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– Por favor, no negocies mi contrato por mí. Tengo un abogado para eso.

– Yo soy tu abogada.

– Entonces, yo te diré a ti lo que debes hacer. Y no al revés.

Kate me cogió la mano.

– John, deja que acepte ese trabajo en el extranjero -dijo-. Por favor. Ésa es la única manera de que las cosas nos vayan bien.

Le apreté ligeramente la mano y contesté:

– ¿Y qué se supone que haré solo en Nueva York?

Ella forzó una sonrisa.

– Puedes hacer todo lo que quieras. Pero recuerda que tendré a diez agentes vigilándote veinticuatro horas al día y siete días a la semana.

Le devolví la sonrisa y pensé acerca de estos interesantes acontecimientos. Básicamente, Kate Mayfield y John Corey -dos simples mortales- habían ofendido a los dioses, que habían decidido que debíamos ser expulsados del restaurante The Acrópolis a las regiones inferiores de África y Oriente Medio. O podíamos tendernos delante de una apisonadora.

– ¿Por qué no dimites? -le pregunté.

– No pienso dimitir. Y tú tampoco.

– Bueno, entonces me ofreceré como voluntario para acompañarte a Tanzania.

– Olvídalo. Ya lo he preguntado. Eso no va a suceder. -Me miró y añadió-: John. Por favor. Deja que vaya y no dimitas. Al menos espera a que regrese.

Tomé una decisión instantánea y estúpida.

– No me sentiría muy bien sabiendo que estás en África mientras yo estoy viviendo aquí rodeado de lujo. Así que voy a ofrecerme como voluntario para ir a Adén. Eso está en Yemen.

Kate se me quedó mirando.

– Eso es muy dulce… muy… -Se estaba enfadando, y me soltó la mano y se retocó los ojos con una servilleta de papel-. No puedo permitir que hagas eso. No hay ninguna razón para que tú… Quiero decir, todo esto ha sido por mi culpa.

– Eso es verdad. Pero yo sabía muy bien en qué me estaba metiendo. Sólo que no pensé que nos descubrirían tan pronto. Tendrían que poner el mismo celo con los terroristas árabes.

Kate no dijo nada.

– De modo que aceptaremos misiones por separado, regresaremos a casa como nuevos y retomaremos nuestra vida donde la habíamos dejado.

Ella asintió lentamente y luego me preguntó:

– ¿Cómo sabes que aceptarán tu propuesta de viajar a Yemen?

– Necesitan personal en ese país y están teniendo problemas para encontrar voluntarios.

– ¿Y tú cómo sabes todo eso?

– Stein me lo dijo.

– Él… ¿por qué…? ¿Te pidió él que fueras a…?

– Lo sugirió. Lo que no deja de ser una curiosa coincidencia.

– Eres un cabrón. -Me pateó la espinilla por debajo de la mesa y añadió en voz un poco demasiado alta-: ¿Por qué no me lo habías dicho…?

– Espera un momento. La propuesta de Stein de enviarme a Yemen es irrelevante. La rechacé y le dije que presentaría mi dimisión. Pero ahora, puesto que tú tienes intención de conservar tu trabajo, yo iré a Yemen y tú irás a Tanzania.

A mí me parecía algo completamente lógico, pero era evidente que Kate seguía furiosa. Intenté cogerle la mano pero la apartó y cruzó los brazos sobre el pecho. No suele ser una buena señal.

Los cacharros volvieron a romperse con estrépito y una pareja de ancianos que acababa de sentarse en el reservado que estaba frente al nuestro dio un respingo en sus asientos. Esperaba que en el restaurante tuviesen un desfibrilador.

Kate estuvo de morros unos minutos y después se tranquilizó.

– De acuerdo -dijo-. Está decidido. Aceptaremos esos trabajos temporales, que de hecho pueden irnos bien, y dejaremos atrás este problema.

– Piensa en ello como en un paso adelante en nuestras carreras -dije-. Y tienes razón, dos o tres meses de separación podrían ser buenos para nosotros.

– No quería decir eso.

– Yo tampoco.

Nos cogimos las manos por encima de la mesa.

– Tienes que ir a ver a Jack -me recordó Kate.

– Estoy ansioso por hacerlo.

