El lugar parecía haber sido en otra época el vestíbulo del edificio donde se alojaba. Era un lugar estrictamente local, libre incluso de los turistas más despistados o de la gente de la zona alta de Manhattan en busca de una aventura gastronómica urbana.
Aún no era el mediodía y el lugar estaba bastante vacío, excepto por algunos vecinos del barrio que bebían lo que olía a té So Long y hablaban cantonés, aunque la pareja que estaba en el reservado contiguo hablaba mandarín.
Esto me lo estoy inventando.
Había una mujer china, joven y exquisitamente bella atendiendo las mesas y la observé mientras se movía por el local como si estuviese flotando en el aire.
La joven flotó hacia mí, ambos sonreímos y luego se alejó flotando para ser reemplazada por una vieja bruja calzada con pantuflas. Dios, pensé, les hace bromas muy crueles a los hombres casados. Pedí un café.
La vieja dama se alejó arrastrando las pantuflas y me concentré en la sección de deportes del Daily News. Los Yankees habían derrotado a los Phillies la noche anterior por cuatro carreras a una en la duodécima entrada. Tino Martínez consiguió una carrera y Jorge Posada pegó un batazo que permitió que dos compañeros llegaran a la base en la duodécima entrada. Entretanto, yo era arrastrado por Kate a través de todo Long Island. Tendría que haber ido al partido, pero ¿quién se iba a imaginar que harían entradas extras?
En la cocina estaban preparando los misteriosos platos del día y pensé que había oído a un perro, un gato y un pato, seguido del sonido de carne picada, luego silencio. El olor, sin embargo, era muy bueno.
Leí el periódico, bebí mi café y esperé a Dick Kearns.
CAPÍTULO 16
Dick Kearns entró en el restaurante, me vio y nos estrechamos las manos mientras se deslizaba en su asiento frente a mí.
– Gracias por venir -dije.
– No hay problema. Pero tengo que estar en el centro a la una.
Dick rondaba los sesenta años, tenía todo el pelo y también los dientes, siempre había vestido con buen gusto y hoy no era una excepción.
– ¿Viste el partido de los Yankees anoche? -le pregunté.
– Sí. Un gran partido. ¿Lo viste tú?
– Estaba trabajando. ¿Cómo está Mo? -le pregunté.
– Está bien. Solía quejarse por las horas que pasaba en homicidios, luego por mi trabajo en la ATTF. Ahora que estoy trabajando en casa, siempre tiene algo nuevo de qué quejarse. Me dijo: «Dije para lo bueno y para lo malo, Dick, pero nunca dije para el almuerzo.»
Sonreí.
– ¿Cómo te trata la vida de casado? -me preguntó.
– Genial. Ayuda el hecho de que estemos en el mismo trabajo -dije-. Y, además, tengo asesoramiento legal gratis.
Dick sonrió.
– Podría ser peor. Kate es una muñeca.
– Doy gracias a Dios cada día.
– Hablando de asesoramiento legal, ¿tienes noticias de Robín?
– De vez en cuando. Cuando se marchó, lo único que se llevó fue su escoba, que nunca usó para tareas de limpieza, sólo como medio de transporte. Suele pasar volando delante de mi balcón y me saluda con la mano.
Dick lanzó una carcajada.
Una vez acabados los preliminares, cambié de tema y le pregunté:
– ¿Te gusta lo que haces?
Dick lo pensó un momento antes de responder.
– No es un trabajo duro. Echo de menos a la gente con la que trabajaba pero, básicamente, me fijo mi propio horario y la paga no está nada mal. A veces, sin embargo, la cosa va muy lenta. Ya sabes, deberíamos comprobar los antecedentes de más gente. Tienes, por ejemplo, a esos tíos en la seguridad del aeropuerto; su trabajo es muy importante pero reciben un sueldo de mierda, y la mitad de ellos son riesgos de seguridad potenciales.
– Hablando como un verdadero agente civil contratado que busca más horas que facturar -dije.
– Cobro por caso, no por hora. Y ahora hablando en serio, las cosas tienen que enderezarse en este país.
– Estamos viviendo en un país que ha sido bendecido con un montón de buena suerte y dos océanos -le informé.
