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– El caso está cerrado -le informé-. No volverá a oír hablar de él nunca más.

– Lo acabo de oír de su esposa -dijo-. Y ahora de usted.

– No, no lo ha hecho.

Asintió.

– Durante años he estado tentado de llamar a Griffith o a Nash -dijo.

– Nash está muerto -le dije.

Pareció sorprenderse, pero no dijo nada.

– Y, si fuese usted, no llamaría a Liam Griffith.

Asintió otra vez.

– Saldré un momento fuera -dije-. Puede acompañarme o marcharse.

Abrí la puerta mosquitera y salí al pasadizo. Apoyé las manos en la barandilla, de espaldas a la puerta. Siempre es una buena idea dar un pequeño respiro a un testigo amistoso y la oportunidad de que reflexione sobre aquello en lo que él o ella se están metiendo. Y era una oportunidad para mí, también, de pensar en lo mismo.

CAPÍTULO 7

La brisa era más fuerte y la temperatura estaba descendiendo. Miré el océano hacia la zona donde el vuelo 800 de la TWA que se dirigía a París había acabado súbitamente convertido en una enorme bola de fuego. Era una verdadera lástima, pensé, que ningún miembro de la Guardia Costera hubiese estado allí para verlo todo. Pero, aquella noche, el capitán Thomas Spruck había estado fuera de la cala y había visto lo que ocurrió. Y no parecía importar.

Oí que la puerta mosquitera se abría detrás de mí y, sin volverme, le pregunté al capitán Spruck:

– ¿Cree que fue un ejercicio de unas maniobras militares que salió mal?

– No.

– ¿Por qué no? ¿No fue acaso una de las teorías más fuertes de aquellos días?

El capitán Spruck se colocó a mi lado.

– Es absolutamente imposible encubrir un accidente de esa magnitud -dijo-. Cientos de marineros y aviadores tendrían que haber participado en el encubrimiento de un lanzamiento accidental o mal dirigido de un misil.

No contesté y él añadió:

– Los marineros, por lo general, hablan demasiado cuando están sobrios. Cuando han bebido unas cuantas copas pueden llegar a contar a todos los que se encuentran en el bar sus instrucciones de navegación, la fuerza y las capacidades de la flota y cualquier otra cosa que sepan. ¿De dónde cree que viene la expresión «Las lenguas sueltas hunden barcos»?

– De acuerdo, si yo dijese terroristas árabes, ¿usted qué pensaría?

– Si ni siquiera pude ver de dónde había salido el misil, ¿cómo voy a saber la raza o la religión de las personas que lo dispararon?

– Buena pregunta. ¿Y si le dijese algún grupo que quería dañar a Estados Unidos?

– Entonces yo le contestaría que justo detrás del 747 de la TWA volaba un 747 de El Al, y ese vuelo había salido con retraso y pudo haber sido el objetivo elegido.

– ¿En serio? No recuerdo ese dato.

– Salió en todos los periódicos. Otra teoría -añadió.

– Exacto. Tenemos un montón de teorías.

El capitán Spruck me preguntó:

– ¿Quiere que le hable de la explosión?

– Sí, pero no estoy tan interesado en la explosión como en esa estela de luz. Una estela de luz que asciende hacia un avión que explota por accidente es mucho más interesante. Permítame que le pregunte algo. Ya han pasado cinco años desde que vio lo que vio. Desde entonces ha visto y leído un montón de cosas acerca de ese accidente. ¿Correcto? ¿Hay algo que le haya hecho cambiar de idea, o quizá reconsiderar su declaración? Ya sabe… que quizá cometió algún error, o que lo que vio podría tener una explicación diferente, y ahora está, digamos, aferrado a su primera declaración y no desea retractarse porque eso le haría parecer un poco menos inteligente. ¿Entiende?

