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Una voz en mi cabeza, o en la habitación, dijo: «¡Eureka!»

CAPÍTULO 37

Me senté al escritorio y encendí la lámpara. Coloqué el recibo rosa sobre el escritorio y volví a examinarlo bajo la lupa.

La mano que había escrito «Un hombre y una mujer» era definitivamente femenina, y coincidía con la caligrafía de la fecha, el número de la habitación y la firma. Otra persona, presumiblemente la bibliotecaria, había escrito «Reynolds» y «No devuelto».

En una ocasión hice un curso de análisis caligráfico en el John Jay College y era mucho lo que se podía aprender de la letra y la firma de una persona. Lamentablemente, no recordaba casi nada del curso. Pero sí recuerdo que había una clara diferencia en la caligrafía cuando una persona falsificaba una firma o escribía un nombre falso.

Me levanté, encendí todas las luces y fui hacia el módulo de la pared. Debajo del televisor había un estante vacío, y ahora advertí que había cuatro pequeños círculos en el estante; en realidad eran zonas descoloridas en el acabado de álamo blanco. Eran del tamaño de una moneda de diez céntimos y de forma rectangular. Obviamente era el lugar donde había estado apoyado el aparato de vídeo sobre sus tacos de goma hacía tres años.

No se trataba exactamente de un descubrimiento monumental, pero me siento bien cuando puedo verificar físicamente lo que alguien me ha dicho.

Volví a sentarme al pequeño escritorio y marqué el número del móvil de Dom Fanelli. No tenía idea de dónde podía estar a estas horas, pero lo bueno que tienen los móviles es que eso no importa.

– ¿Hola? -contestó Dom.

Podía oír música de fondo.

– Soy tu socio.

– ¡Eh, compadre! ¿Qué es esta mierda del Hotel Bayview en mi móvil? ¿Qué cono haces ahí?

– Estoy de vacaciones. ¿Dónde estás tú?

– Mi móvil empezó a vibrar en mis pantalones y pensé que era Sally. Sarah. Da igual. Sarah, dile hola a…

– Dom, casi no puedo oírte.

– Espera un momento. -Un minuto después dijo-: Estoy en la calle. Estaba siguiendo a un sospechoso de homicidio y entró en este club de Varick Street. Un trabajo duro. ¿Qué ocurre?

– Necesito datos sobre un nombre.

– ¿Otra vez? ¿Qué pasó con los nombres que te di? ¿Fuiste a Filadelfia?

– Sí. Lo que necesito ahora…

– Ahora estás en Westhampton Beach. ¿Por qué no te vas a casa?

– ¿Por qué no te vas tú a casa? Bien, el nombre es…

– Puse un poco de orden en tu apartamento. La asistenta estará allí mañana. Los viernes, ¿verdad?

– A menos que haya muerto. Escucha, Jill Winslow. -Lo deletreé-. Creo que debe de rondar los treinta o los cuarenta años…

– Eso reduce el margen.

– No tengo nada sólido sobre ella, pero se registró aquí para darse un revolcón con un tío un día laborable de verano, el 17 de julio de 1996.

– La fecha me resulta familiar.

– Sí. El tío utilizó un alias, de modo que probablemente esté casado, y ella puede que también. O no. Pero creo que ella está…

– Las casadas son las más seguras si estás casado.

– Eso es precisamente lo que dice tu esposa de sus novios. Bien, creo que vive en Long Island, pero puede que sea en Manhattan. ¿Hasta dónde conducirías para tener una cita romántica clandestina?

– Una vez conduje hasta Seattle para acostarme con una tía. Pero tenía diecinueve años. ¿Cuál es el lugar más lejano al que has ido tú para acostarte con una tía?

– Toronto. Muy bien, de modo que…

– ¿Qué me dices de esa tía del FBI en Washington D. C? ¿Qué ciudad está más lejos? ¿Tornillo o Washington?

