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Así como la sala de estar era un lugar limpio y ordenado, la cocina era un caos total. En un rincón había un parque donde un niño de edad indefinida estaba tendido en el suelo, chupando de un biberón mientras jugaba con los dedos de los pies. Yo aún lo hago y quizá es de entonces de donde me viene.

La mesa, encimeras y suelo estaban sembrados de una mezcolanza de cosas que mi mente no fue capaz de catalogar. Parecía el escenario de un robo y doble homicidio donde las víctimas habían vendido muy caras sus vidas.

– Siéntate. He preparado café -dijo Marie.

– Gracias.

Me senté a una pequeña mesa de cocina y dejé la bolsa de plástico con los pañales sobre la mesa. Junto a mí había una sillita alta para críos cuya bandeja parecía pringosa.

– Lo siento. Esto está hecho un desastre -dijo.

– Es bonito.

Marie sirvió dos jarras de café.

– Trato de limpiar y ordenar antes de que su majestad llegue a casa. ¿Crema? ¿Azúcar?

– Solo.

Marie trajo las dos jarras a la mesa y, por primera vez, noté que estaba descalza y embarazada.

Se sentó frente a mí y levantó su jarra. Las chocamos ligeramente y le dije:

– Tienes buen aspecto.

– ¿La incapacidad era por ceguera?

Sonreí.

– No. Lo digo en serio.

– Gracias.

Echó un vistazo dentro de la bolsa de plástico.

– Coco -dije.

Marie sonrió.

– ¿Puedo pagártelos?

– No.

Bebí unos tragos de café. Marie Gubitosi era aún una mujer atractiva y supuse que se había arreglado un poco antes de mi llegada. Alcancé a oler a eau de algo por encima del aroma a polvos de talco para bebé y leche tibia.

Hizo un gesto hacia el parque y dijo:

– Ése es Joe Junior. Tiene catorce meses. Melissa, dos años y medio, está durmiendo, gracias a Dios, y tengo otro en el horno.

– ¿De cuánto estás? -recordé preguntar.

– Dieciséis semanas y tres días.

– Felicidades.

– Sí. Nunca volveré al trabajo.

Era necesario que ella comprendiese qué estaba provocando esos embarazos, pero le dije:

– Será antes de lo que piensas.

– Sí. Bien, tienes buen aspecto. Un poco más grueso, tal vez. Y te has divorciado y vuelto a casar. No me enteré. Ya no me entero de nada. ¿Quién es la afortunada?

– Kate Mayfield, del FBI en la ATTF.

– No estoy segura de conocerla.

– Llegó justo antes del accidente del vuelo 800 de la TWA. Trabajó en el caso.

Marie no respondió ante la mención del vuelo de la TWA y dijo:

– Así que te casaste con una chica del FBI. Joder, John, primero una abogada penalista, ahora una agente del FBI. ¿Qué pasa contigo?

– Me gusta joder a los abogados.

Marie se echó a reír con tantas ganas que casi se atraganta con el café.

Estuvimos conversando de trivialidades durante un rato, y fue realmente agradable compartir algunos chismorreos y recordar algunas anécdotas divertidas.

– ¿Recuerdas aquella vez que Dom y tú fuisteis a esa casa en Gramercy Park donde la esposa le había disparado a su marido, y ella dijo que él le había apuntado con el arma, habían forcejeado y el arma se había disparado? -dijo Marie-. Y luego Dom va al dormitorio donde el cadáver se está enfriando y vuelve corriendo y grita: «¡Está vivo! ¡Llama a una ambulancia!» Luego mira a la mujer y le dice: «Su esposo dice que usted le apuntó con el arma y que le disparó a sangre fría», y va la mujer y se desmaya.

Ambos nos echamos a reír al recordar aquella anécdota. Yo me estaba poniendo nostálgico por los viejos días.

Marie volvió a llenar las jarras, luego me miró y preguntó:

– Bien, ¿qué puedo hacer por ti?

Dejé la jarra sobre la mesa.

– Ahí va -dije-. Ayer asistí al servicio religioso en memoria de las víctimas del vuelo 800, y…

– Sí. Lo vi en las noticias. A ti no te vi. ¿Puedes creer que ya hayan pasado cinco años?

