– Muy bien… -Como había vivido en un mal hotel durante las últimas seis semanas, yo no podía saberlo. Pensé en la acompañante de Don Juan, quien quizá ni siquiera sabía bajo qué nombre se había registrado su amante-. Digamos que no coinciden -le dije a Peter.
– Bueno, a veces pueden no coincidir porque una segunda persona alojada en la habitación puede no tener el mismo apellido que el huésped que se ha registrado en el hotel. En esos casos, habitualmente, mostrar la llave de la habitación suele bastar, o dar sólo el nombre del huésped que está registrado en la habitación.
– De acuerdo, si he olvidado la llave de la habitación y no puedo recordar el nombre de la persona con la que estoy durmiendo, ¿me dejaría llevar un libro?
Ésta era la oportunidad para que Peter se vengase y me miró fijamente antes de decir: -No.
Pasé varias páginas del libro de recibos pero no vi ninguna información importante acerca de los huéspedes, salvo una firma y un número de habitación. De vez en cuando aparecía un segundo nombre escrito en el recibo, que supuse, por lo que me había dicho Peter, que se trataba del nombre del huésped registrado en el hotel, que no era el mismo que el de la persona que había pedido prestado el libro.
– ¿Ha venido por aquí alguien del FBI desde mi última visita? -le pregunté a Peter.
– No, que yo sepa.
– Bien, voy a registrarme en la habitación 203.
Peter hizo lo que mejor sabía hacer y, cinco minutos más tarde, estaba registrado en la habitación 203 utilizando mi tarjeta American Express, que no había tenido demasiado uso en Yemen. La tarifa fuera de temporada se había reducido a ciento cincuenta pavos, lo que resultaba barato si encontraba alguna pista importante, y un rastro visible para la OPR si no encontraba nada.
El señor Rosenthal se estaba tomando su tiempo para llegar al hotel desde su casa y yo, que era un hombre de acción y con poca paciencia, consideré seriamente la posibilidad de echar abajo a patadas un par de puertas, como hacen en las películas. Pero eso podía molestar a Peter.
Me senté en uno de los sillones del vestíbulo y esperé la llegada del señor Rosenthal, quien tenía la llave de los archivos, y posiblemente la llave de oro que abría la puerta del corto sendero a través de la mierda.
CAPÍTULO 36
El señor Leslie Rosenthal entró en el vestíbulo del hotel vestido de manera informal, con pantalones y una camisa deportiva, sin pajarita.
– Buenas noches -lo saludé tras levantarme.
– «Buenos días» sería más apropiado. ¿Ha venido para seguir investigando en los archivos? -me preguntó.
– Así es.
– ¿A la una y media de la mañana?
– Señor, el FBI nunca duerme.
– Yo sí -dijo-. Tengo la sensación de que no está aquí en una misión de rutina -añadió.
– ¿Cuál fue su primera pista?
– La hora, para empezar. ¿De qué se trata?
– No estoy autorizado a decirlo. ¿Ha traído las llaves?
– Sí. ¿Ha traído mis archivos desaparecidos?
– De hecho, desde la última vez que nos vimos he estado en Oriente Medio. ¿Ve mi bronceado? ¿Quiere ver mi billete de avión?
Rosenthal no respondió y, en cambio, me preguntó:
– ¿Qué le gustaría ver?
– Sus libros de recibos de la sección de préstamos de vídeos de la biblioteca.
Lo observé mientras meditaba sobre mi solicitud.
– Dejamos de tener ese servicio de préstamos de vídeos hace tres años -dijo. Luego añadió-: Donamos todas las películas a un hospital.
– Eso es encomiable. Pero, naturalmente, usted conservó los libros de recibos.
– Creo que sí. A menos que algún idiota los haya tirado.
– Aparte de usted, ¿qué otra… persona guarda las llaves de la sala de archivos?
– Nadie.
– Pues bien. Echemos un vistazo en la sala del sótano.
