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Kate sonrió, me besó y se alejó hacia los ascensores.

Salí del edificio y busqué una cabina de teléfono en Broadway mientras sacaba unas monedas del bolsillo. Recuerdo cuando tenías que esperar para hablar por teléfono en una cabina, pero ahora todo el mundo tiene móviles, incluso los pelagatos, y las cabinas de teléfono están vacías como los confesionarios en la catedral de San Patricio.

Metí un cuarto de dólar y marqué el número del móvil de mi ex compañero, Dom Fanelli, que ahora trabajaba en Manhattan Sur.

– ¿Hola? -contestó.

– Dom.

– ¡Eh, paisano! Ha pasado mucho tiempo. ¿Dónde estás? Quedemos para tomar unas cervezas esta noche.

– ¿Estás en la oficina?

– Sí, ¿qué ocurre? A todo el mundo le encantaría verte. El teniente Wolfe te echa de menos. Tiene un pisapapeles nuevo.

– Necesito que me hagas un favor.

– Dalo por hecho. Ven a verme.

– No puedo. Lo que necesito…

– ¿Estás libre esta noche? Conozco un lugar nuevo en Chelsea, el Tonic. Unos culos increíbles.

– Estoy casado.

– ¿Bromeas? ¿Cuándo fue eso?

– Tú estuviste en la boda.

– Es verdad. ¿Cómo está Kate?

– Kate está genial. Te envía saludos.

– Ella me odia.

– Te quiere.

– Lo que tú digas.

Era difícil creer que ese hombre tuviese una mente brillante cuando se trataba del trabajo de investigación criminal. Pero la tenía. De hecho, aprendí muchas cosas de él. Por ejemplo, cómo hacerse el tonto.

– ¿Cómo está Mary? -le pregunté.

– No lo sé. ¿Qué has oído? -Se echó a reír de su propio chiste, como suele hacerlo, y me dijo-: Bromas aparte, durante toda mi vida de casado jamás he engañado a una novia.

– Eres un sol. Muy bien, qué…

– ¿Cómo están las cosas en el 26 de Federal Plaza?

– Excelentes. Lo que me recuerda que el otro día vi al capitán Stein, y aún está esperando que presentes los papeles y te incorpores. El trabajo es tuyo si lo quieres.

– Pensaba que ya había enviado esos papeles por correo. ¡Oh, Dios! Espero no haber perdido la oportunidad de trabajar para el FBI.

– Es un magnífico trabajo. ¿Nunca te cansas de la gente que asesina a otra gente?

– Me cansaré cuando ellos se cansen.

– Correcto. ¿Recuerdas…?

– Oh, antes de que se me olvide. Es sobre esos dos caballeros hispanos que te hicieron algunos agujeros. Es posible que tenga una pista.

– ¿Cuál es esa pista?

– Deja que yo me encargue del asunto. Ya tienes suficiente en tu plato. Te llamaré cuando estemos preparados.

– Si crees que eso va a ocurrir…

Dom se echó a reír, luego dijo seriamente:

– Cada vez que pienso en ti, tirado en medio de la calle, desangrándote…

– Gracias otra vez por haberme salvado la vida. Gracias por hacer que entrase en la ATTF, donde conocí a Kate. ¿Me estoy olvidando de algo?

– Creo que no. Nosotros no contamos los favores, John. Tú lo sabes. Cuando necesitas un favor, yo estoy allí, y cuando yo necesito un favor, tú estás allí. ¿Qué puedo hacer por ti?

– Lo he olvidado.

Se echó a reír otra vez y me preguntó:

– ¿Alguna novedad en el caso Khalil?

– No.

– Ese cabrón aparecerá cuando menos te lo esperes.

– Gracias. Mira… -El teléfono hizo un ruido extraño y metí otra moneda-. ¿Recuerdas a Marie Gubitosi? -le pregunté.

– Sí. ¿Por qué? Gran culo. Ese tío Kulowski o Kowalski se la estaba tirando. ¿Recuerdas? Estaba casado y su esposa se enteró y…

– Sí. Escucha, necesito encontrarla. Ahora está casada…

– Lo sé. Se casó con un tío que no está en este negocio. Vive en… creo que en Staten Island. ¿Por qué necesitas encontrar a Marie?

– No lo sabré hasta que la encuentre.

