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– No lo sé.

Encontró una carpeta de papel manila y la abrió. Odio cuando la gente hace eso.

– ¿Recuerdas «Misión imposible»? -preguntó.

– Eh… no muy bien. Yo soy de «Expediente X».

– Vale. Bueno, esto es «Misión imposible». ¿Cómo era eso? Su misión, si decide aceptarla… así. ¿De acuerdo?

No contesté.

Miró la carpeta y dijo:

– ¿Estás siguiendo esa mierda de Adén?

Esperaba que se estuviese refiriendo al camarero del Dresner's.

– ¿Estás al tanto de lo que ocurre?

– De hecho, sí. La embajadora Bodine ha prohibido que John O'Neill regrese a Adén porque no se estaba portando bien. Personalmente, creo que…

– Esa mujer está llena de mierda. Eso es lo que yo pienso. Pero que esto no salga de este despacho. En cualquier caso, como probablemente sabes, tenemos algunas personas allí, tíos del FBI y el NYPD. Bueno, han pedido unos cuantos agentes más.

– Probablemente ya hay suficientes agentes allí en este momento.

– Eso es lo que Bodine dijo. Pero O'Neill consiguió autorización para enviar a unos cuantos más a cambio de su alejamiento del caso y de que no provoque un escándalo.

– Un mal trato. Él debería armar un escándalo.

– Los federales de carrera hacen lo que se les ordena. En cualquier caso, Koenig te ha recomendado a ti para que te reúnas allí con el equipo.

– ¿Dónde?

– Adén. Ciudad portuaria de Yemen.

– ¿Es en serio?

– Sí. Está todo aquí. Está considerada una misión de alto riesgo, de modo que la buena noticia es que esto supondrá un gran impulso para tu carrera.

– Es realmente una gran noticia. Pero no creo que me lo merezca.

– Estoy seguro de que sí.

– ¿Cuánto tiempo durará esta ganga?

– Un par de meses. Quiero decir, es un lugar realmente jodido. ¿Has hablado con alguno de los tíos que han estado allí?

– No.

– Yo sí. La temperatura es de unos cuarenta grados a la sombra, pero no hay sombra. Lo bueno es que hay una mujer detrás de cada árbol. Pero no hay árboles. El hotel, sin embargo, es agradable. Ocupamos toda una planta en un hotel agradable. Según estos tíos, el bar no está mal. Tampoco puedes llevar mujeres a la habitación. Pero tú estás casado, de modo que eso no supone ningún problema. Además, el sexo fuera del matrimonio se considera un delito capital, castigado con la decapitación. ¿O es la lapidación? Creo que a ella la lapidan hasta la muerte; a ti te cortan la cabeza. De todos modos te pondrán al tanto de la situación cuando llegues. Deberías prestar mucha atención. Es un buen impulso para la carrera.

– ¿La carrera de quién?

– La tuya.

– A pesar de lo tentador que suena, me temo que tendré que rechazarlo -contesté.

El capitán Stein me miró a través de las volutas de humo de su cigarro.

– No podemos obligarte a aceptar.

– Exacto.

– Tiene que ser algo voluntario.

– Una buena norma.

– Pero tengo la sensación de que si no lo aceptas, no te renovarán el contrato. No puedo decirlo con todas las letras porque suena a coerción.

– Yo no lo interpretaría como coerción. Suena más a amenaza.

– Como quieras. Eh, podría ser divertido. Acepta el trabajo.

– Imparto dos cursos en John Jay. Tengo que estar allí el martes después del Día del Trabajador. Está en mi contrato.

– Intentaremos que regreses a tiempo. Háblalo con tu esposa.

– Puedo darle una respuesta ahora mismo, capitán, no pienso viajar al jodido Yemen.

– ¿He mencionado la paga extra? ¿Y diez días de licencia administrativa cuando regreses? Además de los permisos anuales que acumulas estando allí, y consigues unas auténticas vacaciones.

– Suena fantástico. Se me ocurren un par de tíos casados con hijos que necesitan la pasta. Si no hay nada más…

– Espera un momento. Tengo que decirte un par de cosas más que pueden ayudarte a tomar una decisión.

