– Sí, eso es todo. Comprueba primero en las universidades.
– ¿Tú crees?
– Segunda persona, hombre, apellido Brock. -Lo deletreé-. Nombre Christopher. Tiene alrededor de treinta y cinco años. Trabaja o ha trabajado en el sector hotelero. La última dirección conocida hace unos cinco años era Long Island.
– No es mucho.
– Tenía un tatuaje de un ratón asomándole del agujero del culo.
– Oh, ese Christopher Brock.
– Tercera persona, mujer, apellido González Pérez, nombre Lucita. No puedo deletrearlo. Hispana, obviamente, país de origen: El Salvador, situación de inmigración desconocida, veintitrés o veinticuatro años, trabajaba en el sector hotelero. -Y añadí-: No tendrás demasiada suerte con ella. Concéntrate en los dos primeros.
– Muy bien. ¿De qué va todo esto?
– No puedo decírtelo, Dom.
– ¿Puedo adivinarlo?
No contesté.
Fanelli dijo:
– Bien, llamé a Harry Muller -dijo Fanelli-, sólo para saludarlo y preguntarle si le gustaba trabajar con los federales. Y empezamos a hablar de John Corey y él me dice que has estado actuando de forma extraña. Y yo le pregunto: «¿Y qué tiene de extraño que John Corey actúe de manera extraña?» Y dice que has estado ausente sin permiso los últimos días y que él se encarga de pasarle mensajes verbales a tu esposa. Y aún más extraño, compraste dos bocadillos de kielbasa para él y para ti, y no te comiste el tuyo. Luego me llama esta mañana y me cuenta que Stein habló contigo en su despacho, y ahora estás nuevamente ausente sin permiso y él está esperando un panecillo de miel. De modo que…
– ¿No tenías que encargarte de un doble asesinato?
– No. No irán a ninguna parte. De modo que, a partir de toda esta información, he llegado a la conclusión de que estás metiendo las narices en el caso de la TWA 800.
Me sorprendió un poco, pero contesté tranquilamente:
– ¿Cómo has podido llegar a esa conclusión?
– Fácil. Sólo tuve que unir las piezas.
– ¿Qué piezas?
– Le preguntaste a Muller si había trabajado en el caso de la TWA, y le dijiste que habías asistido al servicio religioso por las víctimas, y sé que Kate trabajó en ese caso, y también Marie Gubitosi. Y ahora quieres localizar a un tío llamado Brock que vivió en Long Island hace cinco años. ¿Coincidencia? Creo que no. Estoy viendo un pailón aquí, John.
A veces olvido que la Red Azul trabaja en ambos sentidos, y olvido que Dom Fanelli es un policía inteligente.
– Tendrías que ser detective -le dije-. Muy bien, veremos qué información consigues de esos nombres.
– ¿Para cuándo la necesitas?
– Unos dos meses.
– Podría tener la información en dos semanas. Tal vez dos días. Te llamaré.
– Tómate tu tiempo. Me marcho un par de meses a Yemen.
– ¿Dónde cono está Yemen?
– Está en el mapa. Me envían allí para enseñarme a obedecer órdenes.
– Es una faena. Tal vez deberías obedecer las órdenes.
– Lo hago. Me voy a Yemen.
– ¿Es como Staten Island?
– Sí, pero los federales tienen más trabajo. Además, a Kate la envían a África para que aprenda la misma lección.
– Mamma mia. Sí que os han jodido bien a los dos. Bueno, me encargaré de cuidar tu apartamento mientras estés fuera.
– Te daré una llave. Pero no quiero que lo uses como picadero.
– ¿Como qué? Eh, paisano, ¿qué pasará conmigo si los federales descubren que estoy buscando a estas personas? ¿Conseguiré un viaje gratis a Yemen?
– No te descubrirán. No tienes que interrogar a esas personas o establecer contacto con ellas. Sólo necesito saber dónde están. Yo me encargaré del resto cuando regrese.
– De acuerdo. Tomemos unas cervezas antes de que te marches.
