Me senté en un reservado vacío de la parte trasera del local.
Tenía la sensación de que las cosas se estaban poniendo realmente feas, que no debía usar mi teléfono móvil o el teléfono de mi oficina, ni mi correo electrónico ni siquiera el teléfono de mi apartamento. Cuando los federales van a por ti, estás jodido.
La camarera se acercó a la mesa y le pedí un café.
– ¿Alguna otra cosa?
– Una tostada.
Ya iba por la tercera taza de café, asomándome al pasillo para ver la puerta principal, cuando llegó Kate. Me vio, se acercó rápidamente al reservado y se deslizó en el asiento frente al mío.
– ¿Por qué estás aquí? -me preguntó.
– Obviamente, necesitamos hablar. A solas.
– Bueno, Jack te está buscando.
– Por eso estoy aquí. ¿De qué habéis hablado?
– Me preguntó si estaba investigando el caso de la TWA -dijo Kate-. Le dije que sí. Me agradeció que fuese sincera con él, luego me preguntó si tú también estabas investigando el caso. -Dudó un momento antes de continuar-. Le dije que sí. Luego quiso conocer algunos detalles, de modo que le dije que probablemente ya estaba enterado de todo lo que había pasado desde la noche del servicio religioso en la playa hasta ahora. Eso fue lo que tú sugeriste. ¿Verdad?
– Correcto. ¿Cómo le sentó?
– No demasiado bien.
Llegó la camarera y Kate pidió una manzanilla.
– ¿Le dijiste adónde fui ayer? -le pregunté.
– Le dije que habías ido al este y que eso era todo lo que sabía. Le conté, con toda franqueza, que no estabas compartiendo mucha información conmigo, para no verme obligada a mentir. Él apreció esa estrategia profesional, pero estaba furioso.
– La sola mención de mi nombre lo enfurece.
La infusión de Kate llegó al mismo tiempo que los cacharros se hacían añicos y se sobresaltó. Podía entender que estuviese un tanto alterada después de pasar una hora con Koenig.
– Es una grabación -dije-. ¿Estás bien? -le pregunté.
– Sí. Estoy bien. -Bebió un poco de su manzanilla, luego se inclinó sobre la mesa y me dijo-: Le dije a Jack en términos muy claros que yo te pedí que investigases este caso y que tú te mostraste reticente a hacerlo; pero que, por lealtad hacia mí, accediste a comprobar un par de cosas. Le dije que yo asumía toda la responsabilidad por cualquier quebrantamiento de reglas, ordenanzas, reglamentos vigentes y cosas por el estilo.
– ¿Tenía la cara roja? Me gusta cuando la cara se le pone roja. ¿Le has visto alguna vez cuando rompe un lápiz entre los dedos?
– Esto no es una broma. Pero sí, se encontraba en un estado de locura controlada.
– Bueno, eso ya nos dice algo, ¿verdad? Alguien (el gobierno, el FBI, la CIA) tiene algo que ocultar.
– No necesariamente. Jack estaba furioso porque ésta era la segunda vez que se me decía que este caso no era de mi incumbencia. No le agrada tener que decirte algo dos veces, aun cuando se trata de una cuestión menor. En el equipo no hay lugar para desafectos y personas conflictivas. La ira de Jack no tiene nada que ver con este caso, per se, sino con cuestiones más profundas, como prestar ayuda y apoyo a los teóricos de la conspiración y sacar los trapos sucios al sol ante los medios de comunicación.
– ¿Cómo no pensamos en eso?
– Porque es mentira.
– Espero que se lo hayas dicho.
– No lo hice. Le dije que lo comprendía perfectamente.
No estaba completamente seguro de dónde estaba ahora la señorita Mayfield, de modo que le pregunté:
– ¿Cuál es la conclusión?
– Me dio una orden directa de no implicarme en este caso. Accedí a ello.
– ¿Y él dijo…?
– Muy bien. Aceptaba mi palabra de que lo haría y nada de todo esto constaría en mi historial.
– Perfecto. Aquí no ha pasado nada. ¿Dónde habéis quedado para comer?
