– Lo es. Y te diré algo más. El FBI apenas repitió las entrevistas a los testigos. Docenas de testigos continuaron llamando al FBI pidiendo que los entrevistaran otra vez. Un montón de testigos se sintieron frustrados por la situación y decidieron salir a la luz pública, pero descubrieron que los medios de comunicación no estaban interesados en el tema después de que el gobierno comenzara a decir que la causa del accidente había sido un fallo mecánico. -Kate añadió-: Nunca, en todos mis años como encargada del cumplimiento de la ley, había visto que se les diera tan poca credibilidad a un número tan elevado de testigos.
Pensé en lo que acababa de decir.
– Cuantos más testigos tienes -dije-, más variaciones tienes también. Al final se eliminan mutuamente. Yo preferiría tener uno, tal vez dos buenos testigos, antes que doscientos.
– Yo te di uno.
– Es verdad. Pero la gente ve aquello que está mentalmente condicionada para ver. Te contaré lo que estaba ocurriendo en el verano de 1996. Tres semanas antes del vuelo 800 de la TWA, la residencia del personal militar en Arabia Saudí, las Torres Khobar, habían sufrido un terrible atentado con explosivos. El FBI se encontraba en estado de alerta máxima por la celebración de los Juegos Olímpicos de verano en Atlanta, y los periódicos no dejaban de hablar de ataques potenciales por parte de Irán y de una docena de grupos terroristas diferentes. De modo que, cuando se produjo el derribo del vuelo 800 de la TWA, ¿cuál hubiese sido la primera cosa que habría pasado por tu cabeza? Probablemente, la misma que yo hubiera pensado (un ataque terrorista), y ni siquiera nos conocíamos.
Kate permaneció en silencio un momento, luego dijo suavemente:
– Tal como se desarrollaron los acontecimientos, la primera cosa en la que pensamos es en lo que dijeron que vieron aquella noche doscientas personas.
– Exacto. Pero pudo ser una ilusión óptica.
– John, entrevisté a doce testigos. Mis colegas entrevistaron a doscientos. No todo el mundo pudo tener la misma ilusión óptica.
Yo bostecé y dije:
– Gracias por un día tan interesante. Es tarde y estoy cansado.
Kate empezó a acariciarme el cabello y me respondió:
– Mantenme despierta un poco más.
No necesito que me lo pidan dos veces, y salí disparado de mi sillón reclinable La-Z-Boy, directamente al dormitorio.
Nos metimos en la cama e hicimos el amor apasionadamente, como lo hace la gente que está sobreexcitada e intenta liberar la energía acumulada durante un día largo, duro y frustrante. Esto, al menos, era algo sobre lo que teníamos algún control, algo que podíamos hacer que tuviese un final feliz.
CAPÍTULO 13
A la mañana siguiente -yo con mi bata andrajosa y Kate aún con su camisón sexy- estábamos sentados a la mesa de la cocina bebiendo café y leyendo los periódicos. A través de las ventanas entraba la brillante luz del sol.
Cuando Robin se marchó del apartamento cancelé mi suscripción al Times y me suscribí al Post, donde vienen todas las noticias que necesito, pero desde que Kate entró en el apartamento, el Times ha vuelto.
Bebí el café y leí una historia en el Times acerca del servicio religioso al que habíamos asistido el día anterior en la playa. El artículo comenzaba así: «Cinco años después de que el vuelo 800 de Trans World Airlines cayera del cielo en trozos incandescentes que acabaron en el océano, los familiares de algunas de las 230 personas que murieron en el accidente realizaron su peregrinaje anual al East End de Long Island para entregarse a la plegaria y el recuerdo.