– No es una buena idea. En este momento estoy marcado. Le dejaré la llave del apartamento al administrador.
– Muy bien. Eh, ¿merece la pena todo esto?
Entendí perfectamente la pregunta y contesté:
– Al principio no estaba seguro. Pero el sistema acaba de darme una patada en los huevos. De modo que ahora tengo que devolver el golpe.
Dom se quedó inusualmente silencioso durante un momento antes de decir:
– Sí. Lo entiendo. Pero, a veces, uno tiene que soportar el golpe.
– A veces. Pero esta vez no.
– ¿Has averiguado algo nuevo sobre ese caso?
– ¿Qué caso?
– De acuerdo. ¿Cuándo te marchas?
– Probablemente el martes.
– Llámame antes de irte.
– No, te llamaré cuando regrese. No te pongas en contacto conmigo mientras esté allí.
– Si ni siquiera sé dónde está ese jodido sitio. Dile «bon voyage» a Kate. Te veré cuando vuelvas.
– Gracias, Dom.
Colgué y regresé caminando al 26 de Federal Plaza.
La definición de locura, como dijo alguien, es hacer lo mismo todo el tiempo y esperar resultados diferentes.
Según esa definición, yo estaba realmente loco.
CAPÍTULO 30
Entré en el despacho de Jack Koenig, una impresionante habitación situada en una esquina del edificio con una bonita vista del World Trade Center, la Estatua de la Libertad, Staten Island y el puerto.
Yo había estado un par de veces en su despacho y en ninguna de esas ocasiones había resultado particularmente agradable. Hoy no sería diferente.
Jack Koenig estaba de pie junto a una de las ventanas, contemplando el puerto y de espaldas a mí.
Su pequeño juego de poder consiste en permanecer allí y ver cómo te las arreglarás para anunciar tu presencia. El cuerpo me pedía gritar en árabe: «¡Alah Akbar!» y abalanzarme sobre él. Opté por carraspear.
Se volvió hacia mí y asintió ligeramente.
Jack Koenig es un tío alto, delgado, con el pelo muy corto y gris, ojos grises y con trajes grises. Creo que quiere dar la impresión de que es de acero, pero a mí me recuerda a una mina de lápiz. Quizá el cemento…
Me dio la mano, me señaló una mesa redonda y dijo:
– Toma asiento.
Me senté y él hizo lo propio frente a mí.
– ¿Kate te dijo que quería verte? -preguntó.
– Sí.
– ¿Dónde estabas?
– En el despacho del capitán Stein.
– Después de eso.
– Oh, fui a dar un paseo para despejarme un poco. Su puro me mareó. Quiero decir, no me estoy quejando por el hecho de que fume en un ambiente libre de tabaco, pero…
– David me dice que quieres dimitir.
– Bueno, lo he pensado mejor. A menos que usted piense lo contrario.
– No. Te quiero aquí.
Koenig no añadió: «Donde te puedo tener vigilado y joderte la vida», pero ambos entendimos eso.
– Aprecio la confianza que tiene en mí -dije.
– Nunca he dicho tal cosa. De hecho, mi confianza en tu capacidad de juicio es nula. Pero quiero darte otra oportunidad de que seas útil al equipo y a su país.
– Excelente.
– No me jodas, John. No estoy de humor.
– Yo tampoco.
– Bien, entonces podemos ir al grano. Has estado investigando el caso del vuelo 800 de la TWA, en horas de trabajo, y contra las instrucciones explícitas de que no debías hacerlo.
– Yo no recibo órdenes de Liam Griffith.
– No, tú recibes órdenes de mí, y te estoy diciendo, como ya lo hice con Kate, que no debes involucrarte en este caso. ¿Por qué? ¿Encubrimiento? ¿Conspiración? Si eso es lo que piensas, entonces realmente deberías dimitir y continuar con tu investigación. Y tal vez lo harás. Pero por ahora, lo que a mí me gustaría que hicieras es que viajases a Yemen y te hicieras una idea de lo que estamos tratando de conseguir en lo que atañe a la seguridad de los norteamericanos en el mundo.