Junior empezó a chillar por algo y Marie se levantó y fue hasta el parque.
– ¿Qué le pasa a mi niño hermoso? -lo arrulló y volvió a ponerle el biberón en la boca.
Junior comenzó a chillar con más fuerza y Marie lo alzó y dijo:
– Oh, mi pobre bebé se ha hecho caca.
¿Es razón suficiente para ponerse a chillar? Quiero decir que si yo me cagara en los pantalones, me quedaría muy callado.
Marie cogió los pañales que yo le había comprado y se llevó al crío para cambiarlo.
Comprobé en el móvil los mensajes del buzón de voz, pero no había ninguna llamada. Llamé a mi compañero de cubículo Harry Muller, a su móvil. Cuando contestó, le pregunté:
– ¿Estás en la oficina?
– Sí. ¿Por qué?
– ¿Alguien me busca?
– No. ¿Estás perdido? Enviaré a un equipo de búsqueda. ¿Cuál es la última señal en tierra que has visto?
Todos llevamos a un cómico dentro.
– Harry, ¿ha preguntado alguien dónde me había metido?
– Sí. Koenig vino hace una hora aproximadamente y me preguntó si sabía dónde te escondías. Le dije que habías salido a comer.
– Muy bien.
Era extraño, pensé, que Koenig no hubiese llamado a mi móvil si quería hablar conmigo, aunque tal vez sólo quería compartir un nuevo chiste con su detective favorito. En cualquier caso, hoy no quería ver a Jack Koenig ni oír de él.
– ¿Está Kate por ahí? -le pregunté a Harry.
– Sí… puedo verla en su escritorio. ¿Por qué?
– Hazme un favor. Dile que se reúna conmigo… -Miré mi reloj y el horario del transbordador. Podría coger el de las cinco y media si Joe Sénior no llegaba inesperadamente a casa-. Dile que me encontraré con ella en el Delmonico's a las seis para tomar una copa.
– ¿Por qué no la llamas tú?
– ¿Por qué no te vas al infierno por mí?
– ¿Estoy autorizado a ir allí?
– Sí. Vacía algunas papeleras.
Se echó a reír.
– De acuerdo. En el Delmonico's a las seis -dijo.
– Que quede entre tú y ella.
– ¿Sí?
– Gracias -le dije y corté la comunicación.
Marie regresó a la cocina, dejó al niño en el parque y le metió un biberón en la boca. Accionó un móvil colgante lleno de caras sonrientes, que giraba y emitía la melodía de It's a Small World. Odio esa canción.
Marie sirvió más café en las jarras y se sentó.
– Es un niño encantador -dije.
– ¿Lo quieres?
Sonreí y luego le dije:
– Bien, el tío del FBI os dio instrucciones.
– Sí. Ese tío nos lleva a los cuatro a la oficina del director del hotel, y el tío del FBI dice que estamos buscando a dos personas que podrían ser testigos del accidente y que pueden haberse alojado en ese hotel, el Bayview. ¿Y cómo sabemos eso? Porque una manta, tal vez de ese hotel, fue encontrada por los policías locales, en una playa desde donde pudo haberse presenciado el accidente. La existencia de la manta de la playa fue puesta en conocimiento del FBI a primera hora de la mañana y tuvieron la idea de comprobar todos los hoteles y moteles de la zona para ver si la manta pertenecía a alguno de ellos. Fueron estrechando la lista hasta llegar al Hotel Bayview. ¿Me sigues?
– Hasta ahora.
– De acuerdo. Ahora, ¿qué es lo que no cuadra en esa historia que nos está contando el tío del FBI?
– Cualquier cosa que proceda del FBI tiene algo que no cuadra -contesté.
Ella sonrió.
– Venga, John. Trabaja un poco.
– De acuerdo, lo que no cuadra es por qué habrían de preocuparse por otros dos testigos.
– Exacto. Es decir, ¿por qué estamos malgastando recursos con dos personas que quizá vieron el accidente desde la playa, cuando tenemos a un montón de testigos presenciales haciendo cola delante de la jodida puerta del puesto de la Guardia Costera y el número de la línea de emergencia está sonando sin parar? ¿Qué hay de especial en esos dos testigos? ¿Tú lo sabes?
– No. ¿Y tú?
– No -dijo ella-. Pero allí estaba pasando algo más.
