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– ¿Dejaron la llave en la habitación? -le pregunté.

– Sí. Lo recuerdo porque el FBI se quedó con la llave para tomar huellas dactilares de ella o de la etiqueta de plástico. Pero Roxanne ya la había tocado cuando la encontró en la habitación, luego la tocó Christopher y tal vez otros miembros del personal del hotel. A pesar de todo, el FBI se llevó la llave y me dieron un recibo por ella.

– ¿Conserva ese recibo?

– No. Unos agentes me trajeron la llave unos días más tarde y yo les di el recibo.

– Correcto. ¿Hubo alguien en esta habitación entre el momento en que la pareja se marchó y el momento en que llegaron los agentes del FBI?

– No. Teníamos la reserva de un huésped para ese día, pero tuvimos que llamarle para decirle que su reserva había sido cancelada.

– Muy bien.

Le pedí que me deletrease el nombre de Roxanne Scarangello. El señor Rosenthal lo hizo y estaba bastante seguro de la ortografía. Era evidente que la chica le gustaba.

– ¿Qué edad tenía?

– Veintiuno, veintidós años.

– ¿Podría recordar su fecha de cumpleaños?

– Hum… creo que era en junio. No puedo recordar la fecha, pero sí recuerdo que el personal le organizaba una pequeña fiesta en el salón cada junio. Era una chica muy popular.

– Bien. ¿Y Brock se deletrea B-R-O-C-K?

– Sí.

– ¿Usaba algún otro nombre?

– No, que yo sepa -dijo-. Disculpe, pero ¿no tiene toda esa información en sus archivos?

– Sí. Voy a encontrar esos archivos para usted. ¿Recuerda?

– Oh, sí. Gracias.

– De nada.

Eché un último vistazo a la habitación y luego volví a salir a la galería. El señor Rosenthal me siguió.

Mientras se encontraba en algún lugar de esta misma galería hace cinco años, Lucita vio a esa pareja, con el tío que llevaba una manta del hotel, saliendo de esa habitación, del mismo modo que yo había visto a los Schultz cuando la abandonaban de forma precipitada. No importaba si había podido reconocer a Don Juan en el retrato robot que había hecho la policía, o que no alcanzara a ver muy bien a la mujer que estaba con él, lo único que importaba era que ella los había visto saliendo de la habitación 203 y que había habido indudablemente una manta y una mujer.

Desde la galería podía ver el aparcamiento a unos treinta metros de distancia, y Lucita debió de tener una clara visión de esa pareja subiendo a su vehículo… un coche de color canela de cinco puertas.

Decidí dejar al señor Rosenthal con un recuerdo positivo y feliz de mi visita y le dije amablemente:

– Ya he terminado aquí. Le agradezco su cooperación y espero no haberle robado demasiado tiempo.

– Me alegro de haber podido ser útil otra vez -contestó-. No olvide enviarme copias de los archivos desaparecidos.

– Me ocuparé de ello de inmediato. Mientras tanto, por favor, no mencione esta visita a nadie.

– ¿Están algo más cerca de descubrir qué le ocurrió a ese avión? -preguntó.

– Sabemos lo que le ocurrió a ese avión. Fue una explosión accidental del tanque de combustible.

– No, no fue eso.

– Sí, fue eso. El caso está cerrado, señor Rosenthal. Mi visita aquí sólo ha sido para comprobar los procedimientos e informes de los agentes que trabajaron en el hotel. Conciliación de archivos.

– Si usted lo dice.

Se estaba poniendo un poco quisquilloso, de modo que le recordé:

– Necesita hacer fotocopias de las tarjetas verdes y conseguir los números de la Seguridad Social de todos sus empleados.

No respondió.

Le entregué la llave de la habitación 203.

– Me gusta su corbata -dije.

Dejé al señor Rosenthal en la galería de la segunda planta del Moneybogue Bay Pavilion, bajé la escalera y me alejé hacia mi coche, que estaba en el aparcamiento para clientes.

Puse en marcha el motor y conduje hacia el sur, en dirección a la bahía. Crucé el pequeño puente y giré hacia Dune Road. Diez minutos más tarde entraba en el aparcamiento del Cupsogue Beach County Park. Había un guarda en una casilla, le enseñé fugazmente mi credencial.