– ¿Sí? ¿Por qué me necesitas a mí para encontrarla? Podrías dar con ella en menos de una hora. ¿Y por qué me llamas desde una cabina pública? ¿Qué sucede, John? ¿Tienes problemas?

– No. Estoy investigando algo por mi cuenta.

– ¿Sí? ¿Qué cuenta?

Eché un vistazo a mi reloj. Si quería coger el transbordador de las tres a Staten Island tenía que interrumpir a Fanelli, pero es más fácil decirlo que hacerlo.

– Dom -le dije-, no puedo explicártelo por teléfono. La semana que viene nos encontraremos para tomar unas cervezas. Es posible que necesite algunos favores. Mientras tanto, consígueme esa información sobre Marie y llámame al teléfono móvil.

– Espera un segundo. Tengo influencia en el Wheel.

Me dejó en espera y yo esperé. El Wheel es el departamento de personal en el One Pólice Plaza, y no estoy seguro de por qué lo llaman el Wheel, y después de haber pasado dos décadas en el Departamento de Policía de Nueva York, no pensaba pasar por un novato y preguntar. Debería haberlo hecho hace veinte años. En cualquier caso, si conoces a alguien allí -y Dom Fanelli conoce a alguien en todas partes-, puedes evitarte los trámites burocráticos y conseguir una respuesta rápida.

Fanelli volvió a ponerse al teléfono y dijo:

– Marie Gubitosi no ha dejado el trabajo. Está disfrutando de una prolongada baja por maternidad, desde enero de 1997. Su apellido de casada es Lentini. Se casó con un italianini. Su madre es feliz. Estoy tratando de acordarme de lo que sucedió con Kowalski y su esposa cuando ella descubrió que…

– Dom, dame ese jodido número de teléfono.

– Sólo me dieron un número de móvil. Ninguna dirección. ¿Preparado?

Dom me dio el número.

– Gracias. Te llamaré la semana próxima.

– Sí. Quizá antes de que te las ingenies para meterte en la mierda hasta las pestañas. Tienes que decirme de qué va todo esto.

– Lo haré.

– Cuídate.

– Siempre lo hago.

Colgué, volví a meter unas monedas en el teléfono y marqué el número que me había dado Dom. Después de tres llamadas respondió una voz de mujer.

– ¿Hola?

– Marie Gubitosi, por favor.

– Al habla. ¿Quién es?

– Marie, soy John Corey. Trabajábamos en Manhattan Sur.

– Oh… sí. ¿Qué ocurre?

Podía oír al menos a dos críos que gritaban como sonido de fondo.

– Necesito hablar contigo acerca de un antiguo caso. ¿Podemos vernos en alguna parte?

– Sí, de acuerdo. Consígueme una canguro y tomaré copas contigo toda la noche.

Me eché a reír.

– De hecho, mi esposa podría cuidar de los niños.

– ¿Quieres decir que tu esposa abogada hará de canguro? ¿Cuál es su tarifa?

– Estamos divorciados. Tengo una nueva esposa.

– Me tomas el pelo. Te diré una cosa… la primera era bastante engreída. ¿Recuerdas aquella fiesta que organizamos cuando se retiró Charlie Cribbs?

– Sí. Aquella noche ella estaba un poco bebida. Mira, ¿por qué no voy yo a tu casa, si no hay inconveniente? Staten Island, ¿correcto?

– Sí… pero los niños están como locos…

– Amo a los niños.

– No a estos dos. Tal vez pueda echarte una mano por teléfono.

– Prefiero que hablemos personalmente.

– Bueno… Joe… mi esposo, no quiere que vuelva a implicarme en el trabajo.

– Tienes un permiso por maternidad, Marie. No estás fuera del trabajo. Ponme las cosas fáciles.

– Sí… de acuerdo… eh, ¿no te habías retirado con una pensión por tres cuartos de invalidez?

– Así es.

– ¿Has regresado?

No quería contestar a esa pregunta, pero tenía que hacerlo.

– Estoy con la ATTF. Agente contratado.

Hubo un silencio antes de que Marie contestara.

– Yo estuve ahí menos de seis meses y sólo trabajé en dos casos. ¿En cuál de ellos estás interesado?

– En el otro.

Silencio otra vez, luego Marie dijo: