– ¿Qué es lo que estamos tratando de conseguir?
– Eso es lo que debes averiguar.
– ¿Por qué Yemen? ¿Por qué no el país adonde envían a Kate?
– Esto no es un castigo, si eso es lo que estás pensando. Es un honor servir en el extranjero.
No estábamos siquiera en el mismo planeta, de modo que no tenía ningún sentido discutir con él.
– Me siento agradecido por la oportunidad que se me brinda -dije.
– Sé que lo estás.
– ¿Qué se supone que debo hacer allí?
– Te pondrán al tanto de tu trabajo cuando llegues a Adén.
– Bien. No quisiera mostrarme excesivamente celoso en mi trabajo y que la embajadora me expulse del país.
Koenig me obsequió con su mirada acerada y contestó:
– Ésta es una misión importante. Diecisiete marineros norteamericanos han sido asesinados y nosotros cogeremos a los responsables.
– No necesito un discurso. Sé hacer mi trabajo.
– Exacto. Pero lo harás siguiendo las reglas.
– De acuerdo. ¿Eso es todo?
– Eso es todo en lo que concierne a Yemen. Ahora quiero que me digas qué hiciste ayer.
– Di un paseo hasta los Hamptons.
– ¿Adonde fuiste?
– A la playa.
– No estás moreno.
– Me senté a la sombra.
– ¿Por qué tenías apagados tu teléfono móvil y tu busca?
– Necesitaba tener un día de reposo mental.
– Es bueno que seas capaz de reconocer esa necesidad.
Ese comentario había sido realmente divertido y sonreí.
– Pero no volverás a apagar tu busca nunca más -añadió Koenig.
– Sí, señor. ¿Mi teléfono móvil y mi busca funcionarán en Yemen?
– Nos aseguraremos de que funcionen. Permíteme que te pregunte una cosa, ¿crees que podrías tener alguna información nueva sobre el vuelo 800?
Bueno, ésa era una pregunta delicada.
– Si la tuviese, usted sería el primero en saberlo -contesté.
– De eso no me cabe la menor duda. -Luego añadió, casi con indiferencia-: Probablemente has oído ese rumor acerca de una cinta de vídeo.
– Lo he oído.
– Igual que mucha gente. Pero, como sucede con todos los rumores, mitos y leyendas urbanas, no es más que eso: un mito. ¿Sabes cómo comienzan estas cosas? Yo te lo diré. La gente tiene una necesidad fundamental de explicar lo inexplicable. Necesitan creer en la existencia de algo, habitualmente un objeto inanimado, como el Santo Grial o un código secreto, o, en el caso de un delito, una prueba que contenga la clave de un gran misterio sin resolver. La vida debería ser así de simple.
– A veces lo es.
– O sea, que las personas con una imaginación muy fértil se inventan que hay una prueba asombrosa que ha sido perdida u ocultada, pero que, si la encuentran, acabará revelando la verdad fundamental. Mucha gente comienza a creer en esa cosa, sea lo que sea, porque les da consuelo y esperanza. Y muy pronto el rumor sobre la existencia de esa cosa se convierte en leyenda y mito.
– Me parece que no le sigo.
Se inclinó hacia mí y dijo:
– No existe ninguna jodida cinta de vídeo de una pareja follando en la playa con el avión explotando en el cielo detrás de ellos.
– ¿Ningún cohete tampoco?
– Ningún jodido cohete tampoco.
– Me ha quitado un enorme peso de los hombros. ¿Por qué no nos olvidamos de todo este asunto de Yemen y Tanzania?
– Ni lo sueñes.
– Bueno, si no hay nada más, necesito llamar al departamento de viajes.
El señor Koenig permaneció sentado, de modo que yo hice lo mismo.
– Sé que te sientes muy frustrado por lo que sucedió con el caso Khalil y todos compartimos tu frustración.
– Eso está bien. Pero sigue siendo mi frustración.
– Y, por supuesto, tienes una implicación personal en ese caso. Estás buscando que se cierre.
– Venganza.
– Lo que sea. Sé que te sentiste profundamente afectado por las muertes de los hombres y mujeres que trabajaban contigo en ese caso. Kate dijo que no parecías ser capaz de aceptar la realidad de la muerte de Ted Nash.
– ¿Eh… qué?
– Kate dijo que negabas ese hecho. Es un comportamiento muy común cuando muere un compañero; al negar su muerte, puedes negar que lo mismo pueda pasarte a ti. Es una forma de hacerle frente a la idea.
– Sí… bueno… yo… -… en realidad me importa un huevo.
– Kate y Ted llegaron a ser íntimos amigos, como probablemente sabes, pero ella ha conseguido elaborar su dolor.
Me estaba empezando a irritar, y como nada de esto parecía tener importancia alguna, sabía que Koenig me estaba provocando deliberadamente porque yo lo había cabreado. Le iba a pagar con la misma moneda.
– Para ser totalmente honesto con usted -dije-, Ted Nash no me gustaba nada, y superé ese doloroso proceso unos dos segundos después de haberme enterado de que estaba muerto. ¿Qué es lo que está tratando de decirme?
Sus finos labios esbozaron una leve sonrisa, luego desapareció.
– Supongo que estaba divagando un poco -dijo-. La cuestión es que, cuando regreses de Yemen, volveremos a formar un equipo especial y redoblaremos los esfuerzos en el caso Khalil.
– Muy bien. Ésa es la zanahoria. ¿Verdad?
– Ésa es la zanahoria. Yemen es la patada en el culo. Entérate, John.
– Ya me había enterado.
– Permanece en el equipo, juega la pelota y conseguirás otro punto. Abandona el equipo y nunca volverás a batear.
– Buena analogía. Y tiene razón, el caso Khalil es más importante para mí que buscar pruebas de humo en el caso TWA. -Y añadí, porque era verdad-: Ahora comprendo por qué está usted al mando aquí. Es muy bueno.
– Lo soy. Pero es agradable oírlo.
Esperé que me dijera lo bueno que era yo, pero no lo hizo.
– ¿No le preocupa desestimar la posibilidad de que exista esa cinta de vídeo? -pregunté.
Me miró fijamente durante varios segundos antes de contestar.
– No la estoy desestimando. Te estoy diciendo que no existe; pero si existiese, no es asunto tuyo. Espero que haya quedado claro.
– Como el cristal.
Se levantó y me acompañó hasta la puerta.
– Disfrutarás trabajando con nuestros agentes en Yemen. Son un equipo de primera.
– Estoy ansioso por contribuir al éxito de la misión. Me gustaría estar de regreso para el Día del Trabajador.
– Las necesidades de la misión tienen prioridad. Pero es posible.
– Bien. Doy clases en John Jay.
– Lo sé. No queremos crear complicaciones innecesarias.
– Sólo las necesarias.
– Todos somos soldados en la lucha contra el terrorismo global.
– Y también en la guerra contra la yihad islámica.
Koenig ignoró mis comentarios y dijo:
– Yemen está considerado un país hostil. Deberás tener mucho cuidado. -Y agregó-: Ahí tienes un gran futuro por delante, y no querríamos que te sucediese nada. Y Kate tampoco, estoy seguro. Es necesario que te pases por el departamento jurídico para hablar de tu testamento antes de marcharte. Y asegúrate de dejarle un poder notarial a un abogado por si desapareces o te secuestran.
Jack Koenig y yo nos miramos durante unos segundos. Finalmente le dije:
– No tenía pensado que sucediese ninguna de esas dos cosas.
Entonces me informó.
– No te equivoques, Yemen es un lugar peligroso. Por ejemplo, en diciembre de 1998, un grupo de extremistas religiosos secuestraron y asesinaron a cuatro turistas occidentales.
– ¿Budistas?
– No, musulmanes.
– Ah. O sea, que se trata de un país musulmán.
Era evidente que Koenig estaba perdiendo la paciencia ante mi fingida estupidez, pero continuó con su explicación.
– En los últimos diez años, más de cien occidentales han sido secuestrados en Yemen.