– De acuerdo.
– Hablo en serio.
– Hablo en serio.
– Te conozco.
– ¿Quién paga todas estas bebidas tan caras?
– El fondo de licencia por maternidad. Ahora te están devolviendo tus donativos. No cambies de conversación. Nadie te está jodiendo -me informó Stein-. Te están dando una segunda oportunidad. Kate lo entiende.
– Yo también entiendo que esta gente no acostumbra a dar segundas oportunidades. ¿Cómo es que he tenido tanta suerte?
– Hiciste que se cagaran en los pantalones -me dijo Stein acercándose un poco más.
Luego se volvió y se alejó.
Parecía ser una noche en la que debía encontrarme con la gente que menos me gustaba ver y, hablando de ello, vi que Liam Griffith entraba en el local y que se abría paso hacia la barra. Pidió un trago, luego se acercó a mí, alzó el vaso y dijo:
– Bon voyage.
Sentí el impulso de decirle que se fuese a comer mierda, pero le pregunté:
– ¿Se olvidaron de poner la sombrilla en tu bebida?
Griffith sonrió. ¿Y por qué no habría de hacerlo?
– Estuve unas semanas en Yemen -dijo-. También en Tanzania y Kenia. Yemen era un tanto peligroso.
No le contesté.
Griffith continuó:
– También he estado en Sudán y Somalia, y algunos otros lugares conflictivos.
– Debiste de acabar bastante jodido.
Me miró largamente y luego inició un breve discurso.
– A medida que ampliamos el alcance global de nuestras operaciones antiterroristas, nos damos cuenta de que las respuestas a quienes nos atacaron en el punto A se encuentran a menudo en el punto B. Y nuestra respuesta a esos ataques podría producirse en el punto C. ¿Me sigues?
– Me perdí después de que dijeras «bon voyage».
– No, no lo hiciste. Lo que te estoy diciendo es que el contraterrorismo es una vasta y compleja operación contra una red terrorista igualmente vasta y compleja. La clave del éxito está en la coordinación y la cooperación. Y eso deja fuera a los sabihondos y los solitarios, quienes suelen hacer más mal que bien.
– ¿Te refieres a mí?
– Bueno, no estoy hablando de mí. Si aún no te has dado cuenta, el contraterrorismo no es como la investigación de un homicidio.
– En realidad, lo es.
– ¿Sabes por qué estoy hablando contigo? -me dijo, acercándose un poco más.
– ¿Nadie más de los que están aquí quiere hablar contigo?
– Estoy hablando contigo porque Jack me pidió que hablase contigo y te hiciera entender que la respuesta de lo que pudo haberle pasado al vuelo 800 de la TWA en Long Island no necesariamente se encuentre en Long Island. Puede encontrarse en Yemen. O en Somalia. O en Kenia o en Tanzania.
– O en París.
– O en París. Pero puedes empezar por Yemen.
En ese momento debí pegarle un rodillazo en las pelotas, pero me contuve y le dije:
– Ahora entiendo por qué Ted Nash y tú estabais tan unidos. Vaya par de gilipollas.
El señor Griffith inspiró profundamente.
– Ted Nash era un buen hombre -dijo.
– No, en realidad era un gilipollas.
– Tu esposa no pensaba lo mismo cuando pasaron un mes juntos en el Hotel Bayview.
Me di cuenta de que el tío me estaba provocando para que yo lo golpease y acabase despedido y acusado de agresión. Tengo tendencia a morder esa clase de anzuelo, que es algo divertido, pero poco inteligente.
Apoyé mi mano en su hombro, un gesto que lo sobresaltó, y acerqué mi rostro al suyo y le dije:
– Desaparece ahora mismo de mi jodida vista.
Griffith se marchó.
Nadie parecía haber advertido el pequeño altercado y volví a mezclarme con el grupo.
Kate y yo nos quedamos otros quince minutos, luego otros tantos. Aproximadamente a las siete y media estaba aturdido y quería marcharme, de modo que le hice una seña a Kate y me dirigí hacia la puerta.
