CAPÍTULO 12
Casa. Vivo en un edificio de la 72 Este, entre la Segunda y Tercera avenidas. Mi apartamento está en el piso 34 y desde mi balcón, donde ahora me encontraba con un vaso de whisky en la mano a las dos de la mañana, contemplaba la parte sur de la isla de Manhattan.
Entre los rascacielos de Midtown podía ver el Bowery y un trozo del Lower East Side, donde crecí, en Henry Street, cerca de las viviendas en construcción.
Más allá de Chinatown veía los tribunales y calabozos y One Police Plaza, donde había trabajado en una época, y Federal Plaza, donde trabajo actualmente.
En realidad, la mayor parte de mi historia discurre por esas calles: John Corey de niño jugando en las malas calles del Lower East Side, John Corey como poli novato en el Bowery, John Corey el detective de homicidios y, finalmente, John Corey el agente contratado por la ATTF.
Y ahora, John Corey, en su segundo año de matrimonio, viviendo en el apartamento de su primera esposa, quien ahora vivía con su jefe, un imbécil integral, y ganaba un montón de pasta haciéndose cargo de la defensa de la escoria económicamente exitosa.
En el extremo inferior de Manhattan, los rascacielos de Wall Street se alzaban como estalagmitas en el estanque de una cueva. Y a la derecha, ascendiendo cuatrocientos metros hacia el cielo, estaban las Torres Gemelas del World Trade Center.
El 26 de febrero de 1993, aproximadamente al mediodía, unos terroristas árabes, en una camioneta Ryder alquilada y llena de explosivos, entraron en el garaje subterráneo de la torre norte, aparcaron la camioneta y se marcharon. A las 12.18, la camioneta hizo explosión, matando a seis personas e hiriendo a otro millar. Si la torre se hubiese desplomado, los muertos se hubiesen contado por miles. Éste fue el primer ataque llevado a cabo por terroristas extranjeros en suelo norteamericano. También fue una llamada de atención, pero nadie estaba al aparato.
Volví a entrar en la sala de estar.
La decoración es una especie de vestíbulo de hotel de Palm Springs, demasiados rosas y verdes y motivos de caracoles y alfombras de colores estridentes hechas de enea o algún tejido similar.
Kate dice que se deshará de todo a la primera oportunidad que tenga. Lo que se quedará aquí es la única cosa que compré yo: mi sillón reclinable de cuero marrón La-Z-Boy. Es una maravilla.
Me serví otro whisky y pulsé el botón de arranque de mi reproductor de vídeo.
Me senté en mi La-Z-Boy y miré la pantalla del televisor.
Un collage de imágenes acompañadas de una música inadecuada llenó la pantalla. Era una cinta de vídeo de una hora de duración realizada por un grupo que sostenía la teoría de la conspiración, según Kate, y que defendía la teoría de un ataque con un misil. Incluía, dijo Kate, la animación que había hecho la CIA.
En unas imágenes extraídas de una entrevista realizada para la televisión, un antiguo presidente de la Junta Nacional de Seguridad en el Transporte dijo que nunca se había visto que el FBI llevase a cabo una investigación por el accidente. El Congreso, dijo, le había otorgado a la NTSB un claro mandato para que investigase los accidentes aéreos.
La palabra clave, que parecía haber pasado inadvertida para el entrevistador de la televisión, era «accidente». Obviamente, algunas personas en el gobierno pensaban que era un crimen, que era la razón por la que el FBI y no la NTSB era el organismo que se había encargado de la investigación y la reconstrucción del avión siniestrado.
A continuación, un experto de alguna clase dijo que el depósito de combustible central vacío no podía haber provocado una explosión de esa magnitud porque sólo contenía «un poquito de combustible».
Pero el señor Siben me había dicho que podían haber quedado alrededor de doscientos litros de combustible en el depósito que no habían podido ser extraídos por la bomba de succión. En cualquier caso, habían sido los gases volátiles, y no el propio combustible, la causa aparente de la explosión inicial.
