De hecho, dos noches antes, Kate había estado viendo varios programas informativos para seguir la historia de un grupo llamado FIRO -Organización de Investigación Independiente del Vuelo 800- que acababa de hacer públicos sus nuevos descubrimientos, que no coincidían con los datos que se habían presentado en la conclusión oficial del gobierno.
Ese grupo estaba integrado en su mayor parte por personas fiables que trabajaron en la investigación del accidente para diversas agencias civiles, además de amigos y familiares de los pasajeros y los miembros de la tripulación que habían perecido en el siniestro. Además, por supuesto, de los habituales chiflados que apoyaban la teoría de una conspiración.
La FIRO, básicamente, le estaba haciendo pasar al gobierno momentos muy difíciles, algo que yo apreciaba a un nivel visceral.
También contaban con la comprensión de los medios de comunicación, de modo que, para que coincidiera con ese quinto aniversario de la tragedia, la FIRO había grabado entrevistas con ocho testigos del accidente, algunos de los cuales yo ya había visto en televisión dos noches antes en compañía de mi esposa, la zapeadora de canales. Los testigos afirmaban que el vuelo 800 de la TWA había sido desintegrado en el cielo por un misil. El gobierno no había hecho ningún comentario al respecto, excepto para recordarle a todo el mundo que el caso estaba resuelto y cerrado. Fallo mecánico. Fin de la historia.
Continuamos viajando hacia el sur, en dirección al océano Atlántico. Pasaban unos minutos de las siete de la tarde, y la ceremonia, según Kate, comenzaba a las siete y media, y acababa a las ocho y treinta y uno, la hora exacta del accidente.
– ¿Conocías a alguien de los que perdieron la vida en el accidente? -le pregunté a Kate.
– No. -Un momento después añadió-: Pero conocí a algunos de sus familiares.
– Entiendo.
Kate Mayfield, hasta donde puedo decirlo después de un año de matrimonio, mantiene perfectamente separados su trabajo y sus sentimientos personales. Por lo tanto, el hecho de tomarse medio día de su pa -que en la jerga del FBI significa «permiso anual», y que el resto de los mortales llama «vacaciones»- para asistir a un servicio en memoria de personas a las que no conocía de nada no parecía del todo comprensible.
Kate captó el rumbo de mis preguntas y mi silencio.
– A veces necesito sentirme humana -dijo-. Este trabajo… a veces resulta reconfortante descubrir que aquello que pensaste que era un acto de maldad fue sólo un trágico accidente.
– Correcto.
No diré en este momento que sentía mucha curiosidad sobre el caso, pero como me he pasado la mayor parte de mi vida husmeando para ganarme la vida, apunté mentalmente que debía ponerme en contacto con un tío llamado Dick Kearns.
Dick era un poli de homicidios con quien había trabajado durante cinco años antes de que se retirase del Departamento de Policía de Nueva York, luego pasó a la ATTF como agente contratado, que es lo que soy yo. Dick, al igual que Kate, trabajó en el caso de la TWA entrevistando a los testigos presenciales del accidente.
El FBI creó la ATTF en 1980 como respuesta a los atentados con bomba cometidos en la ciudad de Nueva York por un grupo puertorriqueño llamado FALN y también por los atentados a cargo del Ejército de Liberación Negro. El mundo ha cambiado y hoy, probablemente, el 90 por ciento de los miembros operativos de la ATTF se centra en el terrorismo árabe. Allí es donde está la acción, y allí es donde estoy yo, y donde también está Kate. Tengo delante de mí una segunda gran carrera si es que vivo lo suficiente para disfrutarla.
La forma en que trabaja esa agencia consiste en que el FBI tiene atribuciones para recurrir al personal del Departamento de Policía de Nueva York, haciendo que policías retirados y en activo se encarguen del trabajo de calle, tareas de vigilancia y un montón de cuestiones rutinarias para que sus agentes, que cuentan con una excelente formación y cobran una pasta gansa, tengan las manos libres para hacer el trabajo de inteligencia.
