– ¿Y usted dedujo todo eso de…? -Señalé el 747-. ¿De eso?
– Así es. Todas las pruebas estaban allí tan pronto como determinamos que la explosión inicial se había producido en el depósito de combustible central, que estaba prácticamente vacío -dijo-. Este extremo quedó confirmado, de alguna manera, por los testigos presenciales, algunos de los cuales informaron de que habían visto una pequeña explosión seguida de una enorme bola de fuego. Estas fuerzas explosivas provocaron una onda de choque que separó la sección delantera del avión del fuselaje. Esto también fue observado por personas que se encontraban en tierra.
Era interesante, pensé, que los testigos que vieron la separación del avión en vuelo, algo que habría sido muy difícil de comprender, fuesen citados como apoyo de la Teoría A, mientras que muchos de los mismos testigos que observaron una inconfundible estela de luz en el cielo fueron descartados. Pero el señor Siben se había ofrecido voluntariamente a asistir a esta reunión, de modo que no quise señalar ese detalle. Sin embargo, le dije:
– Muy bien, o sea que todos, incluyendo a los chiflados que defienden la teoría de la conspiración, están de acuerdo en que la explosión se originó en el depósito de combustible central.
– Correcto. Era el componente del avión que había sufrido mayores daños y estalló hacia fuera. En sentido lateral.
– Bien… -Pensé en el capitán Spruck y pregunté-: Si un misil cinético hubiera penetrado en el avión desde abajo, y pasado a través de las unidades de aire acondicionado y dañado cables eléctricos dentro y alrededor del depósito de combustible, ¿habría podido provocar la explosión de los gases concentrados en el depósito central?
El señor Siben permaneció en silencio unos segundos.
– Es posible -dijo finalmente-. Cualquier cosa es posible. Pero no existe ninguna prueba de que haya sucedido tal cosa.
– ¿Hay alguna prueba de que se haya producido un cortocircuito?
– Un cortocircuito apenas si dejaría rastros después de una explosión en el aire y sobre el agua. El impacto de un misil dejaría unos vestigios que no podrían pasarse por alto.
– Eso lo entiendo. De modo que, básicamente, la única prueba de la causa oficial de la caída del avión es la falta de pruebas de cualquier otra cosa.
– Supongo que podría decirlo de ese modo.
– Lo acabo de hacer.
– Mire, señor Corey, para ser franco y directo con usted, me gustaría haber encontrado alguna prueba de que fueron una bomba o un misil los que provocaron la caída de ese 747. Y también a Boeing y a la TWA y a las compañías de seguros. ¿Sabe por qué? Porque un fallo mecánico sugiere que la gente no estaba haciendo bien su trabajo. Que la Administración de Aviación Federal no estaba al tanto de ese problema potencial. Que los ingenieros de seguridad de Boeing debieron haberlo previsto. Que la TWA debería haber llevado a cabo un mejor mantenimiento. -Me miró a los ojos y agregó-: En las partes más oscuras de nuestros corazones, todos nosotros realmente querríamos que fuese un misil, porque nadie puede culpar a la industria aeronáutica por un misil.
Nos miramos durante unos segundos y, finalmente, asentí. Había pensado en ello hacía cinco años y recordaba que había llegado a la misma conclusión. Podía añadir que las personas que viajan mucho preferirían apostar a la millonésima posibilidad de ser alcanzadas por un misil que preocuparse por un problema de seguridad inherente al avión en el que viajan. Yo también, si me permito ser sincero, querría que fuese un misil.
El señor Siben rompió el contacto visual y dijo:
– Lo que sí encontramos fueron pruebas físicas y forenses de que todo apuntaba a un fallo mecánico. Un avión no se cae simplemente del cielo. Tiene que haber una causa y hay cuatro posibles causas para que un avión sufra un accidente… -Las enumeró contando con los dedos-. Una, error del piloto, algo que no se condice con una explosión en pleno vuelo y para la que no hay ninguna grabadora de vuelo o grabadora de datos de la cabina. Dos, un hecho de fuerza mayor (rayos y mal tiempo, que no eran un factor aquella noche) o penetración de una partícula de alta velocidad, es decir, un meteorito, que sigue siendo una posibilidad remota, lo mismo que basura espacial, es decir, un trozo de un satélite o de un cohete propulsor. Esto es posible, pero no había ninguna evidencia física de nada que pudiese haber impactado contra el avión. Tres, un ataque enemigo… -El señor Siben había llegado a su dedo corazón y, si yo fuese sensible, habría pensado que estaba diciendo: «Que le jodan a usted y a su misil»
Continuó con su explicación.
– Cuatro, un fallo mecánico. -Me miró y añadió-: He apostado mi reputación profesional a un fallo mecánico, y ése es el caballo ganador. Si usted cree que se trató de un ataque con un misil, me gustaría ver las pruebas. Estoy cansado de teorías.
– Todo comienza siempre con una teoría, señor Siben, que es otra forma de decir una sospecha.
Él decidió hacer caso omiso de mis profundas palabras.
– Le diré algo más que es incongruente con un ataque con misiles. En la medida en que estamos teorizando sobre esta cuestión, ¿por qué un terrorista habría de derribar un avión cuando se hallaba tan lejos del aeropuerto? Un misil portátil simple de usar y fácil de obtener (lo que los militares llaman un misil «dispara y olvídate») podría haber derribado ese avión en cualquier parte en un radio de ocho kilómetros del aeropuerto. Pero para derribar ese avión cuando se encontraba a casi cinco mil metros de altura, a doce kilómetros de la costa, se hubiese necesitado un misil tierra-aire o aire-aire muy sofisticado, complicado de usar y casi imposible de obtener. ¿Correcto?
– Correcto.
– Pues ahí lo tiene.
– Entendido.
– Kate tiene una copia del informe final oficial de este caso -añadió Siben-. Debería leerlo. Y mantenerse alejado de los idiotas que hablan de la teoría de la conspiración, de sus libros, sus cintas de vídeo y su chifladura de Internet.
Era hora de tranquilizar al señor Siben.
– Bien, en realidad nunca he leído o visto ese material que habla de una conspiración y no tengo intención de hacerlo. Tampoco es probable que lea su informe oficial, que estoy seguro de que está bien fundamentado y es convincente. De hecho, sólo expresé una ligera -y por lo que parece, ignorante- opinión a la señora Mayfield, mi esposa y superior, que le provocó cierto malestar personal y profesional, y por eso mi presencia aquí esta noche. Y también la suya. De modo que le agradezco, señor Siben, que me haya dedicado su tiempo para instruirme sobre este caso, lo que sin duda debe de haber sido bastante tedioso para usted. Mi opinión es que usted y todos los que trabajaron en este caso han realizado una notable tarea y llegado a la conclusión correcta.
Me miró durante unos segundos, preguntándose, estoy seguro de ello, si le estaba tomando el pelo. Miró a Kate, quien asintió para tranquilizarlo.
Extendí la mano y el señor Siben la estrechó con fuerza. También le dio la mano a Kate, que le agradeció que hubiese venido, luego se volvió y se alejó hacia la zona oscura del hangar.