– Entiendo. No estoy siendo egocéntrico u obstinado, señor Corey, pero sé muy bien lo que vi hace cinco años. Dieciséis horas después, la señorita Corey estaba sentada en mi sala de estar preguntándome por lo que había visto. En aquel momento, yo no había oído la versión del accidente de ninguno de los otros testigos, nada que hubiese podido influir en la percepción de lo que vi aquella noche sobre el mar.

– Pero para entonces en las noticias se hablaba de personas que habían visto una estela de luz en el cielo.

– Sí, pero inmediatamente después del incidente, llamé por mi teléfono móvil al puesto de la Guardia Costera en el centro de Moriches Bay. Informé de todo lo que había visto, incluyendo la estela de luz. En ese momento, que yo sepa, era la única persona en el planeta que había visto lo que vi.

– Bien argumentado.

– Insistí en ese punto a los agentes del FBI, que no cesaban de repetirme que mis percepciones podrían haberse visto distorsionadas por los datos que aparecían en las noticias. ¿Cómo diablos podía estar distorsionada por informes posteriores mi comunicación inmediata con la Guardia Costera? Mi llamada al puesto de la Guardia Costera consta en el archivo, aunque nunca se me permitió ver qué escribió el oficial de guardia aquella noche.

«El oficial probablemente escribió: "llamada de un chiflado", -pensé-, pero los acontecimientos y llamadas posteriores hicieron que borrase esa inscripción del libro.» El capitán Spruck continuó:

– Además, soy uno de los dos únicos testigos, que yo sepa, que ha visto realmente un misil tierra-aire, en vivo y en directo, personalmente y de cerca.

Este tío era perfecto. Demasiado perfecto. «No seas cínico, John», me dije.

– ¿Quién es el otro tío que ha visto un misil tierra-aire en vivo y en directo? -le pregunté.

– Un hombre que era técnico electrónico militar. Hizo una declaración pública que coincide con mi declaración privada.

– ¿Lo conoce?

– No. Sólo leí su declaración en la prensa -dijo Spruck-. Estaba frustrado por la dirección que había tomado la investigación y por el hecho de que no se diera importancia a su relato como testigo presencial de los hechos, de modo que decidió hacerlo público.

– ¿Cómo se llamaba?

– Su esposa puede decírselo. O puede averiguarlo.

– De acuerdo.

– No necesitaba esto -siguió hablando el capitán-. No había nada que me impulsara a hablar de esa estela de luz. Podría haberme limitado a llamar al puesto de la Guardia Costera para informar de lo que pensaba que era la caída de un avión y darles la ubicación aproximada del accidente, que fue lo primero que hice. Pero luego describí la estela de luz y el oficial de guardia empezó a ponerse un poco raro conmigo. Le di mi nombre, dirección y los números del teléfono móvil y el particular. Me agradeció la información y colgó. Al día siguiente, al mediodía, su esposa llamó a mi puerta. Por cierto, es una mujer muy agradable. Es usted un hombre afortunado.

– Le doy gracias a Dios cada día.

– Debería hacerlo.

– Cierto. Muy bien, de modo que usted tiene algunas objeciones sobre el hecho de que su relato como testigo presencial no fuese tomado como una verdad indiscutible en el informe final. Piensa que no le creyeron, o que el FBI llegó a la conclusión de que usted estaba equivocado o confundido respecto a lo que vio aquella noche.

– Ellos eran los que estaban equivocados o confundidos o se mostraban incrédulos -dijo-. Lo que yo vi aquella noche, señor Corey, para ir al grano, fue un misil tierra-aire que aparentemente destruyó su objetivo (un Boeing 747 comercial) y nada de lo que ha sucedido desde entonces puede alterar mi versión de lo que vi o hacer que rae arrepienta de haberme presentado como testigo.

– Seguramente se arrepiente de algo. Acaba de decir: «Yo no necesitaba esto.»

– Yo… esto ha sido muy difícil… cumplí con mi deber y continúo haciéndolo, siempre que me han preguntado sobre esta cuestión. -Nuestras miradas se encontraron-. Si este caso está cerrado, ¿por qué está usted aquí? -preguntó.