– Todos los objetos de este hangar fueron examinados minuciosamente: treinta toneladas de metal y plástico, doscientos cincuenta kilómetros de cables y líneas hidráulicas. Todo -dijo Kate-. Dentro del fuselaje está el interior reconstruido del avión, los asientos, las cocinas, los lavabos, la moqueta. Todo lo que se rescató del océano, más de un millón de piezas, se montó de nuevo.
– ¿Por qué? En algún momento debieron de llegar a la conclusión de que había sido un fallo mecánico.
– Querían descartar otras teorías.
– Bueno, no lo hicieron.
Kate no respondió a ese comentario y recordó:
– Durante seis meses aproximadamente, este lugar olió a combustible de aviación, algas, peces muertos y… todo lo demás.
Estaba seguro de que ella aún podía olerlo.
Permanecimos allí de pie, frente al avión blanco, casi fantasmagórico. Miré los agujeros de las ventanillas y pensé en las 230 personas que viajaban a París e intenté imaginar los últimos minutos antes de que se produjese la explosión, y el momento de la explosión, y los segundos finales después de ésta, cuando el avión se partió en el aire. ¿Sobrevivió alguien a la bola de fuego inicial?
– Hay momentos en los que pienso que nunca llegaremos a saber lo que ocurrió realmente. En otros momentos pienso que algo acabará por revelarse -dijo Kate con voz queda.
No contesté.
– ¿Ves toda esa estructura que falta en la sección central? El FBI, la Junta Nacional de Seguridad en el Transporte, Boeing, la TWA y expertos externos trataron de encontrar un orificio de entrada y de salida, o alguna prueba de que la causa de la explosión no hubiese sido el estallido del depósito de combustible. Pero no encontraron nada. De modo que llegaron a la conclusión de que no hubo ningún impacto de misil. ¿Podrías llegar tú a la misma conclusión?
– No. Demasiada estructura desaparecida o destrozada -dije-. Además, el hombre con el que he hablado realizó su propia investigación, como estoy seguro de que ya sabes. Y como está convencido de que vio un misil, ha llegado a la conclusión de que el misil carecía de una ojiva explosiva.
– No hubo ningún misil -dijo una voz a nuestras espaldas.
Me volví para ver a un tío que se acercaba en la oscuridad. Llevaba traje y corbata.
– No hubo ningún misil -repitió al llegar a la zona iluminada.
– Creo que nos han cogido -le dije a Kate.
CAPÍTULO 9
Bueno, finalmente la Policía Federal contra el Libre Pensamiento no nos pilló con las manos en la masa.
El caballero que se reunió con nosotros en el hangar se llamaba Sidney R. Siben, era investigador de la Junta Nacional de Seguridad en el Transporte y no parecía la clase de tío que fuese a leerte los derechos y ponerte las esposas, aun cuando las tuviera.
De hecho, cuando pude verlo a la luz y desde más cerca, no era tan joven como me había parecido por su andar desenvuelto. Tenía una expresión inteligente, estaba bien vestido y parecía un tanto arrogante o, al menos, seguro de sí mismo. Mi clase de tío.
Kate me contó que Sid y ella se habían conocido durante la investigación del accidente.
– ¿Se encontraba por casualidad en el vecindario y decidió darse una vuelta por el hangar? -le pregunté.
El tío miró a Kate con una expresión irónica.
– Llegas temprano, Sid -le dijo Kate-. Aún no había tenido oportunidad de decirle a John que vendrías.
– O por qué -añadí.
– Quería que escucharas la versión oficial de boca de uno de los hombres que redactaron el informe final -dijo Kate.
– ¿Quiere oír lo que realmente sucedió? -me preguntó Sidney-. ¿O quiere creer en teorías conspirativas?
En realidad, yo quería oír acerca de las burbujas de gas metano, pero le contesté al señor Siben diciendo:
– Esa pregunta va con segundas.
– No, no es cierto.
– ¿En qué equipo está este tío? -le pregunté a Kate.
Kate me contestó con un tono tenso, tipo: «Querido, ¿de qué estás hablando?»
– No hay equipos, John. Sólo honestas diferencias de opinión. Sid se avino a hablar contigo acerca de tus dudas y preocupaciones.
La mayoría de las dudas y preocupaciones que yo tenía respecto a este caso habían sido plantadas recientemente en mi cerebro por la propia señora Mayfield, quien obviamente le había dicho al señor Siben que yo necesitaba que limpiasen mi cerebro de preocupaciones, dudas y teorías conspirativas. Lamentablemente, ella había olvidado decírmelo. Pero para seguirles el juego, le dije a Sidney:
– Bueno, ya sabe, siempre pensé que había lagunas en la versión oficial del accidente. Quiero decir, existen siete teorías principales relacionadas con la explosión que derribó este avión: misil, burbujas de gas metano, rayo de plasma mortal… y… etcétera. Ahora bien, Kate es una firme defensora de la versión oficial y yo…
– Permítame que le explique lo que ocurrió, señor Corey.
– De acuerdo.
Sidney apuntó hacia algún lugar en el extremo más alejado. Miré hacia donde estaba señalando y vi un enorme objeto verde limón en el suelo.
– Ése es un depósito central de combustible de un 747 -me informó el señor Siben-. No el de este avión, naturalmente, ya que voló en pedazos. Es otro que trajimos aquí para completar la reconstrucción.
Miré el depósito de combustible. Había imaginado un objeto del tamaño del tanque de gasolina de un camión, pero ese chisme era tan grande como un garaje para un solo coche.
El señor Siben continuó con su explicación:
– Las piezas del depósito de combustible original que consiguieron recuperarse fueron trasladadas a un laboratorio, donde se las estudió intensamente. -Me miró intensamente antes de proseguir-. Primero, no se encontró ninguna prueba química de residuos explosivos aparte de combustible-aire. ¿Me sigue?
– No se encontró ninguna prueba química de residuos explosivos aparte de combustible-aire -repetí, obediente.
– Correcto. Segundo, en el metal del depósito de combustible no había ninguna prueba de penetración de un misil (ningún orificio de entrada o de salida, que nosotros llamamos «petalismo», como el pétalo de una flor), lo que descarta una ojiva no explosiva, un misil cinético. ¿Entiende lo que quiero decir?
– ¿Dónde está el depósito de combustible original?
– En un almacén.
– ¿Qué porcentaje consiguió recuperarse de ese depósito?
– Cerca de un noventa por ciento -respondió.
– ¿Es posible, señor Siben, que pudiese haber un orificio de entrada y de salida en el diez por ciento que no consiguieron recuperar?
– ¿Cuáles son las probabilidades de eso?
– El diez por ciento.
– En realidad, estadísticamente las probabilidades de que dos orificios distintos, de entrada y de salida, opuestos uno al otro, no aparecieran en el noventa por ciento del depósito de combustible reconstruido son menores al diez por ciento.
– Muy bien, el uno por ciento. Eso sigue dejando una posibilidad abierta.
– No para mí. Muy bien, también buscamos en el fuselaje orificios que concordasen… -señaló con la barbilla el avión reconstruido- y no encontramos ningún orificio característico con desgarro del metal hacia dentro o hacia fuera en forma de pétalo.
– Obviamente -contesté-, las partes más críticas de este avión han desaparecido… la parte donde se produjo la explosión.