– No tiene importancia. Tú ganas con Seattle. De acuerdo, escucha. Primero busca en el registro de vehículos, hay un Ford Explorer de color canela implicado, de unos cinco años, pero puede que sea de él, no de ella, y quizá ya lo haya vendido. Luego entra en Choice Point y en Lexus Nexus para búsqueda de propiedades, actas de divorcio, etcétera. Estoy pensando en un vecindario acomodado en Long Island, de modo que comprueba también los registros de servicios públicos de los Winslow con la empresa de electricidad de Long Island. Pero ella podría vivir en Manhattan, de modo que comprueba los datos también allí. Obviamente, busca en los listines telefónicos, pero es probable que no figuren. Recuerda, todo este material puede que no esté a nombre de ella, sino de su esposo, o sea que…

– Aquí está. Jill Winslow, número 8 de Maple Lane, Locust Valley, Long Island, Nueva York, Ford Explorer 1996, de color canela, nombre del esposo, Roger. Es broma. Tú también deberías jugar con tu ordenador. Tengo algunos homicidios que resolver.

– Éste podría ser el mayor homicidio que ayudaras a resolver.

Se produjo un largo silencio, luego Dom Fanelli dijo:

– Entiendo.

– Bien. Y también comprueba los registros de defunciones.

– ¿Crees que ha muerto? ¿La liquidaron?

– Espero que no.

– ¿En qué andas? Dímelo, por si te matan.

– Te dejaré una nota.

– No bromeo, John…

– Llámame mañana a este número. Habitación 203. Deja un mensaje si no estoy, eres el señor Verdi.

Dom se echó a reír.

– Eh, nunca he visto a nadie tan aburrido como tú en la ópera.

– Tonterías. Me encanta cuando la gorda se pone a dar chillidos al final de La Traviata. Hablaremos mañana.

– Ciao.

Colgué el auricular, me desvestí y arrojé la ropa ordenadamente sobre una silla. Cogí el maletín y entré en el baño.

Me afeité, me cepillé los dientes y me metí en la ducha.

De modo que Liam Griffith, Ted Nash y quienquiera que estuviese con ellos habían descubierto el libro de recibos de vídeos y habían arrancado la hoja. Pero olvidaron la copia de papel carbón. ¿Cómo pudieron ser tan imbéciles?

Bueno, todos cometemos errores. Hasta yo cometo algún error de vez en cuando.

Y más importante, ¿era Jill Winslow un nombre verdadero, y ellos consiguieron dar con ella? Creo que sí, ambas cosas. Lo que también significa que encontraron a Don Juan a través de ella. O bien encontraron primero a Don Juan, quizá a través de sus huellas digitales. En cualquier caso, ambos habían sido encontrados.

Podía imaginarme a Nash y/o a Griffith hablando con ellos, preguntándoles acerca de la filmación de una cinta de vídeo en la playa y acerca de su relación.

¿Cuáles eran los posibles resultados de esa discusión? Había tres. Uno: la pareja no había filmado la explosión del vuelo 800 de la TWA; dos: lo habían hecho, pero habían destruido la cinta; tres: habían filmado la explosión y guardado la cinta, que entregaron a Nash, Griffith y amigos a cambio de la promesa de que su relación no sería divulgada, suponiendo que uno o los dos estuviesen casados y quisieran seguir de ese modo.

En cualquier caso, esa pareja había pasado algún tiempo en el polígrafo mientras respondían a estas preguntas.

No tenía ninguna duda de que yo, o Dom Fanelli, encontraríamos a Jill Winslow si aún estaba con vida.

Y yo hablaría con ella y me diría todo lo que le había contado al FBI hacía cinco años porque yo era un agente del FBI que estaba llevando a cabo un trabajo de seguimiento del caso.

Pero eso no iba a poner la cinta de vídeo en mis manos, si alguna vez había habido una cinta de vídeo.

O sea, que era una especie de callejón sin salida, pero al menos conocería la verdad acerca de esa cinta de vídeo, y quizá pudiese llevar esa información a una autoridad superior. Tal vez podría desaparecer.

Tuve otro pensamiento, y estaba relacionado con Un hombre y una mujer. ¿Por qué Jill Winslow -o tal vez Don Juan- se llevó esa cinta de vídeo? Si estás abandonando una habitación de prisa, y dejas la llave en la puerta y no lo notificas en el mostrador de recepción, ¿por qué meterías una cinta de vídeo prestada en tu bolso o tu maleta?