Conduje durante unos minutos por la carretera de servicio y luego regresé a la autopista.
Kate no hizo ningún comentario directo sobre mis maniobras evasivas, pero dijo:
– Tal vez deberíamos dejarlo.
No contesté.
– ¿Tú qué crees? -preguntó ella.
– ¿Qué ganaré yo?
– Sólo problemas.
– Es un argumento muy convincente.
CAPÍTULO 11
Viajamos en silencio durante varios kilómetros, luego Kate se volvió hacia mí y me dijo:
– En cuanto a Sidney Siben, pensé que debías escuchar la versión oficial de la propia fuente.
– Valoro que juegues limpio. Y ahora, ¿qué quieres que haga?
– Consúltalo con la almohada.
– ¿Ahora mismo?
– No. Tú conduce. Yo dormiré.
Pocos minutos más tarde salí de las instalaciones del Laboratorio Nacional Brookhaven y pregunté en voz alta:
– Oye, ¿cuáles son las siete teorías?
– ¿Eh…?
– Despierta. Hazme compañía. ¿Cuáles son las siete teorías?
Kate bostezó.
– Primera teoría… fuego amigo… maniobras militares por aire y por mar aquella noche… Aparentemente lanzaron un blanco teledirigido… el misil erró el blanco y se dirigió accidentalmente hacia el 747… o el propio blanco teledirigido chocó con el avión… no es probable. Demasiados testigos a bordo de los barcos.
– De acuerdo. Teoría Dos.
– Teoría Dos. Argumento del impulso electromagnético… los ejercicios militares crearon unos poderosos campos electromagnéticos, que teóricamente pueden envolver un avión… no explica la estela de luz.
– Tres.
– Tres. Teoría del submarino extranjero, misil tierra-aire lanzado desde debajo del agua.
– ¿Qué le pasa a esa teoría?
– Vuelve a la Teoría Uno. Había maniobras militares en esa zona, que incluyen medidas antisubmarinas… o sea que un submarino extranjero tendría que haber sido detectado.
– ¿Y si fue uno de nuestros submarinos?
– Eso forma parte de la Teoría Uno. Teoría Cuatro. La teoría que habla de un meteorito o basura espacial. Posible, pero no probable. ¿Por dónde vamos?
– Cinco.
– Cinco. Es la teoría que habla de las burbujas de gas metano. Un gas invisible que se produce naturalmente en el lecho del océano y asciende. Lo encendieron los motores del 747. Muy débil. No se ajusta a las pruebas encontradas. Y luego está la Teoría Seis, que es la del rayo de plasma mortal. Laboratorio Nacional Brookhaven. Es tan absurda que podría tener algún sentido. Pero Brookhaven dice que no.
– Siete.
– Siete. La puerta de la bodega de carga del 747… algunas pruebas indican que voló antes de la explosión y podría haber provocado una rápida descompresión de la cabina, lo que inició una cadena de acontecimientos que llevó a la explosión. Lo más probable es que la explosión se produjera primero. Buenas noches.
– Espera. ¿Qué hay del misil terrorista?
– Eso es una categoría en sí misma.
– De acuerdo. Pero no dejo de pensar en lo que tu amigo, Sidney, dijo en el hangar. No la prueba forense, sino la prueba circunstancial. ¿Por qué derribar un avión tan lejos del aeropuerto? ¿Y por qué querría el gobierno ocultar un ataque terrorista? Un ataque terrorista lanzado desde alta mar deja a todo el mundo libre de culpa, ahorra millones de dólares en demandas a las compañías aseguradoras, por no mencionar los millones destinados a un nuevo diseño del tanque de combustible central. Joder, si hubiera una conspiración gubernamental, sería para fabricar un ataque terrorista, no para hacer creer que fue un fallo mecánico lo que derribó a ese avión. A menos, por supuesto, que el gobierno no quisiera provocar el pánico, y reconocer un fallo mayúsculo de la inteligencia, que es donde entra la CIA, y… -Miré a Kate-. ¿Hola?
Kate roncaba.
Y así fue como me quedé solo con mis pensamientos, que estaban empezando a abrumarme.