– Tengo hasta el martes para poner mis asuntos en orden. ¿Cuánto tiempo necesitarás tú?

– Para poner mis asuntos en orden necesitaría cerca de diez años. Pero lo dejaré todo atado y bien atado para el martes.

– Tengo que ponerme varias vacunas. Y debo llamar hoy mismo al departamento de viajes del FBI.

– Yo también.

– Cuando era soltera, no me importaba adonde me enviaban o dónde debía trabajar temporalmente.

– A mí tampoco.

– Tú eras un policía de la ciudad de Nueva York.

– Correcto. Pero en una ocasión tuve que pasarme dos semanas en el Bronx.

– John, no bromees.

– De acuerdo. Estoy muy cabreado. Nos están utilizando para librarse de nosotros y cerrarnos la boca. Esto fue una advertencia. La próxima vez no nos libraremos tan fácilmente.

– No habrá una próxima vez. Este caso está cerrado. Cerrado.

– Estoy de acuerdo.

– Repítelo.

Si lo repetía, tendría que decirlo de verdad. Lo que realmente me ponía furioso era Koenig, estaba usando mi matrimonio para atarme las manos. Era una experiencia nueva para mí.

– No soy un buen perdedor -dije.

– Corta ese rollo machista. Este caso está cerrado. Yo lo abrí. Y ahora lo estoy cerrando.

– De acuerdo. Nunca volveré a mencionarlo.

Kate cambió de tema y me preguntó:

– ¿Crees que hay algo nuevo en el caso del Cole?

– No que yo sepa. Me informarán cuando llegue a Adén.

– Tienen algunas pistas nuevas sobre los atentados contra las embajadas en Tanzania y Kenia. No hay ninguna duda de que esa organización, Al Qaeda, estaba detrás de los atentados y hemos capturado a dos de los principales sospechosos, que están hablando. Al Qaeda también estuvo implicada en el ataque contra el Cole.

– Así es.

Llamé a la camarera, le pedí un panecillo de miel, tostado y con mantequilla, para llevar y la cuenta.

– Estos trabajos en el extranjero pueden ser un castigo -dijo Kate-, pero también podemos hacer una buena labor allí.

– Sí. Acabaremos pronto y regresaremos a casa. ¿Quieres más té?

– No. ¿Me estás escuchando?

– Te estoy escuchando.

– Tienes que ir con cuidado allí. Es un país hostil.

– Me sentiré como en casa. Tú también ten cuidado.

– Tanzania es un país amigo. Perdieron a cientos de sus ciudadanos en el ataque a la embajada.

– Es verdad. Muy bien, sal tú primero. Yo te seguiré dentro de diez minutos.

Kate se deslizó fuera del reservado, me besó y dijo:

– No te pelees con Jack.

– Jamás se me pasaría por la cabeza.

Kate se marchó, acabé mi café, cogí el panecillo de miel, pagué la cuenta y la camarera me devolvió unas monedas de cambio.

No estaba cabreado. Estaba tranquilo, sereno, controlado y buscando venganza.

CAPÍTULO 29

Una vez en Broadway, busqué una cabina telefónica y llamé al móvil de Dom Fanelli.

Contestó y le pregunté:

– ¿Puedes hablar?

– Tengo que encargarme de un doble asesinato en la 35 Oeste, pero para ti tengo tiempo. ¿Qué ocurre?

Nunca sé cuándo este tío me está vacilando. Él se queja de lo mismo sobre mí.

– Necesito que encuentres a tres personas -dije.

– Por ser tú, encontraré a cuatro.

– Primera persona, mujer, apellido Scarangello, nombre Roxanne. Es S-C-A-…

– Eh, tengo cuatro primas que se llaman Roxanne Scarangello. ¿Qué sabes de ella?

– Licenciada universitaria, tal vez con doctorado, Universidad de Pennsylvania o Pennsylvania State.

– ¿Cuál es la diferencia?

– ¿Cómo coño quieres que lo sepa? Sólo escucha. Cerca de treinta años, llegó de la zona de Filadelfia y tal vez aún viva allí. Nacida en junio, sin fecha ni año.

– ¿Eso es todo?

No había ninguna razón para hablarle de su empleo de verano, cosa que lo enviaría al Hotel Bayview, algo que yo no quería que hiciera.