Kate no hizo caso de mi pregunta.
– ¿Qué te dijo el capitán Stein?
– Oh, sí, Stein. Koenig no le dijo mucho excepto que uno de los policías conflictivos de Stein, yo, necesitaba que le pusieran en vereda. De hecho, fui yo quien tuvo que contarle a Stein de qué se trataba para que él me reprendiera. Fue un poco extraño.
– ¿Eso es todo?
– Prácticamente.
Decidí no mencionar por ahora el asunto de Yemen.
– ¿Entonces para qué quiere verte Jack? -preguntó Kate.
– No lo sé. ¿Y tú?
– No… es probable que quiera llamarte al orden personalmente.
– Imposible. Ese hombre me ama.
– En realidad, no. Pero te respeta.
– Y yo lo respeto a él.
– Pero… piensa que no sabes jugar en equipo. Lo dijo. Teme que puedas traer el descrédito a la agencia.
– ¿Sí? Que lo jodan. Lo que pasa es que no le gusta tener a todos esos policías en la oficina. Lo ponen nervioso.
Kate no hizo ningún comentario.
– No tengo que ir a ver a Jack Koenig. He dimitido -le dije a Kate.
Ella me miró.
– ¿Qué?
– Stein me dio a elegir entre no meter más la nariz en el asunto del TWA 800 o dimitir. Elegí dimitir.
– ¿Por qué? Deja este caso, John. No vale nuestras carreras.
– Tal vez sí. Tal vez no. He dimitido por principios. En otras palabras, estoy cansado de este trabajo.
Y tampoco quería ningún trabajo donde alguien pudiese enviarme a Yemen y joderme la vida. Pero eso no se lo dije a Kate.
– Hablaremos de eso más tarde -dijo ella. Permaneció en silencio un momento antes de añadir-: Jack también me dio un par de opciones.
Yo sabía que no podíamos salir de ésta con tanta facilidad.
– La primera opción era un traslado permanente a algún lugar de Estados Unidos, en el continente, a discutir. La segunda alternativa era una misión temporal como ayudante del agregado jurídico del FBI en la investigación del atentado contra la embajada norteamericana en Dar es Salaam, Tanzania.
Dejé que la información se asentase, evitando la mirada de Kate. Finalmente le dije:
– Comprenderás, naturalmente, que eso es un castigo y no un premio por buena iniciativa.
– No fue así como me lo presentó -dijo Kate.
– ¿Y qué piensas hacer?
– ¿Qué te gustaría que hiciera?
– Bueno… Nueva York no te gusta, de modo que acepta el traslado a Dubuque o un lugar por el estilo.
– De hecho, me gusta Nueva York.
– ¿Desde cuándo?
– Desde que me dieron la oportunidad de marcharme. Mira, John, si acepto ese trabajo temporal en Tanzania, me aseguraré al menos dos años más en Nueva York. Por otra parte, el traslado dentro del continente es permanente. Tendrías que presentar una solicitud de traslado a donde yo estuviese destinada, y podrían pasar años antes de que viviéramos en la misma ciudad. Si es que lo conseguíamos alguna vez.
– Ya te lo he dicho, voy a dimitir.
– No. No lo harás. Y aunque lo hicieras, ¿abandonarías Nueva York para ir conmigo a Dallas, o Cleveland o Wichita?
– Iría contigo a cualquier parte. Nunca he estado al oeste de la Undécima Avenida. Podría ser divertido.
Kate me miró como si yo estuviese hablando en serio, pero no era así.
– Conseguiré un trabajo en el departamento de seguridad de unos grandes almacenes. O, ésta otra opción, dile a Koenig que se joda.
– No es una buena opción para tu carrera profesional. Mira, podría presentar algún motivo para no ir, o alegar cansancio, pero lo más fácil sería aceptar ese trabajo temporal en el extranjero. No serían más de tres meses. Luego regreso, los antecedentes han sido borrados y podemos continuar con nuestros trabajos y nuestras vidas aquí. -Y añadió-: Hice que Jack Koenig me prometiese que renovarían tu contrato por dos años aquí, en Nueva York.