– Necesito recorrer con el coche el sendero natural.

– No está permitido.

– Gracias.

Conduje a través del aparcamiento, que a esa hora de un día luminoso y cálido estaba casi lleno. Puse la tracción a las cuatro ruedas y entré en el sendero natural. La gente caminaba por el sendero, comulgando con la naturaleza, pero se mostraron muy amables al saltar a ambos lados del camino para dejar que pasara mi coche.

El sendero se estrechaba y me metí entre las dos dunas de arena desde donde Don Juan y su amante habían bajado a la playa hacía cinco años.

Me detuve aproximadamente en el mismo lugar donde Kate y yo lo habíamos hecho hacía dos noches y bajé del coche. El tiempo total del viaje desde el Hotel Bayview hasta aquí había sido de poco menos de veinte minutos. Eso situaría a Don Juan y su acompañante en este lugar aproximadamente a las 19.20, si la hora en que Lucita los vio era la correcta.

Luego encontraron un lugar apartado entre las dunas, extendieron la manta, dejaron la pequeña nevera, montaron la cámara de vídeo -o, al menos, le quitaron el cubreobjetivo-, abrieron la botella de vino, etc., lo que nos llevaría a las 19.45.

Luego un poco de vino, un poco de esto y aquello sobre la manta, y luego quizá un paseo hasta la playa, vestidos o desnudos.

Me quité los náuticos y caminé por la playa, donde alrededor de un centenar de personas estaban tendidas sobre mantas, caminando, corriendo, jugando con discos de plástico y nadando entre el suave oleaje.

Me pregunté si Don Juan y su amante habrían bajado a la playa desnudos. Tal vez. Las personas que tienen aventuras amorosas son imprudentes por naturaleza. Me detuve en la orilla y miré hacia la duna de arena.

Suponiendo que bajaran a la playa, podrían haber querido grabar el momento romántico del crepúsculo, lo que significaba que la cámara de vídeo debía de estar apuntando hacia el lugar donde estalló el avión de la TWA.

Me quedé contemplando el océano y pensando en todas estas cosas.

Encendí mi móvil y esperé el zumbido que me indicaba que tenía un mensaje, pero no había ninguno. No hay mucha gente que tenga el número de mi teléfono móvil y no soy muy popular entre la gente que lo tiene. Pero, habitualmente, recibo dos o tres llamadas por día.

Encendí mi busca. Mucha gente tiene el número de mi busca, si sumamos a soplones, sospechosos, testigos, colegas y el personal de mi edificio, sólo por nombrar aproximadamente a cien personas. Pero no había ningún mensaje.

Ese silencio podía no significar nada o tratarse de algo siniestro. Según mi experiencia, el silencio normalmente no significaba nada, excepto en los momentos en que era inquietante. Suficiente zen por hoy.

Consideré correr el riesgo y llamar al móvil de Kate, pero sabía, de primera mano, que demasiados hombres que estaban huyendo habían sido capturados cuando trataban de ponerse en contacto con una mujer. Apagué el teléfono y el busca.

Miré el reloj. Eran casi las cuatro de la tarde y la gente comenzaba a abandonar la playa.

Eché a andar de regreso al coche, pensando en mi visita al Hotel Bayview. Estaba seguro de que había hecho todo lo que tenía que hacer allí, pero siempre está esa duda molesta de que has pasado algo por alto, alguna pregunta que no has hecho, alguna pista pasada por alto.

Los vacíos de tiempo son importantes porque las cosas ocurren durante esos momentos. Registro en el hotel a las cuatro y media, en la playa a las siete. Eso significa dos horas y media para Don Juan y su amante en la habitación o fuera de la habitación.

Si estuvieron en la habitación, es posible que tuvieran relaciones sexuales, pero no lo grabaron porque la cámara de vídeo se había quedado en el coche. Luego se marcharon a la playa con la manta del hotel, presumiblemente para volver a tener relaciones sexuales y grabar el momento. Qué tío. Luego trataron de regresar a la habitación del hotel con su vídeo X y tener relaciones nuevamente con el vídeo en marcha. Superman.