiesen lanzado a quince o treinta kilómetros de donde yo me encontraba en aquel momento.

– Pero ¿no lo vio?

– Para ser sincero, no sé qué fue lo que captó primero mi atención, si el resplandor de un lanzamiento o la estela de luz que se elevaba desde el horizonte.

– ¿Y no oyó nada?

– No. El lanzamiento de un misil no es tan ruidoso, especialmente desde cierta distancia, con el viento soplando en contra.

– Entiendo. ¿Y a qué altura se encontraba ese objeto cuando usted lo reconoció como una estela de luz que ascendía hacia el cielo?

– No puedo decirlo a menos que conozca la distancia. La altura es un producto de la distancia y el ángulo con respecto al horizonte. Simple trigonometría.

– Correcto. -Yo me encontraba un poco fuera de mi elemento, pero las técnicas de interrogación seguían siendo las mismas-. Deme un cálculo aproximado.

Spruck pensó durante un momento y luego dijo:

– Tal vez entre quinientos y mil metros por encima de la superficie del mar cuando lo vi por primera vez. Esta impresión inicial se vio reforzada cuando observé cómo ascendía, y entonces fue cuando pude calcular hasta cierto punto su velocidad y ¡limbo de vuelo, su dirección. Ascendía en línea recta más que en arco, con pequeñas correcciones en zigzag, y luego describió un giro preciso cuando orientó su mira.

– ¿Sobre qué?

– Su objetivo.

– Muy bien… -dije-. ¿Vio alguna vez esa animación de la CIA acerca de lo que ellos creen que pasó aquella noche? -pregunté.

– Sí. Tengo una copia.

– Necesito conseguir una. Muy bien, en esa animación dicen que los gases acumulados en el depósito de combustible central del avión hicieron explosión de forma accidental como consecuencia de un cortocircuito. ¿Correcto? Y lo que todos los testigos presenciales vieron fue un chorro de combustible incandescente que salía de un tanque del ala y caía desde el aparato (no una estela de luz que ascendía) hacia el avión. En otras palabras, la gente lo captó al revés. Oyeron una explosión antes de verla, luego alzaron la vista y confundieron el chorro de combustible ardiendo con un cohete que ascendía hacia el avión. ¿Qué me dice?

El capitán Spruck me miró, después apuntó su pulgar hacia el aire y me preguntó:

– Esto es arriba. ¿Verdad?

– La última vez que lo comprobé sí -dije-. La otra posibilidad, que también se mostraba en esa animación, es que el avión continuase ascendiendo unos cuantos centenares de metros, y lo que los testigos vieron en realidad fue al avión en llamas elevándose en el cielo, un hecho que a la gente que estaba en tierra le pareció la estela de luz de un misil que ascendía hacia el avión. ¿Usted qué piensa? -le pregunté.

– Pienso que conozco perfectamente la diferencia entre una estela de luz, que está acelerando y ascendiendo, dejando un hilo de humo blanco, y un avión en llamas en sus últimos estertores. He visto ambas cosas.

Nuestras miradas se encontraron y me pregunté si el capitán Spruck estaba tan impresionado conmigo como yo lo estaba con él. Tenía la inquietante sensación de que la agente especial Mayfield había hecho un trabajo mucho mejor que el mío interrogando al capitán Spruck.