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Bud se sintió molesto.

– No estoy muerto de miedo -dijo-. Sólo soy prudente. Por ti. Vamos.

– En un minuto. -Le pellizcó una nalga-. Esta cinta de vídeo hará que salgan llamas del televisor.

Él aún estaba molesto y no le contestó.

Ella le cogió el pene.

– Hagámoslo aquí -dijo.

– Eh…

Bud miró hacia ambos lados de la playa, luego hacia la cámara que estaba en lo alto de la duna, dirigida hacia ellos.

– Venga. Antes de que aparezca alguien. Como en la escena de Aquí a la eternidad.

Él tenía un millón de buenas razones por las que no deberían hacer el amor en la playa, pero Jill sujetaba con fuerza la única buena razón por la que deberían hacerlo.

Ella lo cogió de la mano y lo llevó hasta la orilla, donde la espuma lamía suavemente la arena húmeda.

– Túmbate -le dijo.

Bud se tumbó en la arena donde el mar lamía una y otra vez su cuerpo desnudo. Ella se colocó a horcajadas encima de él y se introdujo el pene. Hicieron el amor lenta y rítmicamente, como a ella le gustaba, encima de él y haciendo la mayor parte del trabajo según su voluntad.

Bud estaba ligeramente distraído por la espuma salada que le bañaba el rostro y también un poco ansioso por el hecho de estar tan expuestos en aquella playa abierta. Pero un minuto más tarde, el tamaño de su mundo se redujo al área que había entre sus piernas y no hubiese sido capaz de notar la presencia de un tsunami abatiéndose sobre él.

Un momento después ella alcanzó el clímax y él eyaculó en su interior.

Jill permaneció tendida encima de él, respirando agitadamente durante unos segundos, luego se incorporó y se puso de pie. Comenzó a decir algo, luego se interrumpió en mitad de la frase y miró fijamente hacia el océano.

– ¿Qué…?

Bud se sentó rápidamente y siguió la dirección de su mirada mar adentro, por encima de su hombro derecho.

Algo estaba emergiendo del agua. Al cabo de un segundo vio que era un rayo de fuego anaranjado que dejaba detrás una estela de humo blanco.

– ¿Qué demonios…?

Parecía un cohete sobrante del 4 de julio, pero era grande, demasiado grande… y estaba surgiendo del agua.

Ambos se quedaron mirando mientras el cohete ascendía rápidamente, ganando velocidad a medida que se elevaba hacia el cielo. Pareció describir una trayectoria en zigzag, luego giró.

De pronto, el cielo se iluminó con un destello de luz, seguido de una enorme bola de fuego. Ambos se levantaron de un brinco y observaron incrédulos la lluvia de restos humeantes que caía desde el lugar donde se había producido la explosión. Aproximadamente un minuto más tarde, el sonido de dos explosiones se propagó por la superficie del mar y retumbó en el espacio que los rodeaba, provocando que ambos retrocedieran de manera instintiva. Luego, el silencio.

La enorme bola de fuego pareció quedar suspendida del cielo durante un momento interminable, luego comenzó a caer, separándose en dos o tres bolas de fuego más pequeñas que se precipitaron al mar a diferentes velocidades.

Un minuto más tarde, el cielo estaba despejado, excepto por una nube de humo blanco y negro, iluminada desde debajo por el resplandor de los fuegos que ardían sobre el océano en calma, a varios kilómetros de distancia.

Bud permaneció con la vista fija en el horizonte en llamas, luego miró el cielo, luego nuevamente el agua, mientras su corazón latía a toda velocidad.

– Oh, Dios mío… ¿qué…?

Bud estaba inmóvil, sin comprender exactamente lo que acababa de presenciar, pero un sexto sentido le decía que se trataba de algo terrible. Su siguiente pensamiento fue que eso, fuera lo que fuese, había sido lo suficientemente grande y ruidoso como para atraer a mucha gente a la playa. Cogió a Jill del brazo.

– Larguémonos de aquí. De prisa.

Se volvieron y echaron a correr a través de los cuarenta metros de playa y subieron por la duna donde habían dejado la cámara. Bud cogió la cámara y el trípode mientras Jill ya descendía por el otro extremo de la duna. Bud fue tras ella.

– ¡Vístete! ¡Vístete! -no dejaba de repetirle.