– El tiempo vuela. Entonces, después de que acabó la ceremonia, apareció un tío de la ATTF, un federal, y empezó a preguntarme por qué estaba allí.

Le conté todo el episodio, dejando el nombre de Kate fuera de la historia, pero Marie, que era una detective muy lista, me preguntó:

– ¿Qué estabas haciendo allí?

– Como ya he dicho, Kate, trabajó en el caso y ella acude casi cada año. Sólo estaba comportándome como un buen esposo.

Marie me miró como si no se creyera del todo lo que le estaba contando. Tuve la sensación de que estaba disfrutando de esa pequeña novedad, jugando a los detectives en lugar de jugar con patos de goma.

– O sea, ¿que estás trabajando para la ATTF? -preguntó.

– Sí. Como agente contratado.

– Dijiste que no se trataba de un asunto oficial. ¿Por qué estás aquí entonces?

– Bueno, ahora llegaré a eso -continué-. De modo que a ese sujeto se le ocurrió la idea de que yo podía estar interesado en el caso y me dijo que me mantuviese alejado. Quiero decir, ese tío me tocó los huevos, así que me cabreé y…

– ¿Quién es ese tío?

– No puedo decirlo.

– De acuerdo, de modo que porque un federal te toca los huevos tú te cabreas y… ¿qué?

– Me picó la curiosidad.

– ¿Las cosas van lentas en la ATTF?

– De hecho, sí. Mira, Marie, hay más cosas, pero cuanto menos sepas, será mejor para ti. Sólo necesito saber lo que tú sabes, y ni siquiera sé qué preguntas debo hacerte.

Ella permaneció en silencio un momento y luego dijo:

– No te enfades, pero ¿cómo sé que no estás en Asuntos Internos?

– ¿Crees que alguna vez podría ser de Asuntos Internos?

– Cuando te conocí, no. Pero desde entonces te has casado con dos abogadas.

Sonreí.

Nuestras miradas se encontraron y Marie dijo:

– Muy bien. Trabajé en ese caso durante dos meses. Me pasé la mayor parte del tiempo recorriendo los puertos deportivos preguntándole a la gente si había visto embarcaciones extrañas y gente extraña en la zona. ¿Sabes? La teoría era que algún terrorista o algún chiflado salió al mar en una embarcación y disparó un cohete contra el avión. De modo que me pasé el verano en los puertos deportivos públicos y en los clubes privados de la costa. Joder, ¿sabes cuántos puertos deportivos y cuántos barcos hay allí? Pero no fue un mal trabajo. En los días libres solía pescar… -Hizo una pausa antes de continuar-. Pero nunca cangrejos… nadie quería comer los cangrejos porque… ya sabes.

Marie se quedó en silencio y me di cuenta de que, a pesar de su ánimo jovial, no disfrutaba teniendo que pensar nuevamente en esa historia.

– ¿Con quién trabajabas? -le pregunté.

– No voy a decirte ningún nombre, John. Hablaré contigo, pero nada de nombres.

– Me parece bien. Háblame.

– Tienes que hacerme una pregunta que insinúe la respuesta.

– Hotel Bayview.

– Sí… eso pensé. De modo que repasé mi cuaderno de notas para refrescar mi memoria, pero allí no había muchas cosas. Quiero decir que los federales nos dijeron que tomásemos el mínimo de notas porque jamás nos llamarían a declarar sobre este caso -dijo Marie-. Lo que nos estaban diciendo era que éste era su caso y que nosotros estábamos allí para echar una mano.

Asentí antes de añadir:

– Los federales también estaban diciendo que no querían que quedasen demasiadas cosas por escrito.

Marie se encogió de hombros.

– Como sea. Esos tíos juegan a un juego diferente.

– Es verdad. ¿Estuviste en el Hotel Bayview? -le pregunté.

– Sí. Dos días después del accidente recibí una llamada para ir al Hotel Bayview. El FBI está interrogando al personal acerca de algo, y necesitan ayuda para identificar a quien pudiera saber alguna cosa sobre algo en lo que están interesados. De modo que voy al hotel y me reúno con otros tres policías del NYPD, y los tres agentes del FBI ya están allí, y nos dan instrucciones y dicen…