Lo seguí hasta la puerta que comunicaba con el sótano, que el señor Rosenthal abrió con una de sus llaves. Encendió las luces y bajamos la escalera.
Una vez ante la puerta de la sala de archivos, la abrió con otra llave y se dirigió directamente a la parte posterior de la habitación, donde había un montón de cajas de cartón apiladas en estantes de metal. Cada caja llevaba una etiqueta con una fecha y al cabo de pocos minutos encontramos la caja marcada «Recibos de la Videoteca – Febrero 1996-Marzo 1997».
– ¿Preguntó el FBI por estos recibos en 1997? -le pregunté al señor Rosenthal después de mirar la caja.
– Les enseñé cómo estaban organizados los archivadores y luego los dejé solos. No sé qué miraron.
Tomé nota de ese comentario. Bajé la caja del estante metálico y la apoyé sobre uno de los archivadores.
– Supongo que piensa que esa pareja pudo haber firmado el recibo de una película -dijo el señor Rosenthal.
De pronto, todo el mundo se había convertido en detective.
– Sí, se me ha ocurrido esa idea -contesté.
Abrí la caja, que estaba llena de libros de recibos. Era realmente el trabajo de un anal compulsivo.
Empecé a sacar los libros de recibos de la caja, controlando las fechas de entrada y salida escritas en la cubierta de cada libro, casi esperando descubrir un libro desaparecido, reemplazado por una nota de Liam Griffith que dijera: «Que te jodan, Corey.»
– ¿Por qué los ha conservado? -le pregunté.
El señor Rosenthal me lo explicó.
– Tengo como política guardar todos los documentos durante siete años. Nunca se sabe lo que Hacienda o, a veces, los propietarios del hotel quieren ver. O el FBI. Siete años es un período prudente.
– Yo siempre lo digo, cubre tu culo.
Encontré un libro de recibos con las fechas «12 de junio – 25 de julio, 1996».
Me coloqué debajo de uno de los fluorescentes y comencé a pasar las páginas de los recibos de vídeos.
Mis manos temblaban ligeramente mientras pasaba las páginas buscando el 17 de julio.
El primer recibo correspondiente a esa fecha estaba en la parte superior de una página y firmado por Kevin Mabry, habitación 109, y Kevin había sacado Dos hombres y un destino. El siguiente recibo estaba firmado por Alice Young, Cabaña de Invitados 3, que había sacado El último tango en París. Bien por Alice. A continuación una firma indescifrable correspondiente a la habitación 9, que debe de haber estado en este edificio; esa persona sacó El padrino. Pasé la página y leí otras dos firmas y sus correspondientes títulos de películas, pero ninguna de esas personas había dado el 203 como su número de habitación. Luego, el último recibo en la parte inferior de la página estaba fechado el 18 de julio, el día siguiente.
Me quedé mirando el libro de recibos.
– ¿Ha habido suerte? -preguntó el señor Rosenthal.
No contesté.
Volví a la página anterior y eché un vistazo a los números del recibo impresos en rojo, luego pasé las páginas hacia adelante. En la secuencia faltaban tres números.
Doblé el libro hacia atrás y pude ver dónde habían cortado limpiamente una de las páginas del libro de recibos.
– Cabrones.
– ¿Perdón?
– Vamos -dije, lanzando el libro dentro de la caja.
Echamos a andar en dirección a la puerta, con el señor Rosenthal mirando de reojo el desorden del archivador.
En el fondo de mi mente -pero no muy en el fondo-, yo sabía que era imposible que el FBI hubiese permanecido dos meses en este hotel sin pensar en la biblioteca de préstamos. Quiero decir, que vale, no eran auténticos detectives, pero tampoco tenían el encefalograma plano. Mierda.
Pero había probado algo. Alguien de la habitación 203 había sacado una cinta de vídeo y por eso faltaba una página en el libro de recibos. Un gran razonamiento deductivo, que llevaba a otra prueba desaparecida. Cabrones.