Ambos se vistieron a toda prisa y corrieron hacia el Explorer, Bud llevando el trípode y Jill la cámara, olvidándose de la manta y la nevera.

Arrojaron el equipo de vídeo en los asientos de atrás y subieron rápidamente a los asientos delanteros. Bud puso en marcha el Explorer y salió pitando. Ambos respiraban agitadamente. Bud, con las luces apagadas, hizo avanzar el coche por la arena y, acto seguido, giró bruscamente a la derecha. Conducía con cuidado a través de la creciente oscuridad, a lo largo del sendero. Después atravesó la zona de aparcamiento y salió a Dune Road, momento en que encendió las luces y aceleró a fondo.

Ninguno de los dos había dicho nada en todo el rato.

Un coche de la policía se acercó desde la dirección opuesta y pasó velozmente junto a ellos.

Cinco minutos más tarde pudieron ver las luces de Westhampton, al otro lado de la bahía.

– Bud, creo que un avión ha explotado en el aire -dijo Jill.

– Tal vez… tal vez se trataba de un cohete de fuegos artificiales gigante… disparado desde una barcaza -dijo él y añadió-: Y estalló… ya sabes… un espectáculo de fuegos artificiales.

– Los cohetes de fuegos artificiales no explotan de esa manera. Esos cohetes no siguen ardiendo en el agua. -Lo miró fijamente y dijo-: Algo muy grande ha explotado en el aire y se ha estrellado en el océano. Era un avión.

Bud no contestó.

– Tal vez deberíamos volver -dijo ella.

– ¿Por qué?

– Quizá… algunos… se han salvado. Tienen chalecos salvavidas… balsas salvavidas… Tal vez podamos ayudar.

Bud negó con la cabeza.

– Esa cosa se desintegró en el aire. Debía de estar a varios kilómetros de altura -dijo-. La policía ya está allí -añadió-. No nos necesitan para nada.

Jill no contestó.

Bud giró hacia el puente que llevaba de regreso a Westhampton. Su hotel se encontraba a cinco minutos.

Jill parecía sumida en profundos pensamientos. Finalmente dijo:

– Ese destello de luz… era un cohete. Un misil.

Bud no dijo nada.

– Parecía un misil disparado desde el agua. Un misil que ha hecho impacto en un avión.

– Bueno… estoy seguro de que lo sabremos en las noticias.

Jill echó un vistazo a los asientos de atrás y vio que la cámara de vídeo seguía encendida y estaba grabando su conversación.

Cogió la cámara, rebobinó la cinta, pulsó el botón de «play» y miró a través del visor mientras la película corría a toda velocidad.

Bud la miró pero no dijo nada.

Jill pulsó el botón de pausa.

– Se ve todo -dijo-. Tenemos toda la escena grabada. -Pasó la cinta hacia adelante, luego hacia atrás, varias veces-. Bud, para el coche y mira esto -dijo.

Pero él siguió conduciendo.

Jill apoyó la cámara en su regazo.

– Lo tenemos todo en esta cinta. El misil, la explosión, los trozos cayendo del cielo.

– ¿Sí? ¿Y qué más ves en la cinta?

– A nosotros.

– Exacto. Bórrala.

– No.

– Jill, borra esa cinta.

– De acuerdo… pero tenemos que verla en la habitación del hotel. Después la borraremos.

– No quiero verla. Bórrala. Ahora mismo.

– Bud, esto podría ser… una prueba. Alguien debe ver esto.

– ¿Te has vuelto loca? Nadie debe vernos follando en una cinta de vídeo.

Ella no dijo nada.

Bud le palmeó la mano y dijo:

– De acuerdo, pasaremos la cinta en el televisor de la habitación. Luego veremos lo que dicen en las noticias. Y entonces decidiremos qué hacer. ¿Te parece bien?

Ella asintió.

Bud vio que Jill aferraba la cámara de vídeo. Jill Winslow, lo sabía, era la clase de mujer que podría hacer lo correcto y entregarle la cinta a las autoridades, a pesar de lo que eso pudiese acarrear para ella. Por no hablar de lo que podría implicar para él. Sin embargo, Bud pensó que cuando ella viese la cinta en toda su crudeza recuperaría el juicio. Si no lo hacía, tal vez tuviese que ponerse un poco duro con ella.