– Mire, capitán, si piensa decirme que la carrera de mi esposa estará jodida si no acepto este trabajo, eso es algo poco ético y probablemente ilegal.

– ¿Sí? Bueno, pues entonces no lo diré. Pero así están las cosas.

Permanecí unos segundos en silencio antes de contestar, y nos miramos fijamente.

– ¿Por qué me quiere Koenig fuera de la ciudad? -pregunté.

– Koenig no te quiere fuera de la ciudad. Te quiere fuera del jodido planeta. ¿Por qué? Dímelo tú. Y no fue por el busca, compañero. Pero te diré una cosa, lo que sea que tenga contra ti es importante. Estaba realmente cabreado con vosotros dos, y te quiere en algún lugar donde tengas mucho tiempo para pensar en cómo le hiciste cabrear.

– Bien, ¿sabe qué? Que le jodan.

– No, Corey, no es tanto que lo jodan a él, sino que te jodan a ti.

Me levanté sin que me hubiese dicho que podía retirarme.

– Dentro de una hora tendrá mi renuncia encima de su escritorio.

– Estás en tu derecho. Pero habla con tu esposa primero. No puedes renunciar sin decírselo a tu esposa.

Me dirigí hacia la puerta, pero el capitán Stein se levantó y rodeó su escritorio. Me miró y me dijo con voz tranquila:

– Te están vigilando, chico. Cuídate. Es un consejo de amigo.

Me volví y abandoné su despacho.

CAPÍTULO 28

Kate no estaba en su escritorio cuando me marché de la oficina de Stein y le pregunté a su compañera de cubículo, Jennifer Lupo:

– ¿Dónde está Kate?

– Tenía una reunión con Jack en su oficina -contestó la señorita Lupo-. No la he visto desde entonces.

Aparentemente, Jack Koenig y Kate Mayfield tenían más cosas de las que hablar que David Stein y John Corey. No me gustaba nada cómo olía todo esto.

Fui a mi cubículo, lo que no había hecho antes de mi reunión con Stein. En mi escritorio no había nada nuevo, ni nada urgente en mi buzón de voz. Busqué en mi correo electrónico. La basura habitual, excepto por un mensaje de la oficina de viajes del FBI en Washington que decía: «Contactar con esta oficina lo antes posible, ref. Yemen.»

– ¿Qué coño…?

Harry Muller alzó la vista de su ordenador y preguntó:

– ¿Qué ocurre?

– Malas noticias en el horóscopo.

– Prueba con el mío. Soy Capricornio. Eh, ¿qué hiciste ayer?

– Estaba enfermo.

– Stein te estaba buscando.

– Me encontró.

– ¿Estás metido en algún problema? -me preguntó Muller inclinándose hacia mí.

– Siempre estoy metido en problemas. Hazme un favor. Kate está reunida con Koenig. Cuando salga de su despacho, dile que se reúna conmigo en la cafetería griega que hay calle abajo. Se llama Partenón, Esparta, Acrópolis… una cosa de ésas.

– ¿Por qué no le dejas una nota en su mesa?

– ¿Por qué no me haces ese favor?

– Cada vez que te hago un favor siento que estoy siendo cómplice de un delito.

– Te traeré un trozo de baklava.

– Que sea un panecillo de miel.

Me levanté.

– No lo comentes con nadie -le dije.

– Tostado, con mantequilla.

Fui rápidamente hacia los ascensores. Mientras bajaba pensé en lo que mi intuición me decía que hiciera. Primero, abandonar el edificio por si Koenig quería hablar conmigo después de haber interrogado duramente a Kate. Segundo, la siguiente persona con la que necesitaba hablar era Kate, a solas y lejos del Ministerio del Amor. Mi intuición nunca falla.

Salí del ascensor, eché a andar por Broadway y continué hacia el sur, en dirección al World Trade Center.

La cafetería -The Acrópolis- tenía la ventaja de contar con reservados con divisiones altas, de modo que no podían verte desde la calle. Además, la horrible música griega de fondo ahogaba las conversaciones, y cada cinco minutos aproximadamente se oía el desagradable ruido de cacharros haciéndose añicos contra el suelo. Ese ruido también llegaba transmitido desde no se sabe dónde y se suponía que era una broma. Supongo que tenías que ser griego para captarla.