O sea que, ya en los primeros minutos de la cinta, teníamos algunos errores, o quizá hechos sesgados.
Luego presté atención mientras varias personas, que no estaban bien identificadas, hablaban misteriosamente acerca de la desaparición de algunas partes del avión del hangar de Calverton, asientos perdidos que habían sido recuperados de las profundidades del mar y nunca se los había vuelto a ver, y aluminio estructural colocado durante la reconstrucción, alterando de ese modo el impacto original de la explosión.
Se hablaba del 747 de El Al que se encontraba justo detrás del 747 de la TWA, y de los informes de laboratorio sobre residuos de ojiva explosiva y residuos de propulsor de cohetes, de misiles navales «erróneamente dirigidos». Alguien habló sobre una vaga carta amenazadora redactada por un grupo terrorista de Oriente Medio horas antes de que se produjese la caída del avión de la TWA, y había muchas especulaciones sobre otras pruebas alteradas y/o pasadas por alto.
El documental fijaba una serie de puntos, pero no todos los puntos estaban conectados para formar una línea recta. Sólo era un montón de material puesto sobre la mesa para verlo todo. O, para ser más imparcial, esta presentación concedía la misma importancia a todas las teorías, excepto la conclusión oficial de que había sido un fallo mecánico.
La cinta hablaba luego, con cierto detalle, de las maniobras militares que se habían llevado a cabo en la noche del 17 de julio de 1996 en el área próxima a la costa de Long Island, designada como W-105. Pensé que los que habían realizado la cinta llegarían luego a la conclusión de que había sido un misil norteamericano «mal dirigido» el causante del derribo del avión de la TWA. Pero un ex miembro de la Marina, de un modo muy parecido al del capitán Spruck, dijo: «Es imposible que un accidente de esa magnitud pudiera ser encubierto por cientos, miles de militares.» Y me pregunté por qué esas maniobras militares jugaron un papel tan importante en las teorías de una conspiración. Los encubrimientos por parte del gobierno siempre resultan más interesantes que la estupidez del gobierno.
La cinta, sin embargo, establecía un hecho curioso al señalar que las fuentes del radar habían identificado a todos los barcos que se encontraban en el área donde se había producido el accidente, y que investigaciones posteriores habían encontrado y exonerado de toda sospecha a todos ellos… salvo a uno. Una embarcación rápida había abandonado la zona inmediatamente después de la explosión y nadie -ni la Marina, ni el FBI, ni la Guardia Costera, ni tampoco la CIA- había podido identificar o encontrar esa embarcación. Si eso era verdad, entonces, obviamente, ésa era la embarcación desde la que el misil -si había habido un misil- había sido disparado.
La cinta mostraba ahora tres fotografías en color, todas tomadas por personas que aquella noche estaban echando fotos a sus amigos, pero que habían captado inadvertidamente en el fondo de la imagen lo que parecía ser una breve estela de luz en el cielo nocturno. El narrador especulaba con la posibilidad de que pudiera tratarse de la combustión retardada de un cohete o un misil ascendente.
El problema de esas fotos como prueba, especialmente cuando se toman por accidente, es que no demuestran nada.
Las imágenes en movimiento -película y cinta de vídeo-, sin embargo, eran otra cuestión, y volví a pensar en la pareja en la playa.
La parte más concluyente de la cinta era una película original con seis testigos.
Algunos de esos testigos fueron entrevistados en el mismo lugar donde dijeron que se encontraban cuando vieron la estela de luz que ascendía al cielo, de modo que eran capaces de señalar hacia ese punto y hacer pequeños movimientos con las manos. Todos ellos parecían personas creíbles y convencidos de lo que habían visto. Un par de ellos se enfadaron y una mujer rompió a llorar.
Todos ellos describieron prácticamente lo mismo con ligeras variaciones: estaban mirando el mar cuando vieron una estela de luz intensa que surgió del océano, ascendió en el aire, cogió velocidad y luego acabó en una pequeña explosión, después una enorme bola de fuego, y, finalmente, la bola de fuego cayendo al mar.