«Esas personas se congregaron para estar cerca del último lugar donde estuvieron vivos sus amigos y seres queridos. Se reunieron para escuchar el sonido de las verdes olas sobre la arena. Vinieron para ver la construcción roja y blanca de la Guardia Costera en la carretera de East Moriches, donde fueron llevados los cuerpos de las víctimas»
Continué leyendo esa prosa retórica y torturada: «La atmósfera de la primera ceremonia celebrada aquí, pocos días después del accidente y en medio de la confusión sobre si la causa había sido una avería mecánica o una bomba, era de un silencio conmovedor… Muchos sólo podían adentrarse unos metros en el agua para dejar caer una flor, nada más»
Un poco más abajo, el artículo continuaba diciendo: «"Ellos tienen incluso que vérselas con chiflados", dijo Frank Lombardi, quien asiste a las familias. "En los últimos días", añadió, "las familias han recibido la llamada de un hombre que dijo conocer la identidad de los terroristas que habían derribado el avión. Y si le entregan 300.000 dólares en metálico, él les dirá quién fue el responsable", dijo el señor Lombardi. "¿Está enfermo o qué? Es increíble que alguien pueda jugar de ese modo con los sentimientos de la gente." (La Junta Nacional de Seguridad en el Transporte llegó a la conclusión de que una explosión en un depósito de combustible, posiblemente provocada por un cortocircuito, fue la causa del accidente.)»
Acabé de leer el artículo y le pasé el periódico a Kate, quien lo leyó en silencio. Luego alzó la vista y dijo:
– A veces pienso que soy una de las chifladas mejor intencionadas.
– Por cierto -le pregunté-. ¿Cuál era el nombre de ese hotel donde pudo haberse alojado esa pareja?
– Todo lo que viste y oíste ayer era de dominio público o, en el caso del testimonio del capitán Spruck, estaba disponible bajo la Ley de Libertad de Información. El nombre de ese hotel no existe oficialmente.
– Pero si existiese, ¿cuál sería el nombre?
– El nombre sería Hotel Bayview, en Westhampton Beach -dijo Kate.
– ¿Y qué descubriste en ese hotel?
– Como ya te he contado, nunca estuve físicamente en ese hotel. No era mi caso.
– Entonces, ¿cómo sabes el nombre del hotel?
– Hice un montón de llamadas telefónicas a hoteles y moteles para saber si habían perdido una manta. Muchas de las personas a las que llamé me dijeron que el FBI ya les había visitado y que les habían enseñado la manta. Un tío del Hotel Bayview dijo que le había dicho a los agentes del FBI que les faltaba una manta, y que la que le habían mostrado posiblemente era la manta desaparecida, aunque no podía estar seguro.
– ¿Y ésa es toda la pista? -pregunté.
Ese tío dijo que los agentes del FBI habían revisado las tarjetas de registro de los huéspedes, los resguardos de las tarjetas de crédito y también su ordenador, y habían interrogado a los empleados -dijo Kate-. Me aseguró que no había hablado de eso con nadie, siguiendo las instrucciones recibidas. Luego me preguntó si habíamos encontrado a los tíos que habían disparado el misil.
– Todavía no. ¿Cómo se llamaba ese tío?
– Leslie Rosenthal. Director del Hotel Bayview.
– ¿Por qué no seguiste esa pista?
– Bueno, a veces las cosas no salen como a ti te gustarían. El señor Rosenthal, o quizá alguna otra persona de los hoteles a los que llamé, llamaron a sus contactos del FBI, o quizá el FBI estaba realizando un seguimiento de esa pista o algo por el estilo, pero fuera lo que fuese que ocurriera, al día siguiente me llamaron a una oficina en la que nunca había estado antes en el piso veintiséis del edificio federal. Dos tíos de la OPR, a quienes nunca había visto y a los que nunca he vuelto a ver desde entonces, me dijeron que me había excedido en mis responsabilidades en este caso.
La OPR es la Oficina de Responsabilidad Profesional del FBI, que suena realmente bien. De hecho, es un nombre completamente orwelliano. La OPR es como Asuntos Internos en el Departamento de Policía de Nueva York: husmeadores, soplones y espías. Yo no tenía ninguna duda, por ejemplo, de que el señor Liam Griffith era un tío de la OPR.
– ¿Esos tíos te ofrecieron un traslado a Dakota del Norte? -le pregunté a Kate.