Lo que estaba pasando era el cubreobjetivo de la cámara de vídeo que encontraron sobre la manta de la playa, pero aparentemente ese tío del FBI no mencionó ese detalle a sus soldados durante la sesión de instrucciones. Dick Kearns se había enterado por los policías locales, pero por lo visto Marie no había oído ese rumor. Como sucede con cualquier investigación, si hablas con suficientes personas y comparas la información, las cosas finalmente empiezan a tomar forma. Pero Marie sabía, porque era inteligente, que estaba pasando algo más.
– ¿Quién era ese tío del FBI que habló contigo y el resto de los detectives? -le pregunté.
– Ya te lo he dicho, nada de nombres.
– ¿Conocías a ese tío?
– Un poco. Un tío que se creía muy listo.
– Suena a Liam Griffith.
Marie sonrió.
– Es un buen nombre. Digamos que se llamaba Liam Griffith.
– ¿Quién más estaba con él?
– Ya te lo he dicho, otros dos tíos. Federales, pero no los conocía y nunca nos presentaron formalmente. Tan sólo se quedaron sentados mientras Griffith nos informaba.
Le describí a Marie al señor Nash, utilizando a regañadientes las palabras «bien parecido».
– Sí… quiero decir, han pasado cinco años pero parece uno de ellos. ¿Quién es? -preguntó Marie.
De manera imprudente, pero para mantener a Marie feliz e intrigada, dije:
– CIA.
– ¿De verdad? -Me miró y preguntó-: ¿En qué estás metido?
– No quieras saberlo.
– No, no quiero. Pero… quizá ya he dicho bastante.
Miré al crío que estaba en el parque y luego a Marie.
– ¿Les tenemos miedo? -pregunté.
Marie no contestó.
Había llegado el momento de pronunciar un pequeño discurso, de modo que le dije:
– Mira, esto es Estados Unidos y todo ciudadano tiene el derecho y la obligación de…
– Ahórratelo para tu interrogatorio.
– Lo haré. A ver qué te parece esto: ¿estás satisfecha con la conclusión de este caso?
– No pienso contestarte a eso. Pero te contaré lo que ocurrió aquel día en el Hotel Bayview, si eres sincero conmigo.
– Estoy siendo sincero contigo. No quieras saberlo.
Marie pensó en lo que acababa de decirle y asintió.
– De acuerdo… entonces uno de los cuatro policías del NYPD le pregunta a Griffith por qué es tan importante, y Griffith parece sentirse molesto de que un policía le pregunte eso, así que le contesta: «Deje que yo me preocupe acerca de por qué necesitamos encontrar a esta persona o personas. Su trabajo consiste en interrogar al personal del hotel y a los huéspedes.» Entonces Griffith nos explica que una doncella del Bayview informó de la desaparición de una manta de la habitación 203. La manta les fue mostrada a la empleada y al director, y ambos dijeron que podía tratarse de la manta que faltaba de la habitación, pero también que tenían alrededor de seis clases diferentes de mantas sintéticas, y que no podían afirmar que fuera la misma manta que había desaparecido de la habitación 203, pero que podría ser.
– Bien. ¿Quién estaba registrado en la habitación 203? ¿O no lo sabemos?
– Obviamente, todavía no lo sabemos, o no estaríamos allí. Pero lo que sí sabemos es que un tío llegó al Hotel Bayview aproximadamente a las 16.15 el día del accidente, el miércoles 17 de julio de 1996, sin haber hecho una reserva y pide una habitación. El empleado le dice que hay habitaciones disponibles, y el tío rellena una tarjeta de registro y paga doscientos pavos en metálico por la habitación. El empleado le pide la garantía de una tarjeta de crédito por si hay daños, uso del minibar y cosas por el estilo; pero el tío le dice que no cree en las tarjetas de crédito y le ofrece al empleado quinientos pavos como depósito, lo que el empleado acepta. Luego, según la información de Griffith, el empleado pide fotocopiar el permiso de conducir del tío, pero éste le dice que lo tiene en otro pantalón o algo parecido, y el tío le da al empleado su tarjeta comercial, que el empleado acepta. El empleado le entrega al tío un recibo por los quinientos pavos y la llave de la habitación 203, que se encuentra en el ala moderna de ese hotel, lejos del edificio principal, que es precisamente lo que el tío ha pedido. De modo que, de hecho, el empleado nunca vio regresar a ese tío al vestíbulo principal del hotel, y tampoco vio el coche de ese tío o si estaba acompañado. ¿Me sigues?