Pulsé «Pausa cerebral», luego «Rebobinar», y regresé al servicio religioso que se había celebrado en la playa, y a mi colega, Liam Griffith. No creo que Kate haya sido capaz de jugármela con Griffith, quien me enfureció lo suficiente como para que me interesara en el caso. Por otra parte, tal vez fuera solamente eso: un tío del FBI diciéndome que no metiese las narices donde no debía, en serio.
Miré a Kate, que tenía un aspecto angelical mientras dormía. Mi querida esposa no manipularía a su amado esposo. ¿Verdad?
Escena dos. Cupsogue Beach County Park, anochecer. Una pareja en la playa.
¿Vieron realmente y grabaron esa estela de luz y la explosión posterior? Me pregunté también por qué nunca los habían encontrado.
O tal vez lo habían hecho.
Como le insinué a Kate, quien no me había dado ninguna respuesta, quizá la CIA había dado con esta pareja y la había eliminado.
Escena tres. Puesto de la Guardia Costera del Centro Moriches. El capitán Spruck, un testigo fiable y completamente seguro de lo que había visto.
Y eso era lo que no me podía quitar de la cabeza. Ese tío era uno de los aproximadamente doscientos hombres, mujeres y niños que habían visto lo mismo, individualmente o en grupos, desde diferentes lugares. «Esto es arriba. ¿Verdad?» Y, finalmente, Escena cuatro. Calverton, hangar del avión. El señor Sidney R. Siben, ingeniero de seguridad de la Junta Nacional de Seguridad en el Transporte. El testigo experto honesto e inamovible.
Me habría encantado tener encerrados a Spruck y Siben en la misma habitación durante doce horas. Sería el debate más entretenido del siglo.
¿Lo sería? El señor Sidney Siben, durante su mutis por el foro, había expresado algunas dudas. Una ilusión óptica. Sí, debió de ser eso. No, no pudo ser eso. Maldita sea.
¿De qué iba todo eso?
Una imagen espontánea del Boeing 747 reconstruido cobró forma en mi cabeza. Entré mentalmente en el fuselaje abierto y volví a caminar por los pasillos, sobre los fragmentos de moqueta y entre los asientos vacíos. Como les gusta decir a los forenses: «Los muertos nos hablan.»
No hay duda de que lo hacen y, en cierta manera, incluso pueden aportar pruebas en una audiencia o un juicio.
El 747 había revelado la mayoría de sus secretos. Los cuerpos recuperados habían hecho lo mismo. Los testigos habían declarado todo lo que sabían. Los expertos habían hablado. El problema era que no todos decían las mismas cosas.
Y recordé que unas cuantas carreras y reputaciones habían quedado arruinadas, dañadas o comprometidas por ese caso. No tenía ninguna intención de añadir mi carrera o la de Kate a esa lista.
Miré a Kate. Llevábamos casados un año y este caso nunca había salido antes a la luz entre nosotros, aunque ahora recordaba que el año anterior ella había asistido sola al servicio religioso en la playa. Me pregunté por qué había esperado a este aniversario para permitirme meter las narices en el caso. Tal vez había estado a prueba, o quizá había surgido algo nuevo. En cualquier caso, yo había podido echar un vistazo a una especie de grupo que no tiraba la toalla.
Este caso siempre había sido peligroso para cualquiera que se acercase a él. Era un rayo de plasma mortal, una burbuja de gas explosivo, un misil fantasma, fuego amigo, impulso electromagnético, una mezcla volátil de combustible y aire, y una ilusión óptica.
Mi sexto sentido me decía que, por mi propio bien, y también por el de Kate, debía olvidarme de todo lo que había visto y oído esta noche.
No pensaba en Kate o en mí, ni en nadie más, ni de dentro ni fuera del gobierno.
Pensaba en ellos. Doscientos treinta de ellos. Y sus familias y seres queridos, la gente que había depositado rosas en los asientos del avión, y que habían encendido velas y se habían metido en el océano, y habían lanzado flores al agua. Y la gente que no había acudido a la ceremonia, que se había quedado llorando en sus casas.