La mezcla de esas dos culturas tan diferentes no funcionó bien al principio; pero, con el correr de los años, se ha desarrollado una suerte de sinergia laboral. Quiero decir, miren nuestro caso, Kate y yo nos enamoramos y nos casamos. Somos la pareja perfecta para el póster de la ATTF.
La cuestión es que, cuando los federales permitieron a los polis entrar en el negocio para encargarse del trabajo manual, éstos tuvieron acceso a una ingente información que únicamente solía ser conocida por la gente del FBI. En consecuencia, Dick Kearns, mi colega del uniforme azul, estaría dispuesto a proporcionarme más información que mi esposa del FBI.
¿Y por qué, alguien se podría preguntar, quería yo esa información? En realidad, yo no pensaba que sería capaz de resolver el misterio de lo sucedido con el vuelo 800 de la TWA. Medio millar de mujeres y hombres habían trabajado intensamente en la investigación durante mucho tiempo, el caso tenía ya cinco años, estaba cerrado, y la conclusión oficial parecía realmente la más lógica: un cable eléctrico suelto o raído, situado en el depósito de combustible principal, provocó una chispa que encendió los gases de la gasolina. Esto hizo estallar el depósito y destruyó el avión. Todas las pruebas forenses apuntaban a esa conclusión.
Casi todas.
Y luego estaba el rayo de luz que habían visto un montón de testigos.
Atravesamos un pequeño puente que conectaba Long Island con Fire Island, una larga lengua de arena que tenía reputación de atraer a una curiosa multitud cuando llegaba el verano.
La carretera llevaba hacia Smith Point County Park, un área de matorrales, pinos y robles, grandes dunas cubiertas de hierba y quizá algo de vida salvaje, que no me gusta nada. Soy un chico de ciudad.
Llegamos donde la carretera del puente se cruzaba con una carretera costera que discurría en paralelo al océano. A poca distancia de allí, en un terreno arenoso, se levantaba una carpa cuyos laterales estaban abiertos para recibir la brisa que llegaba desde el mar. En la carpa y alrededor de ella había varios cientos de personas.
Giré hacia un pequeño aparcamiento lleno de vehículos de aspecto oficial. Continué por un sendero de arena y me hice mi propia plaza de aparcamiento aplastando un pino insignificante.
– Te has cargado ese árbol -dijo Kate.
– ¿Qué árbol?
Coloqué mi placa de «policía en servicio» en el parabrisas, bajé del coche y eché a andar en dirección a la zona de aparcamiento que rodeaba la construcción de madera. Kate me siguió. Los coches aparcados contaban con chófer o bien lucían algo parecido a las placas de policía en servicio en sus parabrisas.
Caminamos hacia la carpa que se recortaba contra el océano.
Llevábamos pantalones caqui y camisas de punto y, según Kate, yo traía un buen calzado para caminar.
Mientras nos dirigíamos hacia la tienda, Kate dijo:
– Es posible que nos encontremos con algunos agentes que trabajaron en el caso.
Los criminales pueden o no regresar al lugar donde cometieron sus crímenes, pero sé positivamente que los policías a menudo vuelven a los lugares de sus casos no resueltos. En ocasiones de un modo obsesivo. Pero éste no era un caso criminal, como tuve que recordarme a mí mismo. Había sido un trágico accidente.
El sol estaba bajo en el horizonte, hacia el suroeste. El cielo estaba despejado. Una brisa fresca soplaba desde el mar. A veces la naturaleza se porta bien.
Caminamos hacia la carpa, donde se hallaban congregadas alrededor de trescientas personas. En mi vida profesional he asistido a demasiados servicios religiosos y fúnebres, y nunca acudo voluntariamente a aquellos a los que no tengo obligación de ir. Pero ahí estaba yo.