– Tengo noticias para ti. La suerte se está acabando y los océanos ya no significan nada.
– Puede que tengas razón.
La vieja dama pequeña se acercó a la mesa y Dick pidió café y un cenicero.
Encendió un cigarrillo y dijo:
– Y bien, ¿qué puedo hacer por ti? ¿Estás buscando entrar en esta clase de trabajo? Puedo ponerte en contacto con la persona indicada.
Los dos sabíamos que yo no le había pedido que se reuniese conmigo lo antes posible para hablar de un trabajo, pero era una buena historia si alguna vez la necesitaba.
– Sí. Suena como algo que me gustaría hacer -dije.
Llegó su café. Dick bebió un trago, dio varias caladas a su cigarrillo y me hizo una breve descripción de su trabajo para que mi relato pareciera verosímil si alguien me preguntaba mientras estaba conectado a un polígrafo.
Bajo la categoría de «¿De qué otra cosa hablaron?», dije:
– Iré al grano. Necesito información acerca del vuelo 800 de la TWA.
Dick no contestó.
Continué hablando.
– No estoy en el caso y, como sabes, nunca lo estuve. Kate, como también sabes, estuvo en el caso, pero no me habla de él.
Nadie de la ATTF hablará conmigo y yo no quiero hablar con ellos. Tú eres un viejo amigo y un civil, de modo que quiero que me cuentes lo que sepas.
Dick permaneció en silencio unos segundos antes de responder.
– Dependo del gobierno federal para mi pan y mi mantequilla.
– Sí, yo también. Hablemos entonces de ex policía a ex policía.
– John, no me hagas esto. Ni a ti tampoco.
– Deja que yo me preocupe por mí, Dick. En cuanto a ti, sabes que yo nunca te delataría.
– Lo sé. Pero… firmé una declaración…
– A la mierda la declaración. Cerraron el caso. Puedes hablar.
No contestó.
– Mira, Dick, retrocedamos en el tiempo. Imaginemos que nunca hemos oído hablar del FBI o de la ATTF. Estoy trabajando en un caso en mi tiempo libre y necesito tu ayuda.
En realidad, estaba en el tiempo que dedico al gobierno, pero todo se equilibra.
Dick miró su café y luego me preguntó:
– ¿Por qué? ¿Qué te importa de ese caso?
– Ayer asistí al servicio religioso en memoria de las víctimas. La ceremonia me conmovió. Además, apareció un tío y se presentó… Liam Griffith. ¿Lo conoces?
Asintió.
– Me hizo demasiadas preguntas acerca de mi presencia allí. De modo que despertó mi curiosidad.
– Ésa no es una buena razón para meter las narices en esto. Mira, este caso ha jodido a más gente en más agencias gubernamentales de lo que te puedes imaginar. Los veteranos que salieron con vida no quieren volver allí. Algunos JTN (jodidos tíos nuevos) como tú quieren saber de qué se trata todo eso. Pero tú no quieres hacerlo. Deja las cosas como están.
– Ya he decidido no dejar las cosas como están. He pasado a la siguiente etapa, en la que hago preguntas.
– Sí, bueno, tienes aproximadamente una semana antes de que los tíos del piso veintiocho empiecen a hacerte preguntas a ti.
– Lo entiendo. No hay problema. Pero gracias por tu preocupación. Muy bien, sólo pensé que me darías una pequeña ayuda. Lo entiendo. -Eché un vistazo al reloj-. Tengo que encontrarme con Kate para comer.
Dick también miró su reloj y encendió otro cigarrillo.
Ninguno de los dos habló durante un minuto, luego Dick dijo:
– Primero, deja que te diga esto, yo no creo que lanzaran un misil contra ese avión y no creo que haya habido un encubrimiento o una conspiración oficiales. Pero lo que sucedió fue que el caso comenzó con mal pie. Estuvo muy cargado políticamente desde el principio. La gente que odiaba a Clinton quería creer que los terroristas eran los responsables y que la Administración lo estaba encubriendo porque no tenían las pelotas para reconocer un fallo de seguridad o las pelotas para responder a un ataque.