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– Es una gran idea. Me gustaría ir a París. ¿Dónde piensas ir tú?

La señora Corey estaba desarrollando su sentido del humor.

– Me gustaría ver dónde fabrican el whisky Dewar's. Te enviaré una postal.

Kate se levantó, se acercó a mí y se sentó en mi regazo. Me rodeó con los brazos y apoyó la cabeza en mi hombro.

– No importa lo que suceda mañana, podemos manejarlo porque estamos juntos. Ya no me siento tan sola.

– No estás sola.

Pero tan pronto como lo hube dicho tuve un pensamiento inquietante: Si yo fuese Jack Koenig, sabría cómo manejar al señor y la señora Corey.

CAPÍTULO 27

El capitán David Stein no me hizo esperar y a las nueve en punto entré en su despacho, que estaba en una esquina.

No se levantó de detrás de su escritorio, aunque nunca lo hace a menos que seas el Comisario de Policía o un cargo más alto, y me hizo señas de que me sentase en una silla, frente a su escritorio. Él habló primero.

– Buenos días.

– Buenos días.

No podía deducir nada de la expresión de su rostro. Quiero decir, parecía estar muy cabreado, pero siempre lo está.

El capitán David Stein del Departamento de Policía de Nueva York, debería añadir, tiene un trabajo difícil porque debe ser el segundo violín del Agente Especial al mando del FBI, Jack Koenig. Pero Stein es un viejo y duro judío que no acepta las tonterías de nadie, incluido yo, y Jack Koenig en particular.

Stein tiene un diploma de abogado colgado de una pared, de modo que les podía hablar a los tíos del FBI en su idioma cuando tenía necesidad de hacerlo. Había llegado a la ATTF procedente de la Unidad de Inteligencia del NYPD, conocida anteriormente como el Escuadrón Rojo, pero en estos tiempos no había muchos rojos, de modo que la Unidad de Inteligencia había cambiado su punto de mira hacia el terrorismo árabe. En una ocasión, Stein me dijo: «Me gustaban más los jodidos comunistas. Jugaban a este juego respetando algunas reglas.»

La nostalgia ya no es lo que era.

En cualquier caso, Stein, igual que yo, probablemente echaba de menos el NYPD, pero el Comisario de Policía lo quería aquí, y aquí estaba, a punto de calentarme las orejas por algo. El problema de Stein, como el mío, es la lealtad dividida. Trabajábamos para los federales, pero éramos policías. Sabía que no iba a mostrarse demasiado duro conmigo.

Me miró fijamente y dijo:

– Estás en un mundo de mierda, compañero.

¿Lo ven?

Continuó.

– ¿Te estás tirando a la esposa de alguien o algo parecido?

– Últimamente no.

Ignoró ese comentario.

– ¿Ni siquiera sabes cómo la has cagado?

– No, señor. ¿Y usted?

Encendió la colilla de un puro.

– Jack Koenig quiere tus pelotas en su mesa de billar. ¿Y no sabes por qué?

– Bueno…, podría ser por cualquier cosa. Ya sabe cómo son esos tíos.

Stein no quería contestar a eso y no lo hizo, pero sirvió para recordarle que éramos hermanos.

Dio una calada. Hacía cinco años que no se permitía fumar en los edificios federales, pero ése no era el mejor momento para sacar el tema. De hecho, el cenicero de Stein estaba apoyado encima de un cartel de «Prohibido fumar».

Echó un vistazo a una nota que tenía sobre el escritorio.

– Me han dicho que nadie pudo localizarte ayer, ni por teléfono ni por el busca. ¿Por qué?

– Apagué el teléfono móvil y el busca.

– Se supone que no debes apagar nunca el busca. Nunca. -Y añadió-: ¿Qué pasa si hay una alerta nacional? ¿No te gustaría enterarte?

– Sí, me gustaría.

– ¿Entonces? ¿Por qué apagaste el teléfono y el busca?

– No tengo excusa, señor.

– Inventa una.

– Haré algo mejor que eso. La verdad es que no quería que me localizaran.

– ¿Por qué? ¿Te estabas follando a alguien?

– No.

– ¿Qué hiciste ayer?

– Fui a los Hamptons.

– Creía que estabas enfermo.

– No estaba enfermo. Me tomé el día libre.

– ¿Por qué?

Recordando mi propio consejo a Kate, le contesté:

– Estoy trabajando en el caso de la TWA 800 en mi tiempo libre.

Stein permaneció callado unos segundos.

– ¿Qué quiere decir en tu tiempo libre?

– El caso me interesa.

– ¿Sí? ¿Qué tiene de interesante?

– Las mentiras. Las mentiras me interesan.

– Sí, a mí también. O sea, ¿que me estás diciendo que nadie te dijo que investigaras ese caso? ¿Fue idea tuya?

– El martes asistí al servicio religioso del quinto aniversario de la tragedia. Eso me hizo pensar.

– ¿Fuiste con tu esposa?

– Sí.

– ¿Y eso te hizo pensar en el vuelo 800 de la TWA?

– Correcto. Creo que hay un par de cabos sueltos en ese caso.

– ¿Sí? ¿Y piensas resolverlos?

– Lo estoy intentando. En mi tiempo libre.

Pensó un momento en mis palabras y luego me dijo:

– Koenig no me dijo que estabas metido en la mierda hasta las pestañas. Me dijo que te lo preguntara. Creo que la razón es ese asunto del avión de la TWA. ¿Tú qué piensas?

– Probablemente se trate de eso, capitán. Se ponen muy raros con este caso.

– Corey, ¿por qué metes la nariz donde no debes?

– Soy detective.

– Sí, yo también soy detective, tío listo. Pero sigo órdenes.

– ¿Qué pasa si no son órdenes justas?

– No me vengas con esa mierda. Soy abogado. Tengo más basura en mi meñique que tú en todo tu jodido cuerpo.

– Sí, señor. Lo que quiero decir es…

– ¿Alguien te dijo directamente que no husmearas en el caso?

– Sí, señor. Liam Griffith. En el servicio religioso en memoria de las víctimas. Estaba allí por alguna razón. Pero yo no trabajo para Liam Griffith. Por lo tanto, su orden…

– Sí, sí. De acuerdo, ahora escúchame. Me gustas, Corey. De verdad. Pero en el año que llevas aquí ya me has causado un montón de problemas. Has conseguido librarte porque, uno: eres un agente contratado; dos: te han herido en el cumplimiento del deber, dos veces; tres: hiciste un buen trabajo en el caso de Khalil, y cuatro, y hablo en serio: eres bueno en lo que haces. Le gustas incluso a Koenig. Bueno, en realidad no le gustas, pero te respeta. Eres muy útil para el equipo. Y también lo es tu esposa. A la gente le gusta ella, aunque tú no les gustes.

– Gracias.

– Pero eres un bala perdida. No le estás haciendo ningún bien a tu carrera. Tienes que empezar a comportarte. O tendrás que marcharte.

Parecía que me estaba librando fácilmente de aquello, pero había algo que olía mal y no era el puro de Stein.

– Bueno, si me está pidiendo la renuncia…

– ¿He dicho eso? Te estoy dando a elegir entre controlarte o renunciar. ¿Acaso es una decisión tan difícil? Sólo dime que serás un buen chico. Venga. Dímelo.

– Muy bien… Seré… -Cambié de tema-. Capitán, no puedo creer que no le hayan dicho de qué iba todo esto. ¿Tal vez estoy confesando el delito equivocado?

– ¿En qué otra cosa has metido la pata?

– Juego al videopóker en el ordenador del gobierno.

– Yo también. ¿Conoces al capitán Mike Halloran? Lo conoces, ¿verdad? El sacerdote.

– Sí, él…

– Me enseñó una cosa. Mira. -Stein alzó la mano con el puro e hizo un pequeño movimiento-. Todos tus pecados han sido perdonados. Ve y no vuelvas a pecar.

Y yo que pensaba que el loco era yo.

– Eso es genial. Bueno, entonces yo…

– Tengo un par de cosas más por aquí. -Buscó algo en el desorden de su escritorio y me dijo-: Tengo un trabajo para ti. Esto viene directamente de Koenig.

– Con quien, por cierto, Kate está hablando en este preciso momento.

– Sí. Lo sé.

– ¿Koenig quiere verme?