Una vez en la calle, Kate y yo cogimos un taxi.
– Jack me dijo que volverá a formar el equipo especial cuando regrese de Yemen -le dije a Kate-. ¿Lo mencionó cuando habló contigo?
– No. Probablemente quería ser él quien te lo dijese. Es una buena noticia.
– ¿Tú le crees?
– ¿Por qué no habría de creerle? No seas tan cínico.
– Soy neoyorquino.
– La semana próxima serás un yemenita.
– No es gracioso.
– ¿De qué estabas hablando con Liam Griffith?
– De lo mismo que la vez anterior.
– Fue muy amable por su parte venir a despedirse.
– No se lo habría perdido por nada del mundo.
Decidí no hablarle a Kate acerca de Ted Nash y ella en el Hotel Bayview poique no era relevante, era el pasado. Ted estaba muerto, entre ellos no había habido nada, yo no quería empezar una pelea antes de despedirnos, y Liam Griffith era, en palabras de los federales, un «agente provocador», y probablemente estaba mintiendo para tocarme las pelotas. Pero me preguntaba cómo era que Jack Koenig y él sabían que yo era un tanto susceptible ante el tema.
Viajamos a casa en silencio, sin querer decir mucho más acerca de ese día.
Pasamos el día siguiente, sábado, poniendo en orden nuestros asuntos personales, una tarea que resultó más complicada de lo que yo había imaginado, pero Kate sabía perfectamente lo que había que hacer. El domingo lo dedicamos a hacer llamadas y enviar correos electrónicos, sobre todo a la familia y los amigos, informándoles de nuestros trabajos, por separado, en el extranjero y prometiéndoles que nos pondríamos en contacto con ellos cuando regresáramos a casa.
El lunes, Kate cambió el mensaje grabado en nuestro contestador para decir que ambos estaríamos fuera del país hasta nuevo aviso.
Por razones de seguridad, el correo de los agentes no puede enviarse a determinados países -Tanzania y Yemen eran dos de esos países-, de modo que hicimos los arreglos necesarios para que la oficina de correos retuviese nuestra correspondencia y a Kate la afectó el hecho de que no vería un catálogo de compra por correo durante mucho tiempo.
La vida moderna es a la vez cómoda y complicada, ambas cosas como resultado de los avances tecnológicos. Kate tenía una gran confianza en Internet para resolver muchos de sus problemas logísticos, manejar sus cuentas, hacer compras, comunicarse y cosas por el estilo. Yo, por mi parte, utilizo Internet sólo para acceder a mi correo electrónico, para lo que necesito realizar una serie de decodificaciones antes de ser capaz de entender esos mensajes herméticos y clínicamente muertos.
Cuando estuvimos seguros de que habíamos hecho todo lo necesario para separarnos de la vida tal como la conocíamos, nos fuimos a comprar cosas que necesitábamos para nuestros respectivos viajes.
Yo quería ir a Banana Republic, lo que hubiese sido muy apropiado, pero según Kate, Abercrombie & Fitch, en Water Street, era el destino predilecto de las personas con destinos de viaje extravagantes.
De modo que fue A &F, y le dije al empleado:
– Tengo que viajar al culo del universo y estoy buscando algo con lo que pueda ser secuestrado y que luzca bien en las fotos que envíen los terroristas.
– ¿Señor?
Kate le dijo al joven empleado:
– Estamos buscando ropa para el desierto y climas tropicales. Y unas buenas botas.
Pues vale.
Después de haber comprado lo que necesitábamos, Kate y yo nos separamos durante un rato, y mi última parada del día fue en el bar Windows on the World, en la Torre Norte del World Trade Center, conocido, modestia de neoyorquino, como «El mejor bar del mundo».
Eran aproximadamente las seis y media de la tarde y el bar, situado en el piso 107, un lugar para relajarse a 400 metros sobre el nivel del mar, exhibía una variada colección de personas como yo que sentían la necesidad de un trago de diez o quince pavos y la mejor vista de Nueva York, si no lo era del mundo.