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Después se dio la vuelta al estilo Jimmy Durante y regresó hacia la zona iluminada. Pensé que iba a decir lo mismo que decía el cantante: «Buenas noches, señora Calabash, dondequiera que esté.» Pero, en cambio, me dijo:

– Señor Corey. ¿Puede usted explicar lo de esa estela de luz?

– No -contesté-. ¿Y usted?

– Una ilusión óptica.

– Sí, debió de ser eso.

Se volvió y desapareció nuevamente en las sombras. Cuando llegó a la puerta, su voz resonó en el silencio del hangar.

– No, no pudo ser eso. Maldita sea.

CAPÍTULO 10

Kate y yo permanecimos en el inmenso y silencioso hangar mientras las palabras del señor Siben seguían resonando en mi cabeza. Quiero decir, el tío me había medio convencido, luego se le va la olla en el momento de largarse y yo estoy de vuelta en el punto de partida.

En cualquier caso, Kate se dirigió hacia el avión y dijo:

– Echemos un vistazo al interior.

El 747 reconstruido descansaba sobre una estructura de madera y, en varios puntos a lo largo de la misma, había escaleras de mano que llevaban a las puertas del fuselaje. Seguí a Kate por una escalera hasta la parte trasera de la cabina de pasajeros.

– Este interior fue montado nuevamente en el fuselaje como una herramienta de la investigación para comparar el daño sufrido por el fuselaje con el daño en la cabina.

Miré hacia la zona donde deberían haber estado la sección delantera y la cabina de los pilotos, pero esta última se encontraba en otra parte del hangar, lo que dejaba una enorme abertura a través de la cual podías ver la pared más lejana de la instalación.

Comprendí que, en el momento de la separación de ambas secciones, los pasajeros vieron cómo la cabina de los pilotos caía al vacío y el cielo aparecía ante ellos, seguido de un viento impresionante que debió de barrer la cabina.

¿Y en la cabina de los pilotos que se precipitó al vacío… qué pasó? El capitán, el copiloto y el ingeniero de vuelo a los mandos de un avión que ya no estaba unido a la cabina de los pilotos… ¿Qué pensaron en ese momento? ¿Qué hicieron? Sentí que se me aceleraban las pulsaciones.

La cabina principal del enorme 747 guardaba una semejanza espeluznante con el interior de un avión de pasajeros: techos y luces agrietados, portaequipajes colgando, agujeros donde debían estar las ventanillas, mamparos reconstruidos, lavabos y cocinas destrozados, cortinas divisorias raídas y quemadas, filas de asientos desgarrados y volcados y trozos de moqueta unidos en el suelo. Todo se mantenía en su sitio gracias a una estructura de vigas de madera y malla metálica. En el aire persistía un tenue olor desagradable.

– A medida que las piezas iban emergiendo del océano -dijo Kate con voz queda-, la gente de Boeing y la NTSB dirigían la reconstrucción del aparato. Entre las personas que se ofrecieron voluntarias para realizar ese trabajo había pilotos, azafatas y mecánicos, o sea, gente de las compañías aéreas que poseían un conocimiento íntimo del interior de un Boeing 747. Cada pieza del avión posee un número de fábrica, de modo que, aunque difícil, la empresa no resultaba imposible.

– Este trabajo supuso una enorme paciencia -dije.

– Una enorme dedicación y un enorme amor -dijo Kate-. Alrededor del cuarenta por ciento de los pasajeros eran empleados de la TWA.

Asentí.

– Con el cuadro de la disposición de los asientos -continuó Kate-, tuvimos una buena idea de dónde se sentaba cada pasajero. Con esa información, los patólogos crearon una base de datos informática y fotografías digitalizadas, y compararon las heridas sufridas por cada pasajero con los daños en sus asientos, tratando de determinar si esas heridas y el daño en el asiento se correspondían con una bomba o un misil.

– Asombroso.

– Lo es. Nadie puede culpar a ninguna parte del trabajo realizado en este proyecto. Fue mucho más allá del nivel alcanzado en aquella época. Abrió nuevos caminos y escribió el libro blanco sobre la investigación de los accidentes aéreos. Eso fue lo único bueno que dejó esta tragedia -dijo Kate. Luego añadió, sin necesidad-: Lamentablemente, nadie encontró el arma humeante. Pero demostraron un montón de cosas que no eran, la más importante de las cuales fue que a bordo no había restos de explosivos. De hecho, se tomaron más de dos mil muestras para hacer pruebas en busca de restos de explosivos, y todas resultaron negativas.

– Pensé que habían encontrado alguna prueba química de una sustancia explosiva. Recuerdo que aquello provocó un gran revuelo.

– Obtuvieron algunos falsos positivos -dijo Kate-, como la cola usada en el tejido de los asientos y la moqueta, que era químicamente parecida a un explosivo de tipo plástico. Además encontraron algunos vestigios positivos alrededor del avión, pero según se supo más tarde, este avión había sido utilizado un mes antes del accidente en St. Louis para entrenar a perros en la búsqueda de bombas y explosivos.

– ¿Estamos seguros de eso?

– En un noventa y nueve por ciento. -Kate me miró y, conociéndome, agregó-: El entrenador de los perros fue interrogado por el FBI y declaró que era probable que algunos restos de SEMTEX hubiesen quedado en el avión. Y no, John, el FBI no interrogó a los perros.

– Debieron hacerlo.

Nos dirigimos hacia el pasillo de la derecha, entre los asientos desgarrados y quemados. Había manchas en algunos de los asientos, sobre las que no hice ninguna pregunta. Sobre algunos de los asientos también había rosas y claveles.

– Algunas de las personas que viste en el servicio religioso vinieron esta mañana (como lo hacen muchas de ellas cada año) para visitar este lugar y estar cerca de donde estuvieron sentados sus seres queridos… Yo vine un año… y la gente se arrodillaba junto a los asientos y hablaba con…

Apoyé la mano en su hombro y permanecimos un momento en silencio antes de continuar a lo largo del pasillo.

Nos detuvimos en el centro de la cabina, el área situada justo encima del depósito de gasolina, entre donde deberían haber estado las alas. A cada lado de la cabina estaban los espacios abiertos que llevaban a las puertas de las salidas de emergencia, situadas directamente encima de las alas.

El fuselaje alrededor de esa sección central debajo de la explosión del depósito central estaba muy dañado, pero todos los asientos habían sido recuperados y también la mayor parte del enmoquetado.

– Si un misil, provisto o no de una ojiva explosiva, hubiese pasado a través de esta sección, debería haber alguna señal de ello, pero no la hay. Ni en la cabina ni en el forro del fuselaje, y tampoco en el depósito de combustible o en las unidades de aire acondicionado situadas debajo del mismo.

Miré el suelo, luego los asientos, el techo y los portaequipajes colgantes.

– Aun así, fallan un montón de piezas -dije.

– Es verdad… pero uno pensaría que el misil del capitán Spruck hubiese dejado algún rastro de su entrada y salida mientras atravesaba toda esa masa -dijo Kate. Echó un vistazo a su alrededor, a los restos destrozados del interior de la cabina y añadió-: Pero podría haber pasado a través de la cabina y todo rastro de su paso quedar destruido por la explosión y el choque posterior desde cinco mil metros de altura.

Kate me miró.

Pensé un momento antes de contestar.

– Por eso estamos aquí -dije.

Caminamos hacia la parte delantera de la cabina y entramos en primera clase, donde los asientos eran más amplios. El avión se había separado en ese lugar, a mitad de camino de esta sección delantera, y a través de la sección elevada que estaba encima de nuestras cabezas. Una escalera de caracol retorcida ascendía a la sección elevada del Jumbo, rodeada de mamparos destrozados.

Kate permaneció en silencio durante unos segundos.

– El vuelo 800 de la TWA… con destino al aeropuerto Charles de Gaulle, en París, diez minutos después de haber despegado del aeropuerto Kennedy, ascendiendo a cinco mil metros, aproximadamente a ocho millas de la costa meridional de Long Island, a una velocidad de unos seiscientos